Por una cultura de la higiene

Por una cultura de la higiene

Uno de los aspectos más tristes de nuestro paisaje tucumano es la basura que nos rodea. Donde sea que estemos, en cualquier espacio público de la provincia, y en especial en las ciudades, la mugre está constantemente a la vista. Eliminar la basura es un problema complejo para cualquier municipio de la provincia.

El principal problema con la basura es que es democrática. Todos la generamos. Consecuentemente, todos tenemos que participar de su higiénico destino. Incluye a los organismos del Estado, a los funcionarios y a las empresas privadas que trabajan específicamente en eso. La basura necesita de espacios y de horarios definidos para su recolección. Ni hablar de los depósitos. Hace un mes, en la edición de LA GACETA del 29 de febrero, se publicó un dato bochornoso: según estudios de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UNT, ya alcanzan el medio millar los vaciaderos en toda la provincia.

Hay, en torno de la basura, una dimensión más: la de la acción individual de los ciudadanos. La buena educación comienza por casa. No podemos esperar que el Estado haga todo por nosotros. Sí podemos pedir, en cambio, que promueva cambios en usos y costumbres para tener las ciudades que queremos.

Hay tanta falta de responsabilidad con la basura que, sin ningún tipo de pudor, mucha gente a nuestro alrededor tira al piso lo que no le sirve: envoltorios, envases, pañuelos, lo que sea. Y lo hace delante de cualquiera. Hay conductores que en pleno microcentro arrojan envases desde sus vehículos con total descaro. ¿Qué responsabilidad nos cabe a los demás? ¿Qué hacer, o qué decir frente a este abuso del espacio público? Nadie amonesta a nadie. Sería deseable que los jóvenes agentes de policía que se suman a nuestras calles, por motivos de seguridad, pudieran actuar también como agentes de educación e higiene. Orden, urbanidad e higiene pública deberían ir de la mano.

Sumemos a esto otra situación lamentable: en determinados sectores de la capital, los peatones tienen que caminar demasiadas cuadras antes de conseguir un cesto donde deshacerse de lo que necesita. En los municipios del interior la situación es similar, cuando no peor. Pero aquí, otra vez, aparece la dimensión del comportamiento de los ciudadanos. Ya, en una información sobre la continua destrucción de estos recipientes publicada el 11 de febrero de 2003, se calculaba que un 70% permanecía roto, producto de la continua vandalización de los bienes públicos. “Lo ideal sería tener dos por cuadra”, se decía en aquel momento, pero lo cierto es que esta carencia de recipientes, deriva en la mala costumbre de usar canteros de árboles y de plantas como si fueran basureros. Entre tantas e incontables variantes de este flagelo urbano.

Debemos destacar, sí, que desde hace pocos años, una cultura de la limpieza y el reciclaje asoma por estas tierras. Los dueños de mascotas que recogen los excrementos en bolsitas; la generación de “compost”, de residuos orgánicos, para alimentar el jardín en algunas casas; las jornadas de limpieza que se llevaron a cabo en los diques “El Cadillal” y “La Angostura” hace alrededor de un mes.

La cuarentena que se ha dispuesto para enfrentar la pandemia de coronavirus ha restringido la circulación de personas en las ciudades. Esta circunstancia bien podría ser tomada como una oportunidad para la limpieza del espacio público por parte de las autoridades, y como una chance para desterrar comportamientos desaprensivos y apostar por una cultura de la higiene.

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