El enemigo es la desinformación

El enemigo es la desinformación

Hoy más que nunca hay que desconfiar de lo que circula gratis, porque allí anida la falsedad.

El enemigo es la desinformación

El escenario tan excepcional y extraordinario que ha creado la pandemia del coronavirus Covid-19 corrobora el carácter esencial del periodismo profesional, que es el que actúa con la máxima libertad y transparencia posibles. Esta prensa es un bien escaso por razones obvias: hacerla es muy costoso no sólo desde el punto de vista económico. También requiere valores como el coraje; la capacidad para tolerar las presiones y la voluntad de formular preguntas incómodas a quienes manejan el poder. El periodismo que es vital para la democracia y para la república, y la vigencia del orden constitucional, transcurre en un ambiente tenso y a menudo hostil. Por algo la definición clásica de noticia postula que esta consiste en la revelación de información que los poderosos preferirían mantener oculta. Todo cambia en la forma de comunicarnos, menos aquel concepto.

Hoy más que nunca es fundamental desconfiar de lo que circula gratis porque allí anida la falsedad. Por más bien intencionadas que puedan lucir esas publicaciones reproducidas en las redes sociales, la realidad es que no han sido sometidas a un aparato profesional de control de calidad y chequeo de las fuentes, y que suelen mezclar “los hechos” con “la opinión”. Esa confusión conduce a los consumidores desprevenidos a infectarse, y a infectar de mentiras y engaños su esfera personal. Es un fenómeno muy complejo que puede llegar a distorsionar la realidad sobre la base de la inflamación del miedo, el odio y las emociones, y que, según se ha demostrado, carece de inocencia. Como lo acreditó el escándalo de Cambridge Analytica, se trata de estrategias de comunicación orientadas a instalar un clima que produzca beneficios muy concretos desde el punto de vista político y material.

La tecnología disponible permite mitigar los efectos negativos del aislamiento, pero, según como se la use, también puede exacerbarlos. Este peligro suele ser subestimado o pasar inadvertido para los millones de usuarios de internet que simplemente “navegan sin red”, y corren el riesgo de tomar por ciertos y verificados datos e interpretaciones que son auténticos bulos. La pandemia ha dado lugar a una producción intensa de engaños, algunos muy sofisticados, como el falso decreto del Poder Ejecutivo de la Nación divulgado antes de que el presidente Alberto Fernández pusiera al país en cuarentena. En este período también han propagado mentiras valiéndose de la imagen de LA GACETA: la ciudadanía común ignora, tal vez, que resulta más sencillo que nunca manipularla -todo se puede trucar en cuestión de minutos y hacer que parezca verosímil-.

El único antídoto contra ese mal está en la consulta de la prensa comprometida con la verdad porque allí existe un pacto de buena fe con el lector. No es que el periodismo libre esté exento de errores, sino que expone sus puntos de vista con nombre y apellido, y se hace cargo de lo que dice simplemente porque una equivocación podría arruinar su reputación, sin importar que el resto de las veces haya acertado. Y los medios de comunicación no son robots que activan y desactivan cuentas según su conveniencia, sino que viven de su prestigio y es gracias a él que prestan su servicio social indispensable.

Muchos quisieran extinguir el periodismo porque no pueden manejarlo. Esas mentes enfermas y desestabilizadoras están inoculando su objetivo inconstitucional por medio de campañas que desacreditan las políticas de suscripciones instaladas para solventar una actividad empresarial que, como primera medida, requiere que los periodistas estén bien remunerados. En los últimos tiempos han proliferado el descontento y la protesta porque ciertas publicaciones no tienen acceso ilimitado, pese a que en LA GACETA la gran mayoría sí son de consulta libre, sobre todo las relativas a alertas, anuncios oficiales y datos útiles sobre el coronavirus y el dengue. En paralelo, existe un ensalzamiento de la gratuidad cuya letra chica es aterradora: alguien siempre paga y la cuenta es susceptible de conducir a la bancarrota colectiva.

En esta coyuntura tan inédita y, por momentos, desesperante, es menester recordar los perjuicios de la publicidad encubierta, y entender que la información limpia y cuyo origen está a la vista es la única que ayuda a tomar buenas decisiones, máxime en una encrucijada de confinamiento obligatorio. También hay que aceptar que así como no es admisible que el productor de hortalizas entregue su producción sin exigir un precio, tampoco es viable pretender el mejor periodismo sin reconocer lo que este vale porque lo contrario llevaría a que no haya alimentos ni una crónica confiable de la realidad. Hoy y siempre, sólo la verdad cura y salva, y conduce al progreso individual y al bien común. Para quienes se aferran a ello, el enemigo es el mismo: la desinformación.

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