Un joven venezolano alegra las calles de Tucumán con su acordeón

Un joven venezolano alegra las calles de Tucumán con su acordeón

José Gabriel Martínez, de 19 años, músico autodidacta, llegó hace dos meses a Tucumán. Su pasión es el vallenato.

Maracaibo, al noroeste de Venezuela, es la ciudad del verano eterno. La temperatura nunca baja de 30° ni sube de 35°. Desde el mar llega una brisa fresca. La gente es alegre y las casas, de estilo colonial, están pintadas cada una de un color diferente. A José Gabriel Martínez, de tan solo 19 años, esa sensación de tibieza, por momentos sofocante, le recuerda a su patria. Quizás por eso se queda en Tucumán, donde siente ese “calor de hogar” (aunque a veces se convierta en un “soplete” ).

José Gabriel cierra los ojos en la esquina de 25 de Mayo y Córdoba, frente al Correo, y se monta en un vallenato tras otro, con su acordeón rojo. Dos horas y media, tres, sin parar. “Me entusiasmo tocando y el tiempo pasa rápido”, dice el joven de ojos almendrados color café. Sólo cuando levanta sus párpados advierte lo que le han dejado en su caja de cartón. Con ese dinero este inmigrante solitario paga su hostel y vive como puede. Hace poco encontró trabajo en una cafetería.

Un cartel escrito a mano reza: “Ayúdenme a volver a estar con ella”. Se refiere a Tatianis, su novia de 17 años, que se fue con su familia a los Estados Unidos por la misma razón que se fue él. “Yo no me marché con ella porque no tenía la visa. Ni siquiera tengo el pasaporte venezolano, porque todavía lo estoy pagando”, explica este joven de sonrisa blanca. El año pasado abandonó su pueblo, Perijá, a 100 km de Maracaibo. Estaba cansado de no tener lo indispensable para vivir: luz, agua, medicamentos, y sobre todo, tranquilidad. “Todo el país estuvo cinco días seguidos sin luz, después venía de a ratos, y volvió a cortarse por otros cinco días más. No aguanté y me fui. Además, Venezuela ya no es la misma. Mi familia está diseminada por España, donde está mi hermana; Colombia, donde está mi mamá; y mis primos y tíos en Suiza, México, Chile, Dinamarca, Perú y Ecuador”, cuenta sin orgullo.

Hasta el año pasado José Gabriel estudiaba Psicología en la Facultad, de Maracaibo. Su madre es farmacéutica y su padre tenía un negocio de artículos para el agro, vendía desde maquinrias agrícolas. “Pero el negocio se vino abajo desde que las grandes empresas proveedoras se fueron del país. Mi madre gana más comprando cosas en Colombia y revendiendo en Venezuela, donde escasea todo, que viviendo de su profesión. Los bolívares no valen nada, la gente se maneja con dólares. Yo trabajaba para ganar 7 dólares al mes. Con mi último sueldo me compré un kilo de harina y unas cuantas verduras” sonríe sin alegría.

La mirada triste del adolescente contrasta con los rápidos vallenatos colombianos que inspira y espira su acordeón marca Honer. Las composiciones de Rafael Escalona, Leandro Díaz, Alejo Durán y Simón Díaz le cambian el ritmo a la esquina de la Anses.

Hospitalidad tucumana

“Aquí la gente es muy chébere. Nunca me sentí tan bien tratado. En Perú cuando yo tocaba en la calle, me preguntaban si era venezolano. Una sola vez dije que sí, y me dieron la espalda con el billete en la mano. Tenía que decir que era colombiano”, cuenta el joven que ahora tiene muchos amigos tucumanos.

“Las tucumanas son muy lindas. Y las venezolanas también, pero las de aquí son más relajadas, menos complicadas”, ríe con generosidad. “Aquí me tratan muy bien aún sin conocerme”, se sorprende.

“Ya me lo había anticipado un argentino que conocí en Perú: ‘mi país, nunca te va a faltar comida ni un techo donde dormir”, cuenta. Pero no fue por eso que llegó a la Argentina, sino porque “era el único lugar que me aceptaban sin visa- reconoce-. En Chile no me dejaron pasar, y en Bolivia me salvó el bandoneón. En Migraciones me dejaron pasar sólo para poder llegar a Argentina y a cambio de que tocara unas canciones”, cuenta risueño.

Tatianis cada vez le contesta menos los mensajes por Whatsaap. Él cree que ya lo olvidó. “Este cartel ya no tiene sentido”, reniega. José Gabriela extraña Venezuela: “a veces sueño que estoy allá, en Maracaibo, pero no como es hoy, sino como era cuando estaban mi familia y mis amigos, que ahora andan esparcidos por el mundo”.

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