Los martillazos de Nietzsche aún repiquetean sobre la filosofía

Los martillazos de Nietzsche aún repiquetean sobre la filosofía

Lucía Piossek Prebisch y Susana Maidana reflexionan sobre el gran crítico de la moral.

“Nací en Röcke, junto a Lützen, el 15 de octubre de 1844, y en santo baustismo recibí el nombre de Friedrich Wilhelm Nietzsche. Mi padre era predicador de ese lugar (...) ¡El modelo perfecto de un clérigo rural!”. Con estas palabras describe Nietzsche en “De mi vida” su llegada al mundo hace hoy 175 años. Y lo hace como alguien arrojado en el seno de una familia protestante cuya cabeza fallece en 1849, cuando el filósofo contaba apenas cinco años.

A los 20 años, invadido por la duda, Nietzsche empieza a cuestionar la fe religiosa de su familia. Y esta reacción, según el biógrafo Germán Cano, determinará su pensamiento, en el que convivirán una indudable parte crítica y una dimensión positiva que moldea el mundo de hoy.

“No dejar nada como está”

Susana Maidana, docente emérita de Filosofía Contemporánea de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), explica que, con Karl Marx y Sigmund Freud, Nietzsche es el precursor de la crítica de las categorías modernas: “así como Platón había postulado las ideas eternas e inmutables como verdaderos objetos del conocimiento, dejando de lado lo sensible y corporal, Nietzsche produjo un giro, colocando la sensibilidad y el cuerpo en el lugar privilegiado. Asestó un durísimo golpe a la metafísica, que la tradición había convertido en reina de las ciencias, al disolver ese suelo sustancial sobre el cual se apoyaban la ciencia, la ética y la estética”.

“Criticó la moralina que consiste en la inautenticidad de quienes declaman principios éticos, pero cometen abyecciones, y hoy es moneda corriente -añade Maidana-. El mundo nietzscheano no postula permanencias, verdades absolutas ni tampoco certezas”.

“En la actualidad, caracterizados por la naturalización de lo cultural y social, Nietzsche nos invita a aprender a vivir con los distintos y dejar a un lado los discursos homogeneizadores. Y si una función tienen la filosofía y la educación, es la de no dejar nada como está. Actividad que Nietzsche nos dejó como legado”, concluye la catedrática.

“Analizar las creencias”

Lucía Piossek Prebisch, también profesora emérita de Filosofía Contemporánea de la UNT, observa que Nietzsche expuso sus ideas de manera fragmentaria y deliberadamente asistemática. “Esta característica -cuenta- ha obligado siempre a buscar algunas pistas para organizar un material bastante disperso, sin traicionar a su autor. Pues bien, pienso que él mismo nos ofrece esas pistas. Por ejemplo, como ‘filósofo pájaro’ (según sus propias palabras) comenzó a desprenderse del secular europeísmo de la filosofía de Occidente -o filosofía sin más- y sus pretensiones de universalidad, al intuir lo que más tarde se llamaría ‘globalización’”, destaca.

“Además, como ‘filósofo topo’ se puso en la tarea de analizar, sin anestesia alguna, las creencias sobre las que se asienta la concepción occidental del mundo. Y como ‘filósofo artista’ llegó a imaginar (¿utopía?) un ser humano futuro, pero no muy lejano, libre de viejos prejuicios paralizadores e instalado creadoramente en el mundo”, agrega.

“Hoy asistimos a lo que él mismo pronosticó sobre su obra: que su tiempo no la apreciaría porque él, como otros hombres, ‘había nacido póstumo’, pero que que algún día ‘se crearían cátedras especiales para la interpretación de Zaratustra’”, concluye.

Por desgracia, la locura lo asaltó durante sus últimos años. El 5 de abril de 1888 el dueño de la casa donde alquilaba un cuarto empezó a advertir sus excentricidades: Nietzsche hablaba en voz alta cuando estaba solo, pedía cosas absurdas y bailaba desnudo. El 8 de mayo de 1889 ingresó en un hospital psiquiátrico y los médicos plantearon la hipótesis de una neurosífilis. La enfermedad siguió su curso y Nietzsche muere el 25 de agosto de 1900. Su hermana, que lo tuvo en brazos hasta el final, declaró que su última mirada fue solemne e interrogadora.

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