Se fue la era AC y llega la nueva DC

Se fue la era AC y llega la nueva DC

Los temas de los que hablamos han cambiado brutalmente al pasar de la era del 'Antes del coronavirus' a la del 'Durante o Después del coronavirus'. Llega fin de mes y vendrán los vencimientos que deberán pagarse para evitar riesgos.

Se fue la era AC y llega la nueva DC

El encierro nos ha traído una dosis importante de amnesia. Muy pocos recuerdan que en la era AC la sociedad se encontraba sacudida por la muerte violenta e injusta de un joven al que lo molieron a patadas hasta que dio su último aliento porque si. Discutíamos si era el rugby, la sociedad, la juventud o el alcohol los que habían provocado esa muerte.

Se acuerdan. ¿Y la grieta? ¿Y los excesivos gastos de la política? ¿Y las desatenciones de la Nación a los tucumanos por Cristina sí o Cristina no? ¿Y si el Papa es peronista o camporista? ¿Y la pelea de Manzur y Jaldo? ¿Y la denuncia contra el senador Alperovich? ¿Y la inseguridad? También hablábamos de la corrupción, de los problemas institucionales que nos hacían desconfiar de nuestras autoridades. Y, obviamente, hablábamos de Messi, de Maradona, de los deca y de los santos. En nuestras preocupaciones no faltaban el incremento de la violencia doméstica, el debate por el aborto, las drogas y su reinado y la deuda eterna de los argentinos.

Ahora sabemos que todo lo que pasó, ocurrió en la era AC (Antes del coronavirus) y que en esta nueva era DC (Durante o después de la covid-19) todo será diferente, como dice un creativo mayor, amante de los autos y de la buena música. Nuestros tópicos se han reducido al mínimo. La muerte es uno de ellos, pero (como ocurre con las drogas o el alcohol) se trata de un asunto del que todos saben algo, aunque se lo esconde o no se lo afronta. Sin embargo, la parca está más presente que nunca en nuestro día a día. Opinar sobre la pandemia es inevitable.

Con el correr de los días se han empezado a abrir corrientes de pensamiento. Aparecen los que están seguros de que el confinamiento y el cierre total son la solución hasta que llegue la vacuna. Pero también están los que creen que hay que terminar cuanto antes con este encierro. Exponen dos argumentos fuertes. Uno es la necesidad de tener anticuerpos para vivir afuera. El otro es económico. Cada día que pasa se produce un poco menos y por lo tanto hay menos posibilidades de que el mundo funcione.

El mundo DC (Durante o Después del coronavirus) encierra una ilusión. Muchos se imaginan que pronto todo pasará y que mientras tanto no hay que pagar nada porque no se puede hacer nada. Sin embargo, el mundo cerrado no implica que el planeta haya dejado de dar vueltas, ni que sus pobladores hayan dejado de respirar, ni de comer. No se ha congelado nada. El mundo gratuito que se recita desde la imprudencia y desde la ignorancia es mentira. Los gobernadores revisan las cuestiones de salud con un ojo y con el otro repasan los ingresos por la coparticipación federal y por la recaudación de los impuestos provinciales. No sólo Manzur. Todos. Algo idéntico les ocurre a los CEO de las principales empresas. Los desvela pagar los sueldos, algo que hasta hace no tanto era cuanto mucho un estornudo, ahora es un riesgo de quiebre. Ni hablar del dueño de un kiosquito…

Estamos viviendo un mundo absolutamente distinto y desconocido, pero el sistema es el mismo. Con las mismas costumbres, los mismos cuidados y los mismos excesos que en la era AC. Los sueldos deben seguir pagándose, los servicios (la luz, el gas, la recolección de basura, internet, el teléfono...) deben seguir andando y abonándose; y la comida sigue siendo un bien que se adquiere. La fantasía de que nada se paga y todo se regala puede aparecer en el listado de Netflix o en algún envío en el celular. Pero no es real.

Está claro que al pararse la máquina, los cuentapropistas y muchos sectores serán expulsados del paraíso DC, pero otros están obligados a cumplir con los contratos preestablecidos. Soñar con que los Estados se harán cargo de todo es más un delirio de la fiebre coronavirusana que de la simple realidad. Sin dudas que los gobiernos tendrán que salir a rescatar a los expulsados del sistema. Por eso en esta era DC la responsabilidad y la sinceridad evitarán el colapso total. La picardía de los desposeídos, de los empresarios, de los laburantes no debería tener cabida en esta era. Es como las mentiras que llegan por WhatsApp y se difunden por doquier sin preguntarse antes si tienen una pizca de verdad. La mentira empieza a tener anticuerpos en la vida de responsabilidad.

Desde el norte

Una de las voces que ha sonado fuerte esta semana fue la del provocativo periodista Thomas Friedman del New York Times: “O dejamos que muchos recibamos el coronavirus, nos recuperemos y volvamos al trabajo, tratando de proteger a los más vulnerables… o cerramos todo buscando salvar a todos en todo el mundo, sin importar su perfil de riesgo, y así matar a muchas personas por otros medios, matar nuestra economía y matar nuestro futuro.”

EEUU ha pasado a encabezar las ominosas estadísticas de avance de la pandemia. Casualmente (¿o causalmente?) Trump es renuente a las medidas sanitarias con efecto recesivo. Teme que el deterioro económico amenace su reelección, que parecía asegurada; pero además piensa así en su condición de empresario importante.

Europa cruje ante la impotencia de sus sistemas sanitarios y ante la morosidad de los gobiernos en adoptar medidas. La turbadora noticia de que Boris Johnson y el príncipe Carlos tienen el virus habla por sí misma. El primer ministro se ufanó de haber estrechado manos de personas sin interesarle si tenían o no coronavirus en la visita a un hospital.

En Sudamérica el “enemigo invisible” empieza a hacer estragos, sin que los países hayan podido coordinar entre ellos ninguna inicativa. El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, se ha burlado reiteradamente de la gravedad del problema.

Alberto Fernández es su contracara. Se ha parado ante la amenaza como un fundamentalista de la salud pública: “Me importa la salud de los argentinos, esa es mi prioridad”. Quiere decir que no dará marcha atrás con la cuarentena, aún sabiendo su costo político. Sin embargo, esa apuesta le ha dado frutos: su imagen positiva trepó al 80%.

Deberá dar la batalla con armas limitadas, con un sistema sanitario desfinanciado, que viene con serias anomalías. Hay 13 hospitales públicos importantes terminados en todo el país que nunca empezaron a funcionar por carecer de equipamiento y de personal. El campo de batalla tampoco ayuda: 35,4% de la población es pobre; hay 5 millones de monotributistas y otros tantos son trabajadores están en negro. Hay, también, 2 millones de desocupados que viven del cuentrapropismo, que no saldrán a trabajar para preservarse de un virus que no ven, pero que sí lo harán cuando sientan sonar sus tripas.

Las expectativas para la batalla son discretas. La especulación oficial es que, en el mejor de los casos, empezará junio con 250.000 personas contagiadas; y, aproximadamente, con 7.000 muertos. Sin seguir con el aislamiento, los contagiados subirían a 2,2 millones de personas; y los fallecidos, a 66.000.

Con ese reducido bagaje de certezas, Fernández anunció la cuarentena, rodeado de todos los gobernadores. Allí comenzó la verdadera construcción de su liderazgo, actuando y tomando decisiones, tratando de conjugar lo epidemiológico con lo económico. Las imágenes con Rodríguez Larreta y Kicillof le son fundamentales y lo diferencian del patético escenario brasileño, donde Bolsonaro se enfrenta a los gobernadores de su país respecto de cómo actuar ante la pandemia, lo que lo pone al borde del impeachment.

Fernandez necesita esas alianzas para tener espaldas frente a lo que se viene: keynesianismo puro y aplicación de medidas económicas “contra cíclicas” para mitigar los efectos recesivos, olvidándose un tiempo del déficit fiscal. En ello coinciden economistas de diferentes tendencias. Por ello no sorprende escuchar a Carlos Melconian decir que “el Estado debe intervenir ya, con ayuda fiscal, para el pago de sueldos en las empresas, para mantener el empleo, profundizar el control de cambios y avanzar con un relajamiento monetario”.

Y mientras todo eso acontece en el mundo y en el país, en Tucson Manzur deambula de un lugar al otro, tratando de mostrarse más hiperkinético que en la campaña. La realidad lo asusta. Como el jueves pasado, cuando en medio de la tormenta en Yerba Buena se quedó sin luz en su casa. Se preguntó si había pagado la boleta. Fue un sacudón de la realidad y de la naturaleza. Esto, seguramente, le va a pasar a más de un tucumano...

Y, otra vez, el dilema del encierro y de la economía, el tema del que no podemos dejar de hablar.

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