Radiografía de una foto en la que nadie sonríe

Radiografía de una foto en la que nadie sonríe

El verdadero “cuándo”

Juan Manzur y Osvaldo Jaldo volvieron a mostrarse juntos esta semana, después de un mes de aislamiento político voluntario, cuando les faltan tres años y medio de gestión. El tiempo es la clave de la crisis. Manzur necesita la certeza de que habrá reforma, porque el tiempo que pasa lo acerca al final de su mandato. Y sólo tiene certeza de que Jaldo no va a facilitarle ninguna enmienda. Entonces, el reloj corre a favor del vicegobernador, con un inconveniente: es demasiado tiempo. Y la diferencia de recursos materiales cuenta a favor del gobernador.

Aunque en técnica parlamentaria se repite que “lo que abunda no daña”, esa máxima no aplica para la política ni para la economía. Esta semana la abundancia de petróleo (es producto de la caída de la demanda por la cuarentena global) determinó que los contratos a futuro del crudo de Texas (WTI) hicieran cotizar el barril a valores negativos (- U$S 40) por primera vez en la historia. Los depósitos están saturados: como no hay dónde guardarlos, los precios reflejaron que la situación daba para pagar a alguien para que se lleve los toneles. Con los plazos de la guerra del peronismo local pasa otro tanto: restan todavía 42 meses hasta que haya una nueva jura de gobernador. Es demasiado tiempo para que la lucha sin cuartel estalle ahora. El barril de ese tiempo político, en términos de crudo poder, se denomina “gobernabilidad”. Y si los líderes del PJ no administran ese recurso debidamente, terminarán pagando el costo de que otro se lo lleve. La oposición, por ejemplo. O el peronismo no alineado, por caso.

El mentado “cómo”

La reunión fue posible porque el presidente y el vicepresidente del PJ tucumano hablaron. Hay, alrededor del gobernador y del vicegobernador, una multitud de “te digo, le digo, le dije” que sostienen dos versiones encontradas. Los que orbitan la Casa de Gobierno afirman que Jaldo llamó. Los satélites de la Legislatura juran que fue Manzur. Son dos medias verdades. Todo indica que, en rigor, “se llamaron”. Manzur telefoneó el domingo a Jaldo para desearle feliz cumpleaños. El contador valoró el “gesto” del médico y devolvió la gentileza al día siguiente, cuando manifestó que sería conveniente un encuentro. Se celebró el martes.

Los únicos “quiénes”

La “cumbre” se realizó en las mismas condiciones en que se convocó: sin terceros. Es que tanto el viejo palacio de 25 de Mayo y San Martín como el novel edificio de Muñecas y Sarmiento se han poblado de “emisarios”. Tantos, que ya no se puede distinguir entre los mensajeros y los carroñeros. Todos alegan ser “enviados”, pero ante la diversidad de “recados”, no se sabe quiénes ostentan “cédula real” y quiénes detentan “patente de corso”.

Tanto es así que en la plaza Urquiza sólo se escuchan reparos contra la “desatención” del gobernador a los pedidos políticos de la dirigencia; mientras que en la plaza Independencia sólo se oyen reclamos contra el vicegobernador, que “ahorró” centenares de millones del Presupuesto 2019, en lugar de dar “contención” a los que estaban en campaña. El problema es, que a menudo, un mismo dirigente declama ambos discursos, según donde esté parado. En esa carencia de interlocutores válidos, de uno y otro sector, se explica también por qué Manzur y Jaldo, finalmente, “se llamaron”. Ya no podían confiar en versiones. Tampoco es que uno y otro “se crean”; pero al menos ahí, frente a frente, no había dudas de quién decía cada cosa. Y con qué tono.

El quemante “por qué”

Se “juntaron” por la urgencia de lo institucional. Los dos temas que disputan diariamente la tapa de LA GACETA son la pandemia de coronavirus y la epidemia de dengue. Ambos males tienen la fuerza abrumadora y oprimente de “lo real”. Son cuestiones de vida y muerte sin atenuantes. Sin relatos. Sin discursos. Y sin discriminación de clases sociales ni ideologías. En una provincia donde la mitad de la población se divide entre los que pasan hambre y los que se encaminan a padecerlo, y donde la peste y la muerte se pasean como el premio maldito de una lotería infame, la guerra del peronismo es lo único que falta para detonar un apocalipsis en el ámbito del poder. Manzur y Jaldo, en definitiva, habilitaron (“sin querer queriendo”, como bromeaba Roberto Gómez Bolaños en los libretos para la “bonita vecindad” de El Chavo) un “teléfono rojo”.

Con ese nombre conoce la historia la decisión de Washington y de Moscú de mantener siempre una línea de comunicación, para nunca más tener que llegar a una instancia como la de “La crisis de los misiles” de Cuba, los 13 días de 1962 durante los que más cerca estuvo el planeta del holocausto nuclear. La crisis se resolvió y, aunque EEUU y la URSS nunca celebraron una paz en la “Guerra Fría” (el conflicto terminó con el colapso soviético), tampoco volvieron a estar al borde del fin del mundo. Ahora, en Tucumán, Manzur y Jaldo detonaron una crisis en la cuarentena y se amagaron con armas de destrucción política. Pero, por lo menos, pueden telefonearse.

El “para qué” de la ceremonia

La foto fue para mostrar que, si bien es claro que ya no hay una yunta que tira del carro del oficialismo en la misma dirección, tampoco hay quiebre. No mucho más. El conflicto está detonado con claridad meridiana: Manzur y Jaldo quieren disputar la gobernación en 2023. Y para que eso sea posible, uno tiene que conseguir una reforma constitucional y el otro tiene que evitarla. Es como en el “Juego de la Silla”, tan vigente en los cumpleaños de los niños en tiempos de cuarentena: al final, quedan dos participantes y sólo una poltrona. Pero en este momento, los tucumanos sufren el azote no de una, sino de tres plagas: covid-19, dengue subtropical y malaria económica. Mala combinación para lavar los trapos sucios del poder en la vereda. Así que ninguno cederá en la batalla por el sillón de Lucas Córdoba, pero nadie en los respectivos ejércitos políticos exacerbará el conflicto, ensayará escaramuzas por cuenta propia, ni atacará sin permiso alegando la condición de “patrulla perdida”. A todos les llegó el mensaje.

El significativo “dónde”

Nadie se relajó con el flash en el despacho de la gobernación. No sonrieron ni para la foto. Y ese gesto ni siquiera fue lo más significativo.

Los elementos que componen la escena del martes se acomodan como símbolos de la tensión en la que fue una próspera sociedad política. Ahora ni siquiera pueden compartir un desinfectante: hay un bote de alcohol en gel para cada uno. Ni hablar de un apretón de manos: como manda el protocolo de la pandemia, sólo “coditos”. Y codazos... Menos aún de compartir un brindis. Sólo hay (como en aquella señera canción de Los Fabulosos Cadillacs con Celia Cruz) copas vacías con agua de la ciudad…

Hay una agenda abierta sobre la mesa: si no fuera porque Jaldo forma parte del Ejecutivo (preside la Legislatura, pero no la integra), sería la escena de una audiencia cualquiera.

No están en los sillones de la oficina. Los “livings” tienen esa democrática virtud: hay divanes sin mayores pretensiones que la comodidad y la armonía; así que no hay orden de prelación para acomodarse. Como en las caminatas para recorrer una obra, que gestualmente se realizan en pie de igualdad, en los sofás hay un diálogo con franqueza despojada de jerarquías. Ni siquiera están en una mesa, donde sería natural que el dueño de casa ocupase la cabecera, pero aun así sentando a “los suyos” a su lado. En definitiva, una mesa “se comparte”. Aquí en cambio, Manzur está sentado nada menos que en la poltrona de Lucas Córdoba, que es uno de los atributos del poder, como la cinta y el bastón. Y Jaldo está al frente. Inmutable. En una silla muy parecida a la de Manzur, con idéntico diseño y tapizado, pero sin el Escudo de la Provincia bordado en el respaldo. Parece no tener ninguna intención más que la de ser sólo un invitado en esa oficina, que sin embargo ocupa cada vez que el gobernador se ausenta de la provincia. Manzur “marcó la cancha”. Jaldo no hizo el menor esfuerzo por disimular la menor cercanía.

El “qué” de la cuestión

Sólo hay dos opciones respecto del contenido de la reunión: o Manzur y Jaldo acordaron que no lo harían trascender, o estuvieron reunidos una hora y media para decirse, legítimamente, nada. Según esta última versión, uno habló de medidas contras epidemias. El otro, de proyectos de ley. Sólo al pasar, según los “corre-ve-y-diles” de uno y otro dirigente, Jaldo habría mencionado que no había esperado ser víctima de una “operación mediática” con medios porteños que se ensañaron con los legisladores por las máscaras y barbijos y omitieron mencionar que estaban donando $ 300 millones al Siprosa. Manzur habría dejado traslucir que leyes como las que obligaron al banco Macro a suspender compulsivamente el cobró de préstamos otorgados a empleados públicos implicaba granjearse “personas poderosas” como enemigos. Fin de las indirectas.

Si hay una suerte de “pacto de silencio” y hablaron de otros asuntos, toda conjetura es baladí. Si, en cambio, nada se dijeron tras 90 minutos cara a cara, sólo se confirma que esa “fórmula” se quedó sin confianza. Lo cual es lógico: peleas entre miembros de binomios gobernantes hubo muchas; pero nunca una en la cual a un vicegobernador lo sometieran a una amansadora como la que indignó y erosionó a Jaldo. Tampoco, en la que el socio político de un gobernador disparara munición del calibre de “a mí no me cuestionaron por valijas que se perdieron”.

Consecuentemente, sólo queda una relación institucional. Más aún: en los entornos de uno y de otro hay, como en todo gobierno, “palomas” que abogan por consensos; y “halcones”, cuya lógica es la eliminación de adversarios. En la Casa de Gobierno y en la Legislatura, las “palomas” han quedado desautorizadas por los hechos. Y los “halcones”, paradójicamente, coinciden en el discurso, ya sea sobre el gobernador o sobre el vicegobernador: “si no está dispuesto a ceder, se dedicará a causar daño”.

Institucionalmente, termina una semana con adelantos importantes. Pero, políticamente, no hay ningún avance. En materia política, Manzur y Jaldo aún tienen todo por decirse.

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