Una hendija para las especulaciones

La vuelta a la normalidad hoy es un anhelo cargado de dudas. Se puede seguir gastando la frase de que la única certeza es la incertidumbre porque encaja. No hay nadie en pueda asegurar en qué condiciones se saldrá de la pandemia: si mejor, igual o peor, ya sea en términos sociales, económicos y hasta políticos. Porque, entre otras tantas cosas, lo que vino a dañar el coronavirus es la lógica de la dirigencia con ambiciones personales de pensar a largo plazo, de visualizarse de aquí a cuatro años, de prepararse e ir acomodándose a los codazos para ese futuro, ciertamente más incierto que nunca. Si no va a quedar nada por qué pelearse, arremete con una dura reflexión un hombre con responsabilidades de gestión en el Estado que tiene que pagar sueldos y que admite que por las noches debe empastillarse para poder dormir. Integra el lote de los que ven un horizonte de tierra arrasada como consecuencia de la lucha contra la covid-19, sin márgenes para concentrarse en proyectos individualistas, descolocados de la realidad por su tufillo egoísta. Es una conclusión de exagerado dramatismo que sugiere que no vale la pena distraerse en disputas internas porque nadie puede saber el estado en que saldrán el país y la provincia de la pandemia; ni siquiera cuándo sucederá eso. Menos puede ocurrir si se está ocupando un espacio institucional de representación ciudadana.

Lo entendieron Manzur y Jaldo al decidir retratarse juntos para evitar la temprana fractura del peronismo y el consiguiente debilitamiento del oficialismo. Pese al esfuerzo sólo han pospuesto ese momento, porque los compañeros huelen el distanciamiento y saben que cuando la desconfianza se instala se alivia el peso de las lealtades, se resquebrajan los vasos comunicantes y terminan rompiéndose las sociedades. Los juntó el desafío para asegurar la gobernabilidad que porta implícitamente el coronavirus, fue el espanto a sus consecuencias y también la conveniencia institucional de no enfrascar a los poderes en una disputa por diferencias personales, porque corren el riesgo de que el drama social y económico que se vaticina los lleve puestos compartiendo el mismo destino. En ese marco, ningún dirigente serio puede especular sobre cómo verse de aquí a tres años, sea oficialista u opositor. Hubo imágenes de ese momento y declaraciones componedoras para redondear el mensaje a los únicos destinatarios: unidos para encarar lo que viene desde la gestión, pero incómodos y distanciados desde lo político.

Días después hubo otra reunión, imprevista, esta vez sin fotos ni explicaciones posteriores de sus protagonistas, y por eso significativa y sorprendente: la del gobernador con Alfaro el jueves por la tarde, en la Casa de Gobierno. No hubo registros para los archivos, se evitó que ocurriera, y eso que sobraban fotógrafos y camarógrafos en el lugar. Quedaba espiar por la hendija de la llave. Lo que hablaron en esa hora que compartieron, sólo ellos y a quienes les cuenten sabrán de qué charlaron aunque, seguro, para sí se guardarán lo esencial, o no estarían donde están. Es precisamente ese potente silencio lo que invita a especular, porque ni siquiera Manzur y el intendente publicitaron el suceso por las redes sociales, como sí lo hicieron con el encuentro que mantuvieron el 1 de abril, viralizando imágenes y comentarios de la reunión por Twitter. Alfaro celebró que el gobernador lo convocara para coordinar acciones conjuntas. Es momento de dejar las banderas políticas de lado y trabajar en la protección de todos los tucumanos; apuntaba. El mandatario, en tanto, destacó la necesidad de un trabajo conjunto para aplanar la curva de contagios de la covid-19, un virus que no reconoce banderas ni ideologías. Agradecemos al intendente Alfaro por este gran gesto; expresaba.

Ahora, silencio. ¿Por qué tanto sigilo y prudencia?: para habilitar precisamente los mensajes cargados de especulaciones. Hasta el 31 de mayo eran enemigos políticos, y en abril, en 23 días, se juntaron dos veces. Ese Cisne Negro que nació en Wuhan lo hizo posible, aunque es comprensible que el gobernador y el intendente de la Capital, donde reside la mitad de los habitantes de Tucumán, se reúnan para acordar estrategias contra la pandemia, ya que van en línea con lo que hacen el Presidente y Rodríguez Larreta. Claro, estos potenciaron sus imágenes desde la acción oficial, en desmedro de la vice y del -¿ex?- jefe político del jefe de Gobierno de la CABA, Macri. Una buena gestión brinda réditos políticos, se sabe, es básico. Tremendas coincidencias políticas se descubren aquí y allá buceando en probables internas en sus propios espacios que, solo por ahora, el coronavirus tapa y posterga.

Manzur y Alfaro sí tienen en común que deben pagar sueldos y para eso necesitan recursos que cada vez pintan más escasos para ambos, tema que probablemente haya sido parte de la charla, ya que los dos dependen de los fondos nacionales coparticipables para calmar las ansiedades salariales de sus empleados. Un aspecto como para tirar en yunta. Ahora bien, hay un detalle a la sombra de esta novedosa relación institucional, a los casos de covid-19 que aparecen en el informe diario no se los discrimina por municipio sino por provincia; por lo que si hay un pico en la Capital no se mirará a Alfaro sino a Manzur a la hora de buscar culpables, a un ex ministro de Salud de la Nación, justamente quien supo frenar la gripe aviar en 2009. No sería extraño que este aspecto haya sido parte del diálogo. Sólo ellos saben qué arrojaron a la mesa. Sí resulta interesante lo que trascendió: que ambos se mantendrán en contacto directo, sin intermediarios. Un reconocimiento de que los había; esos quedaron relegados a un papel secundario. En todo caso fue para esos entornos que trascendiera justamente ese mensaje.

Por el lado de Alfaro, este encuentro puede alterar los ánimos y generar inquietudes razonables entre sus socios provinciales, mientras que por el lado de Manzur las miradas inquisidoras apuntaron al vicegobernador, ya que el jefe municipal supo decir que mantenía diálogo con el vicegobernador. En esta provincia, hablar con un dirigente opositor pareciera ser un delito. Hablo con dirigentes opositores porque hay cuestiones de la vida de la capital que nos competen a todos, supo justificar Alfaro. En ese nivel político no hay ingenuos ni jugadas inocentes y cuando no se habla y no se ensaya una explicación sobre la reunión, intencionalmente se abren las puertas a cualquier interpretación.

En cambio, por ejemplo, sí hubo fotos que revelan más de lo que muestran del lado del gobernador durante la semana porque descubren quiénes forman parte de su séquito político, o del manzurismo explícito, sobre quienes asentará su estructura de cara a una futura interna para quedarse con el justicialismo. Ese jueves por la mañana se mostró con sus tres alfiles locales en el Salón Blanco durante una videollamada con el vicepresidente del Banco Nación, Matías Tombolini: a su izquierda ubicó a Carolina Vargas Aignasse (ministra de Gobierno, cada vez más gravitante y con peso político en el gabinete provincial) y a Gerónimo Vargas Aignasse (vicepresidente primero de la Legislatura y principal referente de Manzur en la Cámara) y a su derecha estuvo Carlos Cisneros (diputado y titular de La Bancaria, fue quien motorizó esa teleconferencia). A ese equipo de perfil político se integran su amigo Pablo Yedlin y Mario Leito (diputados nacionales), al segundo Manzur presentó a Sergio Massa como un hombre de su confianza apostando al rol nacional del presidente de Atlético Tucumán. De alguna manera, el gobernador rescató a Leito del ostracismo político al que lo sometió el alperovichismo. Eso tiene una sola manera de pagarse. Se suman a ese cuadro para salir a jugar en la post-pandemia Miguel Acevedo (ministro del Interior que abandonó su perfil técnico para terciar políticamente), Marcelo Caponio (que llegó a subsecretario del Plan Norte Grande de la mano del gobernador), Juan Pablo Lichtmajer (ministro de Educación al que Manzur supo ubicar al frente de un acople capitalino para instalarlo políticamente), los legisladores Christian Rodríguez y Reneé Ramírez y el intendente de Tafí Viejo, Javier Noguera, a quien ya postulan para nuevos cargos en 2023.

Con esos escuderos Manzur saldrá a dar la pelea territorial para emerger como jefe del peronismo. Por ahora son el músculo de su fuerza en ciernes, sin embargo hay dos personas que no residen en Tucumán y a las que -se dice- escucha atentamente a la hora de tomar decisiones: el empresario farmacéutico Hugo Sigman y el consultor político Adrián Kochen. Son sus asesores personales. Si tiene que resolver qué hacer en 2023 o eventualmente a quién elegir de sucesor, no se descarta que recurra a ellos por consejo. Sigman es una voz del sector empresarial ante el Presidente, y conoció en 2009 a Manzur cuando este era ministro de Cristina; hasta se deslizó que sumó su aporte a alguna campaña electoral del tucumano. Kochen es de bajo perfil, amigo de Alberto, de quien se comenta que influyó para que no hubiera un apoyo de la ex presidenta a la candidatura de Alperovich en 2019, lo cual habría dividido el voto peronista. Aprestos, con y sin registros para el archivo.

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