Samuel Kaufman: un duende ciruja del cooperativismo

Samuel Kaufman: un duende ciruja del cooperativismo

En sus 95 años, el dirigente fue un protagonista de la historia tucumana, a través de su militancia política y cultural.

El corazón se enciende, cuando la guitarra y el bandoneón le acarician la calva de 95 años. “Fueye, no andés goteando tristezas, que tu rezongo me apena. Vamos, no hay que perder la cabeza, vamos, que ya sabemos muy bien qué no hay que hacer... Fueye, no andés goteando amargura. Vamos, hay que saber olvidar...” El canto abaritonado circula por un laberinto de recuerdos. Impulsor del cooperativismo, ex tesorero del club San Martín, activo militante de la política y de la cultura, uno de los fundadores de la Asociación Cultural Israelita Tucumana, Samuel Kaufman, testigo memorioso de una buena parte de la historia provincial, vio la luz el 10 de diciembre de 1923.

“Mi padre vino de Moisés Ville, en Santa Fe, era oriundo de la Besarabia rusa; vinieron varios hermanos con el padre y se instalaron allí, se hicieron agricultores y ganaderos. Mi mamá también era de la Besarabia, pero del sur, cerca de Rumania. Se conocieron aquí, en Tucumán, él se llamaba Salomón y mi madre Luisa Elijes”, recuerda. Su papá compró una casita en la calle Buenos Aires 128, donde vivieron desde el año 25. “Éramos cuatro hermanos, mi padre falleció a los 40 años, yo tenía ocho y la menor, meses, soy el mayor. Estudié en la escuela Federico Helguera y luego en el Colegio Nacional. Los conocidos que se recibieron después en el colegio: Víctor Massuh, que estuvo en la Unesco, Fernando Lozano, hijo del intendente Lozano Muñoz, Raúl Ménder, el juez...

- Tempranamente huérfano de padre, tu infancia debe haber sido dura.

- Mi vida fue siempre la de un laburante, comencé a los 12 años, había que mantener a los hermanos. Pusimos con mi madre una granjita en la Buenos Aires, mediante un crédito que nos dio la Caja Popular. Me levantaba a las seis de la mañana, recibía la leche y el pan y salía a entregar la mercadería y a las siete y media, el guardapolvo, y así todos los días, en la escuela, luego en el Nacional. Cuando terminé el secundario, tenía interés en ir a Medicina, pero se fue mi hermano a Córdoba, donde se recibió de médico. Yo me quedé, yo tenía acá mis dos hermanas. Empecé a trabajar como viajante; antes de la Guerra, me había conectado con un negocio y una persona de Córdoba, que necesitaba que le vendiera rulemanes importados y eso me relacionaba con los repuestos de automotores.

- ¿Cómo era el Tucumán de los 30 o los 40?

Samuel Kaufman: un duende ciruja del cooperativismo

- Cuando tenía siete u ocho años, vivía aún mi padre, a eso de las 7 de la tarde se arma un remolino de jóvenes: empiezo a ver por la verja una batalla campal entre jóvenes con los escuadrones de Caballería. Se decía que habían tomado medidas disciplinarias en el Colegio Nacional con los estudiantes que se declararon en paro y se le adhirieron los otros, creo que los de la Comercio y el Industrial y se armó una batahola, era la época de Nougués. Los estudiantes incendian La Ruta, que era un periódico que estaba en la calle Crisóstomo Álvarez, donde está ahora la Tarjeta Naranja. Me acuerdo que al día siguiente, fuimos todos los changos de la cuadra a ver qué podíamos rescatar de ese incendio. Era época de los partidos radical, demócrata y Bandera Blanca, había mucho anarquismo; cuando había que hacer algún acto político que resonara, venían los canillitas anarquistas y rompían las lámparas de la esquina a hondazos.

- ¿Cómo surgió el movimiento cooperativista en la provincia?

- En el Tucumán de antes, todo dependía de la industria azucarera, no solo había miles de trabajadores que con sus familias pelaban caña -venían en su mayoría de Santiago-, había una súper explotación, y alrededor de esta industria vivía muy mucha gente: carpinteros, herreros… Cuando cobraba, la gente venía a comprar a El Bajo, había un movimiento bárbaro; muchos comerciantes necesitaban dinero para comprar alguna máquina y recurrían a prestamistas. Comenzaron a formarse las cajas de préstamos, cobraban muy pocos intereses y sus accionistas eran comerciantes. Las cooperativas no eran solo financieras, había de otro tipo: cañeras… pero no estaba muy desarrollado. El cooperativismo financiero nace después de las cajas y después las cooperativas se transformaron en bancos porque fueron obligadas por Martínez de Hoz, si no desaparecían. Así se juntaron varias cooperativas y surgieron bancos como el Empresario, el Noar. El cooperativismo nació como una necesidad propia del comerciante, del trabajador unipersonal. En 1955, organizamos la cooperativa Mercantil. Yo estaba muy ligado a la colectividad, donde hacíamos teatro, antes de la terminación de la guerra, Tucumán es intervenido y no vienen elementos democráticos, sino aquellos que servían a la ideología nazi fascista. El día que la Argentina rompió con el Eje, al final de la guerra, aquí pusieron en la Municipalidad, en la calle San Martín, donde ahora está el Banco Nación, un gran luto en la pared, eran antisemitas, racistas y debíamos defender las instituciones. Yo no era sionista, nunca lo fui, estuve con la gente democrática de la colectividad que éramos muchos, salimos a defendernos de las organizaciones aliancistas, libertadoras nacionalistas.

- ¿El romance ciruja se gestó en la infancia?

- Me hice hincha de San Martín a los 12 o 13 años, me gustaba mucho el fútbol, jugué en las inferiores de Argentinos del Norte; jugué mucho al básquet en Independiente, cuando estaba al lado de la Biblioteca Alberdi. Se practicaba boxeo también en el club, que dirigía José Madozzo, un gran boxeador, que fue campeón argentino. En San Martín tenía conocidos, jugaba José Salomón, y lo empecé a seguir, en el 49 o 50, me ligué más porque ya estaba en algunas subcomisiones, con el ingeniero Barthaburu y Semrik, el bioquímico. San Martín significa una pasión especial que ha volcado en el club sus mejores energías. Cuando hicimos la lista con el ingeniero Mirkin, pensamos en cambiar cosas para que San Martín no fuera solo un club de fútbol, sino una institución… por eso hicimos el complejo, eso fue en el 73 y estuvimos hasta el 91, 18 años, ya era demasiado tiempo, pero queríamos cumplir con este objetivo. Yo fui tesorero durante muchos años, aplicamos principios, ideales, esfuerzo, pasión, como en la cooperativa.

- También te tocaron momentos duros.

- Sí, en el 80, porque había una deuda muy grande y salimos adelante. En el 88 ascendió San Martín, con Chabay. Recuerdo que un domingo a la siesta me llama Mirkin a su departamento, “estoy con Chabay, quiero que veamos el asunto de los jugadores y cuánto sale”. Hicimos la lista, y dije: “- Empezá por el mejor arquero del país, Fillol. - No, ese no puede ser. - Entonces veamos el segundo…”, y si él quería lo mejor, yo le decía… así que fuimos descartando, y pensamos que debíamos tener un par de veteranos, el primero fue “El diablo” Chazarreta, que Rosario Central lo había dejado libre por veterano y lo convencimos. Me fui a Buenos Aires y le pregunté a un amigo de Vélez si el uruguayo Giménez estaba jugando y lo habían dejado libre, tenía 34 años. Entonces lo hablé, hasta que lo convencí. Se quedó, y los dos veteranos conducían el equipo, y un día, tomando un café con Menotti, me dijo que teníamos el mejor mediocampo del país: Chazarreta, Noriega y el uruguayo Giménez. La idea era construir un estadio cubierto para 20 mil personas no para fútbol sino para otras actividades, estaba hecho el proyecto, aprobado por la Comisión de Deportes de la Nación, y se frustró. Lectoure nos dijo que iba a ser mejor que el Luna Park y que lo iba a inaugurar con una pelea por el título mundial.

- Estuviste a pocos kilómetros de Chernóbil cuando ocurrió el accidente nuclear el 26 de abril del 86.

- Estando en Kiev, Ucrania, a 130 kilómetros de ese lugar, salimos con mi señora a caminar con otros argentinos, y de repente, una italiana preguntó qué sabíamos sobre la explosión de la central nuclear. De acá nos mandaban telegramas de que volviéramos, pero no nos dejaban salir por la radioactividad y nos tuvimos que quedar de prepo, controlaban hasta la comida, todos estábamos muy preocupados. Para salir de Ucrania, nos pasaron el aparato Geiger que mide las radiaciones.

- ¿Cuándo te asaltó el piojo del tango?

- Escuchaba los tangos de Gardel; en la terraza de mi casa cantábamos, nos poníamos un sombrero, un juego de chicos. Un día con Carlos Podazza me probé e hicimos algunos espectáculos en Nonino, dedicados a Homero Manzi. Me gusta cantar, le doy entonación y el silencio donde tiene que ser, me gusta frasear, lo que hacía Goyeneche.

- ¿Te quedan asignaturas pendientes?

- Podría haber sido jugador de fútbol, pero no seguí, era mediocampista; jugué al básquet, me hubiera gustado ser escritor, escribir un libro con mis vivencias, con la historia mía pegada a Tucumán. Me hubiera gustado quedarme en Buenos Aires cuando hice el servicio militar y ser cantante de tango, pero no podía.

- ¿Qué se siente vivir tantos años?

- Desde que tengo noción de las cosas, desde el 30 en adelante, el golpe a Yrigoyen, yo estoy enamorado de mi provincia. Tucumán te hace sentir el olor de la montaña, de las flores, la caña, la transpiración del trabajador del azúcar, haber estado siempre donde había una reivindicación, conocí desde abajo la caña, a los cañeros, las cooperativas, viví la historia de Tucumán y eso me llenó completamente para poder recordar estos 95 años de mi vida. Conocí escritores, gobernantes, legisladores. Puedo hablar de Spilimbergo, de Rebuffo, de Hernán Zucchi, Descole… conocí tantos personajes importantes y gente de trabajo. He sido militante de la vida, aproveché todas las cosas que podía hacer y me di mi vida que, como vos sabés, corrió muchas veces peligro, he sido allanado, detenido muchas veces, porque era militante de izquierda, era partícipe de los hechos. Conocí bien el alma de Tucumán y no lo cambiaría por nada. Yo soy Tucumán hasta la médula.

Accidentado recital de Mercedes Sosa

Samuel Kaufman: un duende ciruja del cooperativismo

“Queríamos hacer espectáculos no solo deportivos, sino también culturales. Nos conectamos con el representante de Mercedes Sosa, era en la época de Bussi. Ella era hincha de San Martín, cada vez que venía a ver a su madre, hablaba por teléfono para que la buscáramos y la lleváramos a la cancha. Yo la busqué algunas veces. Nos tiramos el lance y decide venir; nosotros alquilamos el club Caja Popular, había ya rumores de que algo iba a pasar. Estaba Natalio Mirkin de presidente, yo de tesorero. Había más gente en la calle que dentro de la Caja, vino gente hasta de Santiago. Tomamos algunas medidas de seguridad un par de días antes para que no ocurriera un atentado. Mercedes se presentó con el guitarrista; antes de terminar la primera parte del recital, cayó una delegación policial diciendo que había un explosivo adentro. Dijimos que no era así, que todo se estaba desarrollando bien. Hubo una discusión. La Negra le dijo al guitarrista que siguieran, que no iba a haber intervalo. Un comisario se metió de prepo en los baños y salió con una cosa en las manos, sabíamos que era un pretexto, decidió la suspensión del recital. Alguien del club la llevó a Mercedes a una casa particular para evitar que le hicieran algo y creo que el que fue preso, fue Mirkin y lo largaron a las 3 o 4 de mañana. Después ella volvió en el 82; un empresario alquiló la cancha de San Martín. Yo la conocía a la Negra cuando ella tenía 15 años y cantaba en la radio, andaba festejando con un medio pariente mío, Enrique Askel, pero no llegaron a nada; él murió joven, a los 32 o 33 años, era cuñado de José Gelbard.

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