Ángel Leiva: la mirada del otro en la poesía

Ángel Leiva: la mirada del otro en la poesía

El poeta simoqueño, radicado en Sevilla, presentará mañana un recital en la sala Caviglia. Borges y Fellini.

ENTRE DOS MUNDOS. Ángel Leiva escribe a partir de los sentimientos, de su experiencia de vida. ENTRE DOS MUNDOS. Ángel Leiva escribe a partir de los sentimientos, de su experiencia de vida. la gaceta / foto de roberto espinosa

Las manos gesticulan una mirada bondadosa. La serenidad invade las palabras de ese changuito que salió de su Simoca adolescente para caminar por varios lugares del mundo del brazo de la poesía. En los últimos años regresa con frecuencia al pago donde vio la luz. “En dónde estás y estamos celebrando entonces estas memorias alrededor del fuego levantado al fondo de la casa y en donde la infancia continúa siendo el sitio verdadero de la patria”, recuerda en un poema Ángel Leiva (1941). El autor de una veintena de libros, ganador de importantes galardones nacionales e internacionales, que vive en Sevilla hace más de tres décadas, ofrecerá mañana a las 20, en la sala Caviglia, el recital “Ángel Leiva y su poesía, del amor a la tierra argentina”, con dirección de Nicolás Aráoz. El escritor conversará con Horacio Elsinger, director provincial de Letras y actuarán Ruth y Lissel Pláate.

- ¿Cómo fue tu primer acercamiento a la poesía?

- En mi infancia, en la escuela, empiezo a ser una especie de juglar porque los maestros me hacían recitar poesías en las plazas, en las fiestas de fin de año. De niño, dibujaba, escribía, era un poco precoz, creo que para bien, porque ese sentimiento, esa manera de empezar la vida me llevó a Buenos Aires casi cumpliendo 14 años.

Mi primer premio fue en un concurso de composición en el colegio y yo escribí de lo que yo sabía, de la zafra, y barrí. De ahí viene mi voz poética... la poesía social

- ¿Por qué te fuiste a tan temprana edad?

- A los 14 años, me voy porque había terminado la escuela casi a los 12 años, muy temprano, y no podía seguir estudiando porque Simoca no tenía secundaria, había un tío político en Buenos Aires que más bien fue mi tutor… Así como dibujaba -más bien copiaba-, la poesía me venía de los poetas que me tocaba recitar, Rubén Darío, Echeverría, la poesía gauchesca, no sabía entonces quiénes eran. Tengo una familia de distintos apellidos, parece ser que, por una parte, en Nueva York, entendí que Leiva era converso, Levy, también tenía apellido catalán, Monserrat, por el lado de mi mamá, también algo de vasco, esa mezcla de sangre me hizo ser rumbeador por la vida.

- ¿Cómo se produjo el desembarco en la urbe de cemento?

- Al segundo día de estar en Buenos Aires, este chico del campo vio a un hombre que estaba barriendo la vereda de un taller de chapa y pintura de coches, entonces le pregunté si quería que lo ayudara. Y el hombre me dijo que sí. Agarré la escobita y barrí. “¿Querés venir mañana de vuelta?”, me dijo, y ahí empecé a aprender a pintar coches, era un italiano maravilloso… trabajaba al mediodía en chapa y pintura… Leí en un periódico: “Cadete se necesita”. Pensé que era para cadete militar, alguna vez había querido ser cura pero no me dejaron porque era el boyerito de la casa. Me presento con la inocencia de un simoqueño, no era para cadete militar, sino un mandadero para llevar películas. Me encontré en medio de actores y actrices en lo que era Argentina Sono Film. Me acerco al director de la película, él estaba filmando, lo interrumpo. “Si necesita alguien que ande a caballo, yo vengo del campo, soy galopeador como el viento…” Y el hombre se queda estupefacto, claro lo interrumpí, me dijo: “mirá, pibe, llevá esa lámpara a la punta, cuando yo necesite alguien que ande a caballo te voy a llamar”; no sé quién era el director. A los tres días me llama y yo feliz: “voy a actuar en una película con las minas esas”, me decía. En Simoca había un cine, El Florida, que era el único contacto con la cultura. Se ve que él averiguó y me dijo: “¿vos querés estudiar? Llevá esta carta al colegio Sarmiento”. Empecé a estudiar de noche y trabajaba de día. El primer premio que obtengo fue en un concurso de composición en el colegio y yo escribí de lo que yo sabía, de la zafra, y barrí. De ahí viene mi voz poética, la gente entiende que hago una poesía social.

- Tempranamente ganaste concursos internacionales importantes, como el César Vallejo y el Pablo Neruda, ¿esos logros te abrieron puertas?

- Tenía 25 años. Lo que resultó es que empiezo a publicar en Losada, nada menos, que era la editorial de los poetas y de la poesía española que me marcó bastante: García Lorca, Machado… en España siempre me dicen que soy machadeano, otros, vallejeano, porque yo soy variable en la obra, yo escribo… recupero el instante.

- Recuerdo haber leído poemas de tono místico, ¿tenían que ver con aquello que querías ser cura en un momento?

- Seguramente, buscaba la verdad de la existencia a tal punto que terminé siendo un devoto del existencialismo, con Camus, Sartre, esos grandes… El primer exilio es cuando ese chico toma el tren en Simoca y se va para Buenos Aires, crezco en pensiones, con amigos que estaban con el bandoneón, el tango me marcó mucho, el tango me habla de mis preocupaciones por la vida, la justicia, la verdad, Discépolo con Cambalache es un modelo, conocí a Demare, a Julián Centeya, a Alfredo Gobbi, a Piazzolla…

- Fuiste amigo del Mono Villegas y también conociste a Borges.

- Sí. Resulta que Villegas, pianista de jazz, era como un niño, venía a casa con frecuencia, porque era un solitario. Un día lo llamé a Borges y me atendió él. Yo estaba trabajando en una tesis sobre el exilio en la literatura, cuando no se hablaba aún de eso. “Todos somos unos exiliados”, me dijo. Le pregunté cuándo podía verlo. Me dijo que fuera a su casa al día siguiente, a las 5 de la tarde; ya estaba ciego. Yo estaba contento y lo encuentro a Villegas, aprendía mucho conversando con él. “¿Me llevás?”, me dice. “Mirá que esto es muy importante para mí, tenés que portarte bien. - No, yo me voy a portar bien, hago lo que vos digas”. Tocamos el timbre en el departamento de Charcas y Maipú, y sale el mismo Borges. Me presento y me da la mano. “Estoy con el maestro Villegas”, le digo y Borges le estira la mano, pero Enrique lo deja con la mano en el aire, entonces yo la agarro al vuelo. Una hermosa charla entre los dos, yo estaba en otro mundo, de hecho no hablé nada. Y cuando salimos le dije: “Enrique, mirá, te dije que era muy importante para mí y te mandaste una macana imperdonable, le dejaste la mano en el aire y se la tuve que agarrar yo”. Y me contesta: “quería saber si de verdad no veía”.

- ¿Qué presencia tiene Simoca en tu vida y en tu poesía?

- Alguna vez dijeron que siendo un poeta de la provincia, no era un poeta folclórico, sino que estaba en una poesía tipo Rimbaud o Blake… no sé. Simoca es mi origen, mi cuna, cuando vuelvo… vivo en Sevilla hace 30 y pico de años. Andalucía me marca mucho, la música, que es fundamental, yo no hago rima, el ritmo es muy importante para mí, la musicalidad interna… Un crítico de arte observó que yo trabajo la mirada del otro, tengo un librito que se llama La mirada del otro, también otro, Los sonidos de la tierra, que tiene algunos poemas en prosa, de modo que, como decía Cortázar, soy capaz de hacer bailar a Isadora Duncan en un sillón, conozco toda la técnica, pero no escribo con la técnica, sino a partir de los sentimientos, la experiencia, que están casi siempre en el amor. Mis temas vienen de la experiencia vital, considero que soy un hombre que creció con la calle y terminó haciendo tres carreras universitarias: Letras, Historia del Arte y Periodismo.

En España siempre me dicen que soy machadeano, otros, vallejeano, porque yo soy variable en la obra, yo escribo… recupero el instante

- Entrevistaste a algunos famosos…

- En Madrid hice prensa cultural: música, galerías de arte y literatura, vivía de las entrevistas. Fellini llegó de viaje a Madrid y anunciaron que iba a hablar cinco minutos con los periodistas. Había un montón de gente y por intuición me quedé atrás, y vi a la distancia a una señora, era Giulietta Masina, su esposa, la actriz, y me acerco, le hablo, me dice que me quede cuando termine la conferencia. Viene Fellini y me presento: “maestro, soy argentino, poeta”. Me pone la mano en el hombro. Le cuento que me gano la vida con el periodismo, así que me invitó a ir con la comitiva de él a almorzar. Era de esos tipos iniciados, famosillos, hay que aprender de esa gente, era campechano como nosotros… Después me invitó a Roma. Todos estos grandes maestros nunca me hicieron sentir que ellos eran dioses o yo no sentí eso.

- ¿Qué es la muerte? ¿Le temés?

- Es lo más doloroso, no sé si le tengo miedo, pero no me gusta porque se van yendo nuestros seres queridos… uno mismo es ya mayor y pensás cuándo te va a tocar a vos. Escribo y pinto para vivir porque es lo que me ayuda.

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