Entre sus dedos, Beethoven estaba de fiesta

Entre sus dedos, Beethoven estaba de fiesta

Fue uno de los destacados pianistas del siglo XX. Nació en Bohemia hace 117 años. Su mentor y su gran amor. El exilio en Estados Unidos.

PIANISTA DE EXCELENCIA. Rudolf Serkin falleció en 1991, luego de una vida dedicada apasionadamente a la música, tanto en Europa como en EEUU. PIANISTA DE EXCELENCIA. Rudolf Serkin falleció en 1991, luego de una vida dedicada apasionadamente a la música, tanto en Europa como en EEUU.

La ansiedad de 17 años llega con la valija a la estación de trenes de Viena. Se sienta en un banco. El solo hecho de pensar que va a estudiar en París con el legendario Alfred Cortot, le hace parpadear los anteojos. Sus pupilas parpadean un racimo de luciérnagas. Ha sido seleccionado en una larga lista aspirantes.

Las manos sueñan con caminar por los teclados del mundo. Luego de esperar un tiempo prudencial, se dirige a la boletería. Una mala nueva. El tren ya ha partido. La desesperación es una enredadera en los nervios del pianista. Teme volver a casa. Vagabundea por las calles vienesas, no precisamente en busca de salchichas. El anuncio en un teatro lo sorprende. El violín de Adolf Busch está a punto de salir al escenario. “Fue extraordinario. Fui a saludarlo. Me encontré con una señora conocida, quien me lo presentó. Enterado de mi frustración, me aconsejó que fuera a Berlín a estudiar con Ferruccio Busoni, pero yo no tenía un céntimo. ¡Ningún problema! Busch me dio el dinero para el viaje, una carta de recomendación para Busoni y me invitó a vivir en su casa”, evoca.

1903, 28 de marzo. Eger, Bohemia. La bondad insufla sus dones en el primer berrinche de un changuito. Ocho hijos rodean a ese padre que ama cantar. “Cuando él se casó, sus suegros lo hicieron encargado de un comercio, que al poco tiempo tuvo que cerrar, como ocurrió con otros negocios posteriores. Cuando tenía siete años, mis padres, que pensaban que tenía algún talento para la música, me enviaron a estudiar a Austria”, dice.

En las montañas

Un colegio privado en las montañas le abre las puertas. “Con sus 15 años ya era profesor de piano. Una sola vez lo había visto de traje durante la representación de ‘Sueño de una noche de verano’, de Felix Mendelssohn. Muchas veces tocaba en forma maravillosa para nosotros y otras delante de 250 invitados. Nos habíamos acostumbrado que todo su traje de pianista era un pantalón de baño y una corbata al cuello”, cuenta la encargada de vigilar en ese entonces la higiene de los changos.

“Un día se anunció la visita del vicario del imperio húngaro, quien quería dejar sus dos hijos en el colegio porque había oído que allí enseñaba un talentoso profesor de piano. Había que conseguir un traje decente para Rudy porque pensábamos que al almirante anticomunista no le gustaría para sus niños un joven profesor con camisa rusa y alpargatas. Después de dos semanas largas, él les preguntó: ‘díganme, ¿quieren la música?’ Y ellos contestaron: ‘no la podemos soportar’. Quitó suavemente las manos de los niños del teclado, cerró la tapa del piano y les dijo: ‘Entonces, tienen que prometerme que nunca jamás en la vida tocarán un instrumento. La música es algo muy bello’”, relata la encargada.

Amor en vena

1915. Los 12 años debutan con la Orquesta Filarmónica de Viena. Estudia en la capital austríaca con Robert Richard y Arnold Schœnberg. En Berlín, Busoni lo escucha: “No necesitas recibir ninguna lección. Pero tienes que continuar practicando duramente y escuchar mucha música”, le aconseja. El suegro ha creado el Cuarteto Busch para difundir la música alemana. Londres. En los Estudios Abbey Road, graba con el conjunto piezas de Johann Sebastian Bach, Ludwig van Beethoven y Franz Schubert, grabaciones que se convierten en referencia.

1933. El nazi Hermann Göring le ofrece trabajo; si acepta debe renunciar a tocar en público por ser judío. El exilio les da la mano a él y a su suegro, germano de la primera hora. Suiza, su destino. Irene Busch, 14 años más chica, puebla de amor sus venas. 1937. Boda. Finalmente, Estados Unidos los abraza en 1939. Él ya es conocido: en 1933, se ha presentado en el Coolidge Festival de Washington y al año siguiente, Arturo Toscanini y la Orquesta Filarmónica de Nueva York lo han acompañado; el Carnegie Hall lo escucha como recitalista en 1937. Enseña ahora en el Cutis Institute de Filadelfia.

Se le va la mano

Entrega a los públicos su fervor por Bach, Beethoven y Schubert. Al concluir un concierto dirigido por Busch, este lo empuja a hacer un bis. “¿Qué toco?”, pregunta Rudy. “Las Variaciones Goldberg”, le acota Adolf bromeando. Al final de la obra de Bach (dura 80 minutos) solo quedan cuatro personas en el teatro, incluyendo al solista.

1950. Funda con su suegro en Vermont (Estados Unidos) el Festival-Escuela Marlboro, un ámbito para confraternizar y hacer brotar la música en la montaña. “El paisaje saca afuera la generosidad que existe en todos los seres humanos, aunque a veces haya que raspar un poco para encontrarla. Esta comunidad lo educa a uno. En una ocasión, tuvimos aquí a un virtuoso del violín que era muy arrogante, que ni siquiera quería ayudar en el comedor. De modo que, sin planearlo ni convenirlo, nadie le servía a él. Tenía que servirse por su cuenta, y al cabo de diez días se convirtió en una amable persona. Este es un lugar para aprender a tocar el segundo violín. Mucha gente sabe tocar el primero, pero tocar bien el segundo, bien y con belleza, es un gran arte”, reflexiona.

La Presidential Medal Of Freedom, la National Medal of Arts, dos de los importantes lauros que recibe a lo largo de su camino. Una expresividad de excepción lo distingue de sus colegas, especialmente en Schubert, Mozart, Brahms. En sus dedos Beethoven está de fiesta.

Sus preferidos

1988. El cáncer lo tiene contra las cuerdas. El cariño de cinco hijos (el sexto ha muerto cuando niño) y el amor de Irene le arrullan el alma. “Quienes más me influyeron fueron Schœnberg por el amor a las estructuras; Busch por el placer estético de la forma y Toscanini por su disciplina rítmica y la fidelidad al autor”, sostiene.

Ese 8 de mayo de 1991, los acordes de la Hammerklavier estremecen una vez más su corazón. La timidez y la bondad despiden a un compañero de ruta. Rudolf Serkin está haciendo cantar su piano en los ecos de la muerte.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios