Y después, ¿qué mundo seremos capaces de construir?

Y después, ¿qué mundo seremos capaces de construir?

Puede que la pandemia haga mucho ruido, pero Franco Berardi (“Bifo”) no escucha nada. Siente que la ansiedad de mantener el mundo unido se ha disuelto. “No hay pánico, no hay miedo, sino silencio. ¿Cuánto está destinado a durar el efecto de esta fijación psicótica que ha tomado el nombre de coronavirus?”, se pregunta, angustiado, el pensador italiano. “Rebelarse se ha revelado inútil -agrega-, así que detengámonos”. Mientras tanto, desde España Paul Preciado dispara: “si Foucault viviera, ¿habría aceptado encerrarse?”.

Sin haberlo planeado, filósofos de las más diversas latitudes contribuyen con sus textos a esa invitación que formula Bifo. Parar la pelota para mirar en profundidad esta realidad marcada a diario por el conteo de víctimas. No es un ejercicio sencillo cuando los hechos van cambiando la historia a toda velocidad. El mérito de haberles conferido una unidad a estos artículos, con forma de libro recopilatorio, es del docente e investigador platense Pablo Amadeo. Se llama “Sopa de Wuhan” y se lo encuentra gratis en internet.

“Es absolutamente necesario pasar a otro nivel, profundizar, complejizar las formas de mirar al mundo y las relaciones que construimos y nos constituyen -explicó Amadeo a Infobae-. Desconfío que encontremos líneas de acción mirando el noticiero. Hay que realizar otras lecturas y sobre todo, trabajar colectivamente sobre esas lecturas”. Amadeo compiló una serie de textos aparecidos en diversos medios durante las últimas semanas hasta darle forma a un corpus de 15 autores, bajo el paraguas de una llamativa iniciativa editorial a la que bautizó ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio).

El análisis sociopolítico es el hilo conductor de “Sopa de Wuhan”, pero las reflexiones se disparan en toda clase de direcciones. Entendible, tratándose de pensadores de diferentes edades, procedencias y formaciones. Es un caldo en el que los textos dialogan, se referencian, divergen, pero sin alterar el sabor. Funcionan como condimentos bien surtidos, pero armónicos al fin. En ese sentido, la polémica -generosamente viralizada hace varios días- entre Slavoj ŽiŽek y Byung-Chul Han puede abordarse desde la completitud de sus artículos.

Frente a frente

Repasemos: ŽiŽek vislumbra la posibilidad de un cambio radical una vez que pase la pandemia. “Tal amenaza global da lugar a la solidaridad global, nuestras pequeñas diferencias se vuelven insignificantes, todos trabajamos juntos para encontrar una solución, y aquí estamos hoy, en la vida real”, afirma el filósofo esloveno. A partir de allí, ŽiŽek se permite pensar en una economía global que no esté a merced de los mecanismos del mercado. “No es el comunismo a la vieja usanza”, aclara, más bien algún tipo de organización global que pueda controlar y regular la economía. Y subraya: “así como limitar la soberanía de los estados nacionales cuando sea necesario”.

“ŽiŽek se equivoca”, enfatiza Byung-Chul Han, cuyo escepticismo lo lleva a sostener que el capitalismo continuará con más pujanza una vez que el coronavirus retroceda. Ningún virus es capaz de hacer una revolución, remarca el pensador surcoreano -tal vez el filósofo estrella del momento-, eso corre por cuenta de los seres humanos. Y Han, preocupado por el avance de los sistemas de vigilancia social, como el chino, no transmite ningún optimismo.

El propio Bifo llega para terciar con su visión de lo que -posiblemente- venga, “Podríamos salir de esta situación imaginando una posibilidad que hasta ayer parecía impensable: redistribución del ingreso, reducción del tiempo de trabajo. Igualdad, frugalidad, abandono del paradigma del crecimiento, inversión de energías sociales en investigación, en educación, en salud”, se ilusiona. El filósofo italiano coloca a la humanidad frente a senderos que se bifurcan. Un camino sería el del sálvese quien pueda (“solos, agresivos, competitivos”); el otro implica un cambio de paradigma: “el virus es la condición de un salto mental que ninguna prédica política habría podido producir. La igualdad ha vuelto al centro de la escena. Imaginémosla como el punto de partida para el tiempo que vendrá”.

En el espejo

También dialogan los textos de Giorgio Agamben, otro italiano profundamente crítico con el sistema político y su accionar desde que la pandemia se disparó, y su amigo francés Jean Luc Nancy. En el caso de Nancy, lo que está en duda a su entender es el concepto total de civilización. “Hay una especie de excepción viral -biológica, informática, cultural- que nos pandemiza. Los gobiernos no son más que tristes ejecutores y desquitarse con ellos es más una maniobra de distracción que una reflexión política”, recalca.

Otro francés invadido por el escepticismo es Alain Badiou, persuadido de que el status quo se mantendrá en su país tras la pandemia. De lo que no se priva es de calificar al intenso tráfico en redes sociales de oscurantismo fascista y le atribuye un lugar de propagación de la parálisis mental y de los rumores fuera de control.

Preciado teme que tras la pandemia llegue una utopía de la comunidad inmune, traducida en una nueva forma de control del cuerpo. Lo describe así:

“El sujeto del technopatriarcado neoliberal que la covid-19 fabrica no tiene piel, es intocable, no tiene manos. No intercambia bienes físicos, ni toca monedas, paga con tarjeta de crédito. No tiene labios, no tiene lengua. No habla en directo, deja un mensaje de voz. No se reúne ni se colectiviza. Es radicalmente individuo.

No tiene rostro, tiene máscara. Su cuerpo orgánico se oculta para poder existir tras una serie indefinida de mediaciones semiotécnicas, una serie de prótesis cibernéticas que le sirven de máscara: la máscara de la dirección de correo electrónico, la máscara de la cuenta Facebook, la máscara de Instagram. No es un agente físico, sino un consumidor digital, un teleproductor, es un código, un pixel, una cuenta bancaria, una puerta con un nombre, un domicilio al que Amazon puede enviar sus pedidos”.

Todas las voces

Judith Butler y David Harvey analizan el contexto social en el mundo anglosajón. Butler, una entusiasta seguidora de Bernie Sanders en la carrera hacia la presidencia de Estados Unidos, introduce una cuestión que se discute largamente en su país: la salud como un derecho humano, concepto rebatido desde las usinas republicanas y directamente rechazado en el ideario de políticos como Donald Trump. Butler, adalidad del pensamiento feminista, subraya una y otra vez: “el virus no discrimina”.

La pandemia es un trampolín que permite saltar a toda clase de abordajes. Según el filósofo español Santiago López Petit, el coronavirus (“aquello incalculable en su ambivalencia”) ha sido capaz de escapar a los algoritmos que organizan el mundo, algoritmos que -según él- representan nuestro auténtico confinamiento. El uruguayo Raúl Zibechi advierte sobre el incierto destino de las democracias europeas, mientras Gustavo Yáñez González y Patricia Manrique se interesan por la fragilidad de los cuerpos, por nuevas formas de hospitalidad y por cómo considerarnos a “nosotros” y a los “otros” en circunstancias como estas.

“Cuando pase la pandemia viral necesitaremos una pandemia metafísica, una unión de todos los pueblos bajo el techo común del cielo del que nunca podremos evadirnos -escribe el alemán Markus Gabriel-. Vivimos y seguiremos viviendo en la tierra; somos y seguiremos siendo mortales y frágiles. Convirtámonos, por tanto, en ciudadanos del mundo, en cosmopolitas de una pandemia metafísica. Cualquier otra actitud nos exterminará y ningún virólogo nos podrá salvar”.

Un texto disruptivo es el de la boliviana María Galindo, impactada por el discurso de la presidenta Jeanine Añez, que parecía hablarles a ciudadanos europeos, no de uno de los países más pobres de América latina. Galindo lo plantea así:

“¿Qué pasa si nos organizamos socialmente?

¿Qué pasa si nos preparamos para besar a los muertos y para cuidar a las vivas y los vivos por fuera de prohibiciones, que lo único que están produciendo es el control de nuestro espacio y nuestras vidas?

¿Qué pasa si pasamos del abastecimiento individual a la olla común contagiosa y festiva como tantas veces lo hemos hecho?

Dirán una vez más que estoy loca, y que lo mejor es obedecer el aislamiento, la reclusión, el no contacto y la no contestación de las medidas cuando lo más probable es que tú, tu amante, tu amiga, tu vecina, o tu madre se contagien.

Dirán una vez más que estoy loca cuando sabemos que en esta sociedad nunca hubo las camas de hospital que necesitamos y que si vamos a sus puertas ahí mismo moriremos rogando.

¿Qué pasa si decidimos desobedecer para sobrevivir?”

Una invitación

LA GACETA habilitó el fin de semana pasado un espacio para la reflexión en tiempos de cuarentena. El próximo domingo escribirán allí los decanos de las 13 facultades de la UNT. Los pensamientos circulan, motivados por lo excepcional del momento histórico, pero también como un efecto colateral del aislamiento. Es la oportunidad de mirarnos y, sobre todo, de proyectarnos, de entender que la salida de la pandemia ofrece oportunidades. Al menos, de ilusionarnos con otra clase de mundo, un poco mejor.

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