Viejas recetas

¿Cuánto tiempo más puede resistir una economía con una inflación que roza una variación de casi el 6% mensual? La Argentina es un caso excepcional en el mundo (claro está, haciendo la salvedad de que Venezuela puede estar en otra órbita económica), en el que sus habitantes se acostumbran, muy a pesar suyo, a vivir con un Índice de Precios al Consumidor (IPC) que le va carcomiendo el poder adquisitivo. Ni los actuales ni los anteriores funcionarios se hacen cargo de un problema que viene de arrastre, de varias décadas. Tampoco comparten recetas para que todos, sí, absolutamente todos los argentinos sufran los males que la inflación les causa. Vale más la chicana que las propuestas. La dirigencia política empalidece no por la revelación de una medición que no encuentra techo. Esa dirigencia sólo se pone como pálida por efecto del maquillaje que les colocan a los aspirantes presidenciales para salir a debatir ideas y hacer promesas que quedan en el olvido hasta la próxima convocatoria electoral.

Septiembre ha dejado una inflación del 5,9%, según lo reveló el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec). Para tomar dimensión de ese dato, el IPC del mes pasado es equivalente a la inflación que generan, en conjunto y durante un año, Brasil y Chile o Colombia y Perú. Sea Mauricio Macri, Alberto Fernández o Roberto Lavagna, por mencionar algunos, el que se consagre como presidente de la Nación en las elecciones del domingo 27, la hipoteca que deberá pagar será muy elevada no sólo en términos políticos, sino también económicos y sociales. Un país de elevada inflación conlleva altos indicadores de pobreza. La fotografía de fines de 2019 puede mostrar que, como consecuencia de aquello y de la devaluación, cuatro de cada 10 habitantes son pobres porque no tienen ingresos mínimos mensuales para el ascenso en la pirámide social. En consecuencia, la nueva gestión tendrá ante sí la difícil misión de encontrar canales de contención socioeconómica para no continuar en la senda del empobrecimiento de la sociedad. ¿Qué significa esto? Indudablemente que la cuenta cerraría con mayor o mejor contención en beneficios que atiendan a la población más vulnerable. Más subsidios, en otras palabras. La receta no es descabellada si tomamos en cuenta que Macri apeló a ella y al freno en la actualización de las tarifas de los servicios públicos privatizados para pasar el tiempo electoral. Fernández, a su vez, ya anticipó sus planes para bajar la pobreza que incluyen fuertes programas asistenciales.

En economía, nada es gratis; todo se paga. De allí la decisión de renegociar con los acreedores que venían observando que la Argentina hacía los deberes para generar capacidad de repago de los compromisos asumidos. Entiéndase, superávit en las cuentas públicas, más allá de que el ejercicio contemplaba solamente el primario, es decir, aquel que toma en cuenta ingresos por encima de los gastos, sin contabilizar la deuda. No es un detalle menor para un país que ha tomado U$S 57.000 millones al prestamista de última instancia: el Fondo Monetario Internacional (FMI).

La inflación seguirá siendo el gran estigma argentino. El mismo FMI ha proyectado que en 2020, el Índice de Precios al Consumidor continuará por encima del 50%. Los analistas considera que lo peor aún no pasó. La Argentina proyecta una caída de la actividad económica en torno de un 3% para este año, con un nivel de desempleo por encima del 10%. Para 2020, el primer año de la nueva administración, el escenario muestra un leve descenso en los indicadores, pero con una orientación preocupante: una caída del Producto Bruto Interno (PBI) del 1,3%, una inflación del 51% y una desocupación del 10,1%, según las proyecciones del Fondo. ¿Qué significan estos números para cualquier familia tipo? Que todavía no podrá sacar el cuello del agua, que las tasas de interés seguirán por las nubes y que resultará más difícil endeudarse; que el crédito personal no será tan accesible y que hay que vivir con lo justo; tal vez con menos ingresos y hacer piruetas para intentar que el salario llegue lo más cercano a fin de mes.

Para las empresas, un escenario de esta naturaleza significa un incremento de los costos fijos, particularmente de las demandas salariales. De allí es que tanto la actual gestión como el proyecto político que encabeza Alberto Fernández promuevan acciones que tiendan a alcanzar un acuerdo multisectorial para que los precios no sigan desmadrándose y sin llegar al control directo de ellos.

Para los políticos, las restricciones financieras serán una espada de Damocles para cada gestión (nacional, provincial y municipal). El gasto en Personal seguirá condicionando la realización de obras.

2020 será otro año ajustado. La mochila seguirá siendo pesada y el mayor peso recaerá, como siempre, en la sociedad, vía impuestos o emisión, dos viejas recetas.

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