Esa rara manera de llegar

Esa rara manera de llegar

A medida que transcurren los días empieza a decaer el interés por las cuestiones del coronavirus y vuelven a instalarse los problemas de siempre en la vida política tucumana. La traición, esa herramienta para escalar.

En las conversaciones que tenemos a diario entre los editores de LA GACETA empezó a escucharse una pregunta inesperada. ¿Todo es coronavirus? ¿No hay otras cosas que les interesen a los lectores? Este tipo de preguntas abren debates, generan dudas, pero -lo que es más importante- cuestionan lo que venimos haciendo. Las estadísticas ya lo venían alertando. Jill Nicholson había hecho un estudio para la firma Chartbeat sobre la base del análisis de 28 millones de artículos que dieron vuelta por las redes y de los cuales 2,3 millones eran sobre la covid-19. En la última semana, se publicaron unos 80.000 artículos sobre el virus, pero el interés entró en el tobogán y se redujo un 6,7% la lectura.

Los lectores han empezado a sentir cansancio sobre el debate del coronavirus. Mañana se cumple un mes del cambio brutal en nuestras vidas. Los ciudadanos también han comenzado a disparar preguntas. La más difícil de responder es ¿cómo encontrar un peso para salir adelante? Los tucumanos, en particular, también inquieren: ¿Por qué las principales autoridades de la provincia se distraen en sus peleas personales?

En varios foros se van a desgranar un sinnúmero de palabras para responder. Dirán que por ambiciosos, por egoístas, por estar endulzados con el poder, o porque son menores. ¿Y esto puede interesar cuando todos están preocupados por el encierro? ¿O por cómo conseguir aunque sea un mendrugo? ¿O por cómo pagar sueldos, créditos o servicios? Lo cierto es que en las figuras institucionales del gobernador y del vicegobernador están inscriptos los sucedáneos de hoy, de mañana y de los distintos hechos que les pasen a los tucumanos, porque así lo han decidido con sus votos.

Y si son tan importantes, ¿Por qué ellos no hacen gala del lugar donde están y dejan sus mezquindades para después? La pregunta tiene una respuesta casi ancestral.

Caro, pero el mejor

La historia reciente de la política tucumana, esa que todavía cabe en la frágil memoria de estos tiempos, se escribe desde el 83 en adelante con tinta de color traición. El diccionario nos explica que ese tono es la falta que se comete quebrantando la fidelidad o la lealtad que se debe guardar o tener. El Derecho es más duro y condenatorio: Es el delito cometido por un civil o por un militar que atenta contra la seguridad de la patria.

Juan Manzur y Osvaldo Jaldo no se deben sentir incluidos ni en la dolorosa mancha ética que describe el “Pequeño Larousse ilustrado”, ni mucho menos se ven inmersos en un delito. Ellos fueron amamantados en esa política. Sin embargo, no aprendieron de la historia.

Cuando el peronismo empezó la traición a sus fidelidades, todo se destruyó. Apenas había llegado la primavera democrática, los nubarrones arreciaron y hubo rayos y centellas entre los seguidores de José Domato y de Osvaldo Cirnigliaro. Y, cuando se despejó se pudo divisar el crecimiento del bussismo. Los poderosos pierden de vista todo lo que hay alrededor. Sólo ven al enemigo que, hasta minutos antes, había sido su socio, su compañero.

La dupla Ramón “Palito” Ortega-Julio Díaz Lozano fue la creación de dos stopper para que Antonio Bussi no llegara al área para hacer el gol. Funcionó hasta que la lealtad se rompió. Y Bussi llegó al poder junto con Raúl Topa. Y duró hasta que este vicegobernador se sintió más peronista que bussista y la desconfianza hizo de las suyas. Entonces pudo volver el peronismo al poder. Llegó el binomio Julio Miranda-Sisto Terán, asociado al radical José Alperovich. Apenas este joven contador se hizo peronista pisoteó a Miranda. Quebró su lealtad y llegó al poder. Alperovich, amo y señor de todo, creó su sociedad con Juan Manzur; y, cuando este decidió que podía caminar solo, otra vez la traición. No hubo más lealtad entre ellos. Y no se hablaron más. Y, ¿ahora? Ahora, Jaldo está más cerca de su sueño de ser gobernador.

Meses atrás, en la era AC (Antes del Coronavirus), pero con la elección encima, reapareció aquella frase que solían decir los mirandistas cuando estaban en el poder: “Más grave que la traición es el llano”. Ese axioma fue más fuerte que una norma durante mucho tiempo; e inclusive hoy, cuando ya Julio Miranda está retirado de la política e internado en un sanatorio tucumano, ahogado por el humo del tabaco, parece ser una ley inviolable.

Por aquellos años no había coronavirus ni pandemias paralizantes, pero sí había televisores Grundig. Acababa de empezar la era del color. Estábamos acostumbrados a ver todo en color Carlitos Chaplin. La publicidad promovía que compremos televisores a color de esa marca: “Caro, pero el mejor”. Y las costumbres se metieron en la política y se empezaron a comprar dirigentes, “caros, pero eran los mejores”. Y, Alperovich era de esa época y en ninguno de sus años de gobierno dejó de aplicar aquel axioma que nunca perdió vigencia. Y, si no, habría que preguntarle a Manzur y a Jaldo, que se quedaron secos de convencer alperovichistas en la última elección. Así también se quiebran las lealtades cuando el puntero o el dirigente se acerca y le recuerda a su pagador que él trabajó por la causa, pero le responde: “yo ya te pagué, date por satisfecho”.

Dejemos atrás los televisores y las malas enseñanzas de antaño. A lo largo del tiempo se instaló un núcleo verbal entre esta cadena de acontecimientos. Para todos la clave del éxito siempre estuvo vinculada a la pelea y a la destrucción del otro, no del enemigo sino del socio y del amigo. Los más cercanos a los protagonistas del poder relataban los hechos no como un cuento, sino como una guerra que se iba ganando o perdiendo.

En toda narración -explica el magnífico Italo Calvino- hay un objeto mágico que lo justifica todo. Pero es eso: simplemente un objeto mágico, que después de la prestidigitación deja ver las miserias del poder. Y, el objeto mágico siempre fue el futuro, el inmediato.

Y, aquí también entra en juego la velocidad. Cuatro años -ni siquiera ocho- no es nada en la historia, menos aún en el vértigo de la política y del poder. Construir en cuatro años es muy dificultoso, sólo alcanza para juntar plata desesperadamente para frenar al otro, el que está al lado. Lo explicó magníficamente un audio del intendente de Tafí del Valle Francisco Caliva. “Juntá y guardá plata para que tengas para la elección que viene”. Asi se interpretó el mensaje.

Y de pronto, en Tucumán el cuento se acabó. Juan Manzur imaginó la relección y eso no estaba en el proyecto original y Osvaldo Jaldo lo descubrió. A las lealtades les crecieron tentáculos. Jaldo, por las dudas, le cerró las puertas (hacen falta dos tercios de los 49 legisladores) a esa posibilidad. Pero la traición se disparó como un virus. Cada paso es una operación. “¿Qué le pasa a tu vicegobernador?”, fue la pregunta que le habría hecho un directivo de alto rango del Banco Macro a Manzur. Es que Jaldo fue muy duro contra la entidad bancaria que le había dado oxígeno al gobernador para pagar los sueldos. Pero el diablo siempre mete la cola. Esta vez fue el legislador Daniel Deiana y metió una decena de máscaras sanitarias en una sesión que Jaldo había envuelto con moño. Y las máscaras del poco explicativo legislador fueron el hazmerreír en todo el país. En la Cámara, ni oficialistas ni opositores pudieron reconocer el error, mareados por la euforia de una sesión responsable, y entonces vieron de nuevo la operación y la traición del Poder Ejecutivo o de ex funcionarios de Manzur. Y todo quedó patas para arriba. A los más manzuristas de la Legislatura les molestó que en diciembre el presidente del cuerpo les dijera que no había plata y que ahora aparecieran ahorros para dar a la salud. Sorprendidos, miran con recelo a Jaldo. Les molesta el protagonismo de Armando Cortallezzi, de Dante Loza y del mismísimo opositor José Ascárate en las bancas. Se preguntan si el legislador monterizo Regino Amado cambió de monta en la mitad del río o si, simplemente, en estos tiempos de superconexión, a quien fuera ministro de Manzur cuatro años no le anda bien el celular. Desde la Casa de Gobierno miran de reojo cómo aquellos que supieron bailar los sones alperovichistas hoy danzan alrededor de Jaldo. Aquella música no movió el esqueleto de Gerónimo Vargas Aignasse ni de Carlos Cisneros ni de Cristián Rodríguez, un tridente que lentamente se atrinchera en el despacho donde se teje y desteje el poder. Desde allí juran y perjuran que la re-reelección, de la mano de una reforma, es un disparate en esta era DC (Después del Coronavirus). Sin embargo, el portazo del bancario Eduardo Bourlé sonó como el “haka” de los neozelandeces antes de comenzar la batalla. Se desarma el bloque oficialista para reordenar las huestes manzuristas, fue la primera interepretación. Pero más que un grito de guerra fue el hartazgo por la conducción del bloque oficialista. Pareciera que no es claro Roque Alvarez cuando suelta sus críticas y sus abrazos hacia el gobernador. Y ahora que sólo se pueden chocar los codos, pareciera que quedan al descubierto algunos planteos.

Como lo anticipa la pregunta inicial, no todo es coronavirus. Sin embargo, cuando la pandemia empezó nadie dejó de augurar el futuro. Algunos se vistieron de Ludovika Squirru y otros osaron desafiar a Ray Bradbury, pero eso fue siguiendo el hecho mágico del relato. En la vida diaria de los tucumanos, los protagonistas no logran sacudir las enseñanzas del pasado.

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