Solo, en un inédito y peligroso aislamiento

Solo, en un inédito y peligroso aislamiento

El aislamiento político de Germán Alfaro es inédito en la historia reciente de Tucumán. Sin socios con poder institucional en el país y en la provincia, parece debilitado frente al peronismo que lo rodea, pese al poder territorial que implica gobernar San Miguel de Tucumán. Sin palenque ande ir a rascarse, diría el viejo Vizcacha. Es la primera vez, desde 1983, que un jefe municipal capitalino no tiene vínculos directos por afinidad política ya sea con el Poder Ejecutivo local o con el Gobierno nacional -el que viene-, y que no mantiene una buena relación con el PE. Contrariamente a lo sucedido, por ejemplo, entre Rafael Bulacio (FR) y Ramón Ortega (1991-1995) o entre Raúl Topa (FR) y Julio Miranda (1999-2002, año en que Topa renunció). Oscar Paz tuvo proximidad partidaria con Antonio Bussi -pese a algunos chisporroteos- (1995-1999), mientras que Rubén Chebaia (1983-1987) y Raúl Martínez Aráoz (1987-1991) gestionaron la ciudad al amparo de un presidente radical, Raúl Alfonsín, y bajo el gobierno local de los justicialistas Fernando Riera y José Domato. Martínez Aráoz hasta fue reivindicado por la intervención federal cuando debió dejar la intendencia en el ‘91.

Domingo Amaya es quien en mejor condición sobrellevó sus 12 años como intendente, en términos políticos e institucionales, ya que era afín al ex gobernador, José Alperovich, y a los dos presidentes peronistas a los que les supo rendir tributo y culto en ese tiempo: Néstor Kirchner y Cristina Fernández.

Alfaro, en tanto, en su primer mandato contó con el respaldo de Macri y tendió puentes con el poder central a través de Emilio Monzó y de Rogelio Frigerio, obteniendo recursos para sostener su administración. Parafraseando al gobernador, Juan Manzur: “aguantó cuatro años” en su islote. Hoy asumirá su segundo mandato, con Manzur en la Casa de Gobierno y dentro de poco con Alberto Fernández instalado en la Casa Rosada. Todas en contra, se diría para pintar el cuadro.

Es un panorama de soledad política que nunca se observó para un intendente capitalino. Alfaro deberá apelar a todo su ingenio y picardía para evitar que este aparente cuadro de debilidad política e institucional dañe su gestión en los próximos cuatro años.

Deberá observar cómo se rearman sus socios nacionales como oposición al PJ; esperar qué decide hacer Macri -si lo dejan ser el líder opositor que sueña-, ver qué resuelven los radicales después de otro fracaso en una gestión nacional que los tuvo como aliados, y aguardar que esa sociedad no implosione. Analizar puentes.

Una señal surgirá de cómo integre su gabinete. Los nombres pueden desnudar estrategias. Este aislamiento lo pone a prueba. Sin embargo, Alfaro maneja un territorio importante, tiene su partido (PJS), es respetado dentro el justicialismo. Frente a este esquema de distribución de fuerzas, su esposa, la diputada nacional Beatriz Ávila, deberá hacer valer su banca en el Congreso.

Manzur, su mayor adversario político, no le profesa simpatía. La tensión entre ellos es un óbice a cualquier diálogo y aspiración al consenso. Relación a seguir.

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