El Gobierno,la única oposición al Gobierno

El Gobierno,la única oposición al Gobierno

La ministra de Gobierno, Carolina Vargas Aignasse, admitió posibles errores en la comunicación con los gremios, de entendimiento respecto de la reposición del último tramo de la cláusula gatillo y hasta dijo que era comprensible el malestar de maestros y estatales en torno de la negociación salarial.

El ministro de Educación, Juan Pablo Lichtmajer, sostuvo que el lunes que pasó la actividad escolar era casi normal, que ellos estaban en las escuelas y que los docentes sabían que debían ir a las aulas o se les descontaría el día. Repitió ayer lo mismo: que ellos estaban trabajando y que el pedido de renuncia de los que estaban en la plaza nada tenía que ver con la actividad escolar.

Dos discursos distintos, dos visiones diferentes y dos formas de entender la política totalmente opuestas. Si la diáspora entre los dos ministros es común entre los integrantes del Poder Ejecutivo es posible entender mejor los yerros del Gobierno en el conflicto con los trabajadores del Estado. ¿Será así? Por lo pronto, los hechos mostraron a un gobernador, Juan Manzur, que quedó en off side aseverando que las clases habían comenzado y que todas las escuelas estaban abiertas, mientras se propagaban las imágenes de establecimientos con puertas cerradas con candado y otras abiertas, pero vacías. Fue una afrenta para los maestros no alineados con el Frente Gremial Docente que, apoyados por los gremialistas disidentes a ese grupo, coparon la plaza Independencia como hacía décadas no sucedía. También alteró los ánimos el ineficaz e inoportuno manotazo de ahogado que significó dictar la conciliación obligatoria. Falló la política, porque al parecer nadie entendió en el Poder Ejecutivo que el horno no estaba para bollos. Se omitió escuchar el runrún de “la gente” y se confió demasiado en las buenas gestiones de los gremialistas amigos. Para colmo de males, esa sordera envalentonó a varios: ahora copan las calles, cada vez con mayor adhesión, autoconvocados de la salud, de los docentes y de distintas reparticiones estatales en general. ¿Qué legitimidad poseen ahora los gremios “oficiales” si las bases les dan la espalda? El Gobierno deberá abocarse a la tarea de recomponer esos canales de diálogo y, principalmente, de recuperar credibilidad. Porque ello también falló. Los estatales ya no confían en un Poder Ejecutivo que apenas Alberto Fernández dijo “no” a las cláusulas gatillo emitió un decreto para desconocer lo que había prometido por escrito abonar. Y que poco más de un mes después dijo que sí reconocería y que “la cosa no era tan así”.

En los tiempos y en las formas la administración de Manzur hizo agua. Algunos oficialistas endilgan el error a su propio líder, el Gobernador, por haber tomado aquella decisión de enero apresuradamente y sin medir las consecuencias que podía traer aparejadas. Otros, a los que están alrededor suyo, que no supieron -o no se atrevieron- a asesorarlo y frenar -o al menos morigerar- el decreto de ajuste.

El gobernador tampoco admitió, al menos públicamente, que se podría haber incurrido en errores o en comunicaciones poco claras. De esa forma, quedó como un líder ajeno a lo que pasa en sus calles. Algo extraño para un Manzur que durante los primeros cuatro años de gestión siempre se mostró abierto y autocrítico.

En el Gobierno tampoco parecen estar viendo que con la inseguridad puede caerle encima otra plaza llena. Escasean las explicaciones o la muestra de una política firme para combatir las oleadas de delitos que cada tanto arrasan con vidas de tucumanos o que atemorizan a muchos otros que sufren robos, arrebatos y entraderas con asiduidad. En cada vez más barrios los vecinos se organizan, se reúnen y buscan soluciones. Ya ni se preocupan -ni quieren- invitar a policías o a políticos para que los escuchen o ayuden a buscar respuestas.

En el discurso de apertura de sesiones Manzur reiteró un plan que anunciaron ya otras veces: incorporar más policías, distribuirlos mejor y fortalecer el cada vez más desguazado 911.

En lo que debería ser su paraíso político, con partidos y dirigentes débiles que le hagan frente, y con una administración nacional cuyo presidente le debe mucho, Manzur atraviesa los momentos más tensos de sus años sentado en el sillón de Lucas Córdoba. Hoy la oposición al Gobierno parece ser el propio Gobierno.

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