El silencio no es salud

El silencio no es salud

Un funcionario de la Casa Rosada insulta a una representante de Tucumán y nadie reacciona. En la ruta a los Valles se delegó en una vecina el poder para manejar a la Policía. Todo esto, y más, se explica por una magna amnesia.

El silencio no es salud

Este viernes fue su día. Pasó inadvertido. Nadie se detuvo un segundo para saludarla. Puede ser entendible, pero es lamentable. Ni el atribulado Congreso dijo algo, seguramente distraído en sus laberintos de poder; ni tampoco la adormecida Justicia, que parece disfrutar de su período de hibernación. Se trata de dos poderes que fagocitan las leyes y se nutren de ella, por eso tal vez no hiere tanto que los hombres y mujeres del Poder Ejecutivo no se hayan acordado que el viernes pasado fue nada más, ni nada menos, el día de la Constitución Nacional.

Olvidar una fecha, no cumplir con determinado onomástico, puede ser absolutamente aceptado siempre y cuando no sea el síntoma de la gravísima enfermedad del olvido, del desinterés o de la falta de respeto. Ese es el riesgo que se corre con esta indiferencia hacia la Carta Magna.

En ese metafórico desinterés hacia la madre de todas las leyes que nos rigen se explican muchos de los sucesos que nos afectan a diario, con los que se buscan justificar, lamentablemente, algunos procederes.

En la diplomacia, por ejemplo, las palabras tienen una importancia trascendental. El cinco de febrero de este año se cumplió el 50 aniversario de la muerte de Bertrand Russell, discutidor y aguerrido filósofo. Él sostenía que “si te equivocas en el término, te equivocas en el concepto”. Sabia enseñanza para cualquier diplomático que debe lidiar con las sensibilidades del lenguaje. Una equivocación podría haber derivado en una guerra en otros siglos. La imprecisión y la falta de respeto podrían ser sus últimas palabras. Claro que estamos hablando de épocas pasadas, de otros tiempos muy lejanos a la era AC (Antes del Coronavirus)

Tal vez por eso no pasó nada cuando el jefe de la Diplomacia argentina, el canciller Felipe Solá trató de “pelotuda” a Silvia Elías de Pérez. Increíble. La violencia verbal de un hombre hacia una mujer. Además, la sorprendente agresión de un funcionario del Poder Ejecutivo Nacional hacia una representante de una provincia. Fue también una agresión del Canciller a una senadora de la Nación que está en el Congreso argentino en nombre de Tucumán.

El insulto también pasó inadvertido, como el día de la Constitución Nacional. Es muy posible que la senadora Elías de Pérez haya perdido afectos entre sus huestes después de ser derrotada en las elecciones a gobernadora el año pasado. Es también factible que en las pequeñas batallas que se libraron hasta llegar a la guerra final del 11 de agosto haya ganado numerosos enemigos. Sin embargo, es inaudito el silencio de propios y extraños. No se pronunciaron ni Beatriz Mirkin ni José Alperovich, dos senadores por Tucumán que podrían haberse sentido igual de ofendidos porque el “pelotuda” fue dirigido a una par de ellos; pero también a alguien que actúa en nombre de la provincia... como ellos. Tampoco el gobernador ni miembros de su estructura reaccionaron. Ni un pelo se les movió.

La política no sólo ha caído en una grieta, sino que además se alimenta y vive en ella. Le cuesta asomar la cabeza y ver qué ocurre fuera de ella. Todo queda reducido a la lógica caníbal en la que no pueden sobrevivir dos opuestos o diferentes. Uno debe morir. Y es en el contexto de esta lógica donde se entiende más acabadamente porque pasó al olvido el día de la Carta Magna.

Más allá del nombre y del apellido de la senadora, no hubo pronunciamientos desde el sector partidario de Elías de Pérez. Es que la binaria y mezquina vida de la política actual no es excluyente: incluye a oficialistas y opositores.

El canciller Felipe Solá reaccionó rápido. Salió corriendo a buscar su celular. Allí escribió apuradamente disculpas. La primera, más que un pedido de perdón fue una defensa de sus argumentos. Pero reflexionó más y minutos después llegaron las disculpas. Siempre por Twitter, porque pareciera que en la democracia moderna el mirarse cara a cara o el hablarse directamente ha quedado afectado por la era DC (Después del Coronavirus). Y pensar que gracias al barbijo estábamos aprendiendo a mirarnos a los ojos, otra vez...

El silencio de los culpables

Dejar al costado del camino a la Constitución Nacional seguramente hace más liviano que algunos artículos de la Constitución provincial pasen inadvertidos para las autoridades provinciales y municipales.

“Los poderes que esta Constitución establece, no pueden adoptar disposiciones en su contra, ni ejercer otras atribuciones que las que les confiere, ni delegarlas implícita ni explícitamente en otros poderes o particulares”. Eso dice el artículo 3° de la Carta Magna que rige a los tucumanos. Sin embargo, si algo no se tuvo en cuenta en los últimos días fue este principio.

El acceso a los valles calchaquíes estuvo vedado durante más de un mes, afectando libertades y derechos. Pero más grave aún es que no se trató de una protesta de esas a las que ya estamos acostumbrados los argentinos, sino de la delegación de poder a una persona para que maneje a su arbitrio a las fuerzas policiales.

El silencio absoluto del gobernador Juan Manzur, del ministro del Interior Miguel Acevedo, y de la ministra de Gobierno Carolina Vargas Aignasse durante 40 días fue atronador. Están callando de alguna manera la delegación de obligaciones del Estado en una ciudadana. Pero la sorpresa no se limitó a ellos. A última hora salió a apagar el fuego el responsable del área de Seguridad, Claudio Maley, quien, no obstante, estuvo muy lento de reflejos. La frutilla del postre fue que el intendente de Tafí del Valle estaba de acuerdo con lo que ocurría. Francisco Caliva sigue haciendo equilibrio en los bordes de un pozo profundo. Ya las grabaciones cargadas de enseñanzas de corrupción dejaron atónitos a muchos, pero avalar estas violaciones a las leyes afecta sus obligaciones de funcionario público.

Escuderos

El gobernador Manzur hace esgrima contra los mosquitos que le inoculan dengue a los tucumanos y contra el enemigo invisible que nos mandó al confinamiento al 1,8 millón de habitantes de la provincia. Su principal escudera es la ministra de Salud, Rossana Chahla. Con ella, barbijos y espirales en mano anda por doquier. Pero la situación económica ha empezado a tocar fondo. Los paliativos no alcanzan. Hasta los mendigos han empezado a salir a las calles.

Desde otras provincias llegan noticias que no lo ayudan al gobierno provincial. Córdoba, Santa Fe o La Rioja habilitan líneas de crédito a tasa subsidiada. Otras, como Buenos Aires, Río Negro, La Pampa y el mismo Santa Fe postergan los vencimientos tributarios; y en el caso de Río Negro también estiran los vencimientos de créditos adeudados al Estado.

En 22 de las 24 provincias se habilitó la vuelta a algunos trabajos. En Tucumán lo único que hasta ahora se concretó desde el Poder Ejecutivo fue la reducción del impuesto a los sellos. Pero no hay quejas, o no le llegan formalmente al gobierno. El propio titular de la Federación Económica de Tucumán lo confirmó a LA GACETA el miércoles pasado. El ingeniero Alberto Guardia aclaró que no había pedidos especiales para el gobierno tucumano por ahora, excepto los que diera la Nación. Como un ministro más, el titular de la FET dejó a salvo la actuación de las autoridades de la Provincia, mientras los carteles negros, de luto por la situación, tapan las vidrieras del centro. Las entidades intermedias de los tucumanos también se diluyen en este ostracismo que implica la pandemia.

Sus preocupaciones diarias quedan en segundo plano, relegadas por el miedo de que algún tsunami sople desde el poder y se los lleve por delante. Algo parecido ocurre con las provincias y el Gobierno nacional. Antes de disentir, contradecir o reclamar, muchos gobernadores -especialmente los oficialistas- eligen subordinarse a la orden presidencial sea lo que fuere. El miedo es el arma más fuerte del poder; no el valor, como podría creerse.

Los gobernadores fueron desde el primer momento el otro sostén del Presidente de la Nación. Eran la pata que equilibraba la potencia de Cristina Fernández de Kirchner y sus adláteres. En tiempos de pandemia, Cristina se mueve con más libertad que nunca; se toma la licencia de aumentar gastos en el Senado o poner funcionarios en aquellos lugares respecto de los que Alberto duda. En cambio los gobernadores, lejos de equilibrar el poder a los pies del Presidente, agachan la cabeza y aceptan lo que sea con tal de que les llegue el diezmo a fin de mes para pagar los sueldos en sus provincias.

Ante tantas dificultades para ejercer sus libertades, para asumir las autonomías provinciales y para exponer sus propias ideas, es comprensible que se hayan olvidado de saludar a la Constitución y que se toleren faltas de respeto a la Provincia o que no se acaten disposiciones constitucionales

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