Mac Pato, el zorro, los amigos y el avión

Mac Pato, el zorro, los amigos y el avión

Tucumán fue protagonista en la campaña política de esta semana. La multitud que respaldó a Macri evalentonó al presidente. Manzur revisa su imagen después de tanta exposición. Alfaro y el acto en plaza Independencia.

La campaña electoral sube su tensión. Está al rojo vivo. Sin embargo, los candidatos provinciales son una sombra o un afiche de los postulantes presidenciales.

Es Mauricio Macri el que ha decidido jugar el partido, transpirando la última gota y exigiendo fidelidad y sacrificio a su gente (funcionarios, afiliados, simpatizantes y candidatos). Es Alberto Fernández quien desde su escritorio cuenta y recuenta votos de las PASO y se zambulle y nada sobre ellos como lo hacía Rico Mc Pato en los dibujos del eterno Walt Disney.

Macri hace actos, junta multitudes y Fernández dialoga con empresarios, gremialistas, gobernadores, operadores y hasta con el FMI, como si fuera un presidente electo y no un candidato. Los roles se han invertido. Las PASO lo han decidido así. Curiosamente estos comicios que fueron creados para definir internas dentro de los partidos han servido para definir una elección.

Macri (y no toda su gente) confía en que puede revertir y lograr lo que los propios dirigentes de Cambiemos llaman el milagro. Y para conseguir ese milagro sale a la calle en busca de la bendiciones populares. Tanto es este “misticismo político” que el Presidente de la Nación terminó besando pies en su masivo acto en Tucumán.

El desafío que había asumido al comenzar la semana que ya no volverá nunca más, era muy difícil y complicado. Debía juntar multitudes nada menos que en un bastión indiscutible del peronismo. Se trataba de un reducto donde la calle tiene dueño. Pero fue tanta gente a la plaza Independencia que Macri regresó a la Casa Rosada con los hombros anchos. Envalentonado. Soñador. Se llevó la ilusión de que hay un sector que está dispuesto a apoyarlo. Su entorno es el que duda. Sienten que pueden sumar votos, pero no se convencen ni encuentran argumentos para sentir que le pueden quitar boletas a Alberto Fernández. Así como alguna vez Eduardo Duhalde vino a Tucumán a buscar fervor popular y se fue entusiasmado a afrontar la crisis de 2001, Macri vivió algo similar el lunes pasado.

Más gente de la esperada

El peronismo sintió el golpe. Los dirigentes oficialistas eludieron el acto del lunes pasado. Al contrario, se dedicaron a criticar lo mismo que a ellos suelen señalarles. Y, otra vez, fue centro de debate el avión, ese indiscutible símbolo de poder de los argentinos.

El ministro de Gobierno y Justicia Regino Amado lo sintetizó: “Lo que ellos critican, cuando son ellos los que lo hacen, está bien”. El apresuramiento de la crítica no le dio tiempo de reflexión al hombre del gabinete de Juan Manzur. Pudo haberse convertido en un bumerán si no hubiera sido que los macristas estaban demasiado eufóricos y borrachos de algarabía porque habían logrado que llegue gente a la plaza Independencia. Nadie le respondió con la decena de veces que Manzur se subió al avión para acompañar a Alberto Fernández en la campaña nacional. El gobernador, al igual que Macri, utilizan el avión como el elemento de traslado que les dio la ciudadanía para que se muevan. Uno y otro se suben a sus respectivas naves por cuestiones de gestión y de campaña. El mandoble que recibió el tucumano fue cuando le prestó la nave a gente que nada tenía que ver con la vida tucumana ni con las actividades de la provincia como fueron Verónica Magario y Fernando Espinosa. No obstante, esta cuestión ya se dirime en la Justicia.

Las campañas tienen todo y muestran –al fin y al cabo- las grandezas y las miserias de los candidatos que se ponen bajo la luz más fuerte para que los vean. Y es la Justicia la responsable de poner quicio. Por eso a la hora de recurrir a las mañas, tener a la justicia (con minúsculas) de su lado es algo que no puede evitar el político. En estos días el Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal 1 con competencia Electoral dicto una resolución que prohíbe al intendente de Pilar, Nicolás Ducoté, implementar planes sociales (de entre 3.000 y 5.000 pesos) para los más necesitados. La jueza María Romilda Servini de Cubría advirtió que en épocas de campaña hay que extremar las responsabilidades cívicas.

Demasiada exposición

El gobernador Juan Manzur sonríe menos. Vivió momentos de algarabía y de entusiasmo pero ahora siente el costo de no tener un equipo contundente a su alrededor que le simplifique -y anticipe- los problemas. Actúa espasmódicamente y no le va tan bien. El gobernador tucumano se pegó como hermano siamés al candidato Alberto Fernández. Le hizo actos, asados, prestó el avión para trasladar a los amigos de Fernández, se puso la campaña al hombro a tal punto que los candidatos a diputado casi ni hablan. Su mayor contribución fue contribuir a la unidad de peronismo. Puso su granito de arena en los desiertos del gremialismo y en el de los gobernadores peronistas. También aportó algo en el sector empresario. Sin embargo, no pudo evitar los golpes. Su extrema dependencia (amistad le llama el mandatario) con el pulpo de los laboratorios Hugo Sigman, lo quitó la imagen de frescura y espontaneidad que siempre trató de transmitir el gobernador, casi como un canciller. Cuando tuvo que explicar el uso del avión dijo que él lo usaba como herramienta de trabajo pero no explicó por qué lo prestó o le dio uso de taxi. Y se enredó más. Y esta semana se preocupó por tirarle puñetazos a Macri, quien lo miraba desde arriba del escenario con cierta soberbia.

Pero nada de esto le preocupa realmente al gobernador, que mira la Casa Rosada casi embelesado. Tal vez lo que más le puede afectar es cierto enfriamiento del calor amistoso de Alberto Fernández a quien podría no haberle caído del todo bien el acercamiento que tuvo Manzur con Luis Almagro, secretario general de la OEA. El tucumano, tal vez, eligió un mal momento ya que Alberto Fernández mide con escuadra y compás la diferenciación con el grupo de Lima que diagramaron los Estados Unidos. Y en medio de esa confusión en la que cayó el titular del Poder Ejecutivo, varios de sus gobernadores “¿amigos?” se preguntan cuándo soltará Manzur la presidencia del Zicosur, una conducción honoraria que dura un año, pero el tucumano la abraza como las épocas en las que salía a las pistas a bailar los lentos... y no la suelta.

El zorro del desierto

En el escenario macrista tuvo gran protagonismo el radicalismo de Cambiemos. Domingo Amaya, en nombre del peronismo, fue el más regalado pero hubo uno que brilló por su ausencia: el “zorro del desierto” como le gusta llamarlo al ocurrente Enrique Romero para destacar la picardía política del intendente de Capital. Germán Alfaro no fue al acto pero estuvo su esposa, la diputada Beatriz Avila, al pie del escenario junto a Walter Berarducci y otros funcionales al intendente. Así, Alfaro dejó en claro su apoyo y hasta dejó mal parados a los organizadores que no hicieron subir ni a Avila ni a Berarducci al escenario. Indudablemente, es una discusión de la que tratan sacar partido en la interna feroz de Cambiemos. Sin embargo, cuando el Presidente tuvo que analizar esta cuestión fue respetuoso del intendente. Aceptó que pudiera no haber venido y evitó escuchar cualquier tipo de crítica que pudiera sugerir un desaire de Alfaro. Por el contrario, recomendó no tener en cuenta a quienes echan leña al fuego al internismo. Macri transmitió un mensaje de unidad. Habrá que ver qué son capaces de escuchar en la dirigencia de Cambiemos tucumana.

El “zorro del desierto” aún no termina de confirmar su anunciado cambio de gabinete; no obstante, habría definido asumir un día después de que lo haga Manzur en su cargo de gobernador. Con esa simple acción que se haría en el parque 9 de Julio, intentará marcar diferencias con quien definitivamente es su enemigo después de que José Alperovich quedó chocado en la banquina.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios