A todos nos pasa durante el aislamiento: "¡no tenés hambre, estás aburrido!"

A todos nos pasa durante el aislamiento: "¡no tenés hambre, estás aburrido!"

Para muchos tucumanos la cuarentena social obligatoria generó un desequilibrio en la rutina de alimentación. Cómo gestionar nuestra ansiedad y la de nuestros hijos.

A todos nos pasa durante el aislamiento: ¡no tenés hambre, estás aburrido!

Día 1 de cuarentena: ayer fuiste al súper y la despensa rebosa de provisiones. Sabés que la organización es clave, por fin decidiste intentar un estilo de vida healthy y un virus no va a arruinarlo. Día 9: hace 48 horas que usás el mismo pantalón, las pantuflas ahora forman una sola entidad con el resto de tu cuerpo y los snacks se esfumaron mágicamente. Un fuerte debate interno anticipa recurrir al delivery de empanadas. Día 17: despertaste hace dos horas y ya abriste la heladera ocho veces. Quizás, en la novena, el electrodoméstico pueda responderte la duda: “¿por qué tengo tanta hambre?”.

Desde su aparición, la covid-19 ha trastocado por completo nuestro presente, y las modificaciones no sólo ocurrieron en el ámbito relacional sino también en el alimentario. “Las incertidumbre suele generar estrés o ansiedad, y hay quienes procesan esos estados a través del hambre emocional. Es decir: existe un aumento del apetito dirigido no por las necesidades verdaderas del cuerpo, sino por las emociones que nos dominan. Puede ser preocupación, enojo, tristeza, impotencia...”, explica el licenciado en Nutrición y psicólogo Luis Guillermo Omar.

El resultado es que el estrés por las noticias y el golpazo de agua fría que supone el aislamiento social se ocultan y sazonan con la comida. La práctica es grave, dado que las falencias nutricionales disminuyen las defensas del organismo y perjudican su capacidad de dar respuesta a -por ejemplo- agentes infecciosos y enfermedades. ¿Les suena?

A todos nos pasa durante el aislamiento: ¡no tenés hambre, estás aburrido!

Para los especialistas, la solución al apetito asesino y la contemplación espiritual de bolsas con panificados está en el autoconocimiento. Junto a una reflexión sobre los pensamientos recurrentes que afloran a diario. “Es importante tener en cuenta los hechos que desencadenan, refuerzan o agravan el hambre emocional. En algunos casos se debe a la sobreinformación, la falta de sueño (menor a siete horas), el sedentarismo o el desorden”, agrega Omar.

Niños huracán

Junto a los intentos por sobrevivir a las plataformas educativas, una de las principales preocupaciones entre padres es cómo actuar frente a los “picoteos” de los más pequeños. Acá, los límites alimentarios son indispensables.

“Desentendernos del control de raciones y el orden de comidas de los niños va a perjudicarlos en sus hábitos a largo plazo. Además es contraproducente porque la mayoría del tiempo desencadena un aumento de peso. Lo mejor es establecer horarios para cada comida (desayuno, almuerzo, merienda y cena) y sumar dos colaciones”, comenta la nutricionista Pamela Peyrel, miembro del Centro Regional de Obesidad (CREO).

Ante los antojos dulces, los bombardeos con mensajes saludables deben ser sistemáticos y las alternativas, girar en el grupo de las frutas y los lácteos. “Los individuos aprendemos por imitación, por eso hay que aprovechar las edades tempranas para que nos vean comer sano e igualen nuestra rutina”, enfatiza Peyrel, especialista en orientar a las familias a poner orden en los menús diarios para esta etapa.

Otra de las formas propicias para educar pasa por la cocina lúdica. Con esta estrategia los chicos adquieren una mayor conciencia sobre el tiempo que se tarda en elaborar los productos y aprenden a disfrutar de los pasos previos sin que haya un mero “engullir, sin masticar”.

Se recomienda entonces -cuando aparece el antojo dulce- hacer postres caseros (como galletas, panqueques y helados de agua) o un menú que resignifique el fastfood.

Algunas alternativas son las pizzetas hechas con harina integral o las hamburguesas de avena.

Poco, mucho, nada

Entre los recaudos para desterrar las malas costumbres gastronómicas, la nutricionista Eugenia Posse enfatiza las proporciones correctas que debe tener un plato.

“La mitad debe llenarse siempre con verduras (sean cocidas, salteadas, al vapor, en ensaladas o grilladas). Un cuarto le corresponde a las proteínas como las carnes rojas y blancas o el huevo.

El resto es para los hidratos (papa, choclo, arroz, fideos, legumbres, etcétera)”, especifica. ¿Y? ¿Firmamos la paz con nuestra heladera?

Diferencias: identificá los tipos de hambre

“Estimado organismo, ¿tengo hambre?”. “Sí”. “¿Seguro?”. “No”. En este enfrentamiento entre ficción y ruidos estomacales, la nutricionista Pamela Peyrel nos brinda algunas claves para diferenciar los tantos. En una esquina del ring está el hambre real; entendido como una necesidad biológica y de supervivencia. “Aparece de a poco (cada unas tres o cuatro horas), es saciado por cualquier alimento que consumamos y la sensación es capaz de esperar”, explica la especialista. Además, al acabar el plato existe cierto bienestar y somos capaces de decir basta ante cualquier intento de ración extra.

Por el contrario, el hambre emocional se caracteriza por llegar repentinamente y ser caprichoso en sus demandas. “La sensación hace que no podamos esperar y suele involucrar antojos. Se siente en la boca y, al final, en algunos casos (no todos) genera que la persona experimente cierta culpa o vergüenza por su conducta”, acota Peyrel. De acá es que también se desprende la frase de consumir sin saborear los alimentos o los atracones. Ante la urgencia, el gusto se relega a un segundo plano.

Esta nota es de acceso libre.
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