Lo que ni la guerra había logrado

Lo que ni la guerra había logrado

Empiezo a escribir este artículo mientras veo por TyC Sports que comienza el partido Los Andes contra Almirante Brown. Fecha 8 fecha de la Primera B Metropolitana. Sin público, claro. Y en medio una lluvia que no cesa. Mano dentro del área. Penal y gol de Brown, a los 2 minutos de iniciado el partido. La sensación, eterna, de que todo en el mundo podrá detenerse, pero que siempre habrá alguien jugando fútbol.

Son horas de miedo, de incertidumbre y de decisiones que se toman momento a momento. A veces improvisando; a veces copiando lo que hacen otros y, seguramente, equivocando y corrigiendo de un día a otro. Pandemia en tiempos de redes sociales. Y eso que no somos Europa -norte de Italia, en especial; epicentro del coronavirus que está cambiando al mundo-. Estableciendo muros en los lugares menos pensados. Aislando a buena parte de los más pudientes. No discriminando a los más vulnerables, como venía sucediendo.

¿Estuvo bien River adelantándose a lo que seguramente sucederá en pocos días más? ¿Está bien cortarse con decisiones individuales, más allá de lo que establecen autoridades del Gobierno, corporaciones patronales y gremios? Resulta inevitable asociar la decisión de River con su interna con la AFA. Resulta inevitable pensar, también, que a nadie le gusta que lo obliguen a acatar decisiones que tienen que ver con su salud, sin las suficientes explicaciones. Acatar porque sí.

Hay quienes creen que ya mismo debe poco menos que paralizarse todo en el país, a modo de precaución. Para estar menos vulnerables cuando el virus, como todo parece indicarlo, sea aun mucho más explosivo. Otros, con argumentos también poderosos, creen que resulta inútil tomar decisiones individuales, desoyendo a los especialistas más reputados, precipitando así consecuencias económicas y sociales que conlleva el aislamiento forzado.

Asusta leer que la principal potencia del mundo, el presidente más poderoso del mundo, ha improvisado del modo que lo ha hecho. Donald Trump comenzó echándole la culpa del virus a la prensa y, luego, a los extranjeros. Leo en la prensa más creíble de Estados Unidos informes durísimos sobre la ineptitud de un líder arrogante, narcisista, parecido a otro “presidente-macho”: el brasileño Jair Bolsonaro, que también se burló del virus, hasta que él mismo debió someterse a una prueba y aparecer con barbijo en la TV. Primero o Tercer Mundo. Da igual. ¿La salud de buena parte de la población mundial está en menos de gente como esa? ¿Y la empresaria uruguaya que fue a un casamiento con quinientas personas a las pocas horas de llegar de Madrid y a la que le detectaron luego que tenía coronavirus? Las élites, sabemos, suelen creerse inmunes e impunes.

El deporte, obviamente, está paralizado. La señal más poderosa la vi cuando se detuvieron las grandes ligas del deporte de Estados Unidos. Ni las guerras las habían detenido. Y lo que sucedió este fin de semana con la Fórmula 1, que comenzaba su Mundial en Australia, fue la otra señal más dura. Los organizadores que esperaron hasta último momento. Que recién anunciaron la cancelación cuando los aficionados ya estaban haciendo fila para ingresar a la sesión de ensayos del viernes en el Albert Park de Melbourne. Habrá economías resentidas, claro. Pero el mundo no cambiará por una carrera o un partido menos. Aunque siga por la tele Los Andes-Brown, la pelota, ahora, está en otro lado.

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