Vivienda rural: San Javier, aquellas tardes de verano entre libros y amistad

Vivienda rural: San Javier, aquellas tardes de verano entre libros y amistad

Cuando María Teresa Bernasconi y Roberto García decidieron construir una casa de fin de semana que les sirviera como escape de la bulliciosa ciudad, no dudaron en recurrir a Eduardo Sacriste. Íntimo amigo de la familia, él fue el responsable de proyectar -en 1966- un hogar con una cualidad única. Gracias a sus contornos redondeados, al mirarla desde lejos, la casa era capaz de perderse entre la vegetación de San Javier.

“Lo sencillo del diseño era innovador -comenta Álvaro García, hijo de la pareja-. El plano estaba basado en una circunferencia que incluía no sólo la posición de la casa sino también el planteamiento del terreno y la distribución del garaje, los ejes del quincho y hasta el tanque de agua”.

 Pieza matrimonial. Por la ubicación de la ventana, la luz solar se filtra sin problemas al interior de las habitaciones. Pieza matrimonial. Por la ubicación de la ventana, la luz solar se filtra sin problemas al interior de las habitaciones.

En esta composición -de 120 metros cuadrados- la clave está en la frescura. A tal punto de que la familia jamás necesitó instalar aire acondicionado. ¿El secreto? “En el techo de la casa hay una capa de tierra con pasto que hace el lugar mucho más fresco. Y, por el grosor, se produce una especie de protección acústica. Vivir ahí siempre fue muy cómodo y tranquilo”, explica el recurrente visitante.

Madera y piedra son los otros materiales que complementan el diseño al tomar forma en las puertas, los ventanales y el zigzagueante camino de entrada. Al final de esta ruta -rodeada de pinos, una morera y árboles de más de cuatro metros de altura- aparece el ingreso al hogar.

 El enorme jardín y su continuación en el techo otorgan a la casa una vista inigualable. El enorme jardín y su continuación en el techo otorgan a la casa una vista inigualable.

Adentro, lo primero que se aprecia es la sala de estar y una discreta cocina con otra cualidad mágica: también ella puede desaparecer al correrse las cortinas que la encapsulan. Como si aquella pieza de tela fuera una especie de separador de ambientes, pero mucho más práctico.

La decoración de las paredes y la cantidad de souvenirs que se reparten por las habitaciones merecen un capítulo aparte. Abanicos, cantimploras y bolsos trenzados de mimbre son algunos de los objetos que se entremezclan con coloridas alfombras, calabazas secas, tazones de arcilla y regalos que Sacriste traía de sus viajes. Como por ejemplo, un colgante con rudimentos hindúes o pequeñas estatuas esculpidas.

 Habitación que usaba Eduardo Sacriste cuando se hospedaba en San Javier. Habitación que usaba Eduardo Sacriste cuando se hospedaba en San Javier.

Al seguir por el pasillo, en la primera habitación están las dos cuchetas donde Álvaro y su hermano Alejandro dormían cuando eran chicos. Unos pasos más al fondo está la pieza de los padres y una pared con varios sombreros de paja que hacen de cuadros. Las camas abundan, pero de necesitarlo también el sillón del living (al lado de una salamandra a leña) puede acondicionarse como dormitorio.

Lo mejor es que sin importar el lugar en que estemos sentados siempre va a primar la vista del jardín. Una extensión con arbustos, flores blancas y rosadas, margaritas silvestres y cítricos.

“Además, en el otro extremo están el lavadero y una pieza con baño”, incluye Álvaro a los ítems de la locación. Precisamente, fue esa habitación la que sirvió de alojamiento al maestro: “Sacriste iba a San Javier cuando quería y se instalaba por unos días. Él tenía una total independencia sobre el espacio, y a veces se ponía a leer o a dibujar. No hacía falta que estuviéramos nosotros”, agrega.

De aquellos años, Álvaro conserva un par de fotos donde el arquitecto aparece junto a su perro Ayax o haciendo alguna locura. “Tenía la costumbre de levantarse temprano y tirarse, a las siete de la mañana, a la pileta. -recuerda divertido-. Hacía dos o tres brazadas y salía como si nada. Y mirá que el agua allá es muy fría”.

Tal fue el grado de confianza que mantuvo con la familia que -a 20 años de su muerte- sus pertenencias continúan en el mismo sitio donde las dejó. Arriba del compacto escritorio, el tablero y algunas agendas están cubiertas por una leve capa de polvo que se filtra por la ventana. Se les suma un ventilador celeste y un ropero repleto de libros que van desde recetas de cocina a temáticas religiosas, poesías y narrativas cortas.

En los Valles

Con una diferencia de 10 años en su construcción, Eduardo Sacriste también diseñó en San Javier, y basándose en los mismos parámetros de frescura y de luminosidad, la casa de la familia Ahualli (1975). Junto a esta, el catálogo de viviendas creadas por el arquitecto incluye varios inmuebles en Tafí del Valle. Entre ellos está el hogar de la familia Torres Posse (1958), en un terreno de 5.800 metros cuadrados, con paredes recubiertas en piedra, una amplia galería y muebles diseñados a mano por Sacriste. Además aparece la casa Arizmendi (1981) con sus características paredes color rojo terracota (en un increíble contraste con el verde del paisaje) y el atípico acceso a la vivienda a través de la cocina comedor.

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