Trabajan con algas y con insectos en busca de que se haga justicia

Trabajan con algas y con insectos en busca de que se haga justicia

Apasionates charlas de dos biólogas que forman parte de equipos forenses. “Establecer culpabilidad o inocencia es cuestión del juez”.

DETECTORES. Las larvas de la mosca verde (arriba) y las diatomeas (izquierda) brindan datos importantes a la Justicia. DETECTORES. Las larvas de la mosca verde (arriba) y las diatomeas (izquierda) brindan datos importantes a la Justicia.

Nora Maidana y Adriana Oliva son raros especímenes de la Biología. A ver: son claramente humanas, y ambas son biólogas; una estudia algas, y por eso es ficóloga; la otra es entomóloga, es decir, experta en insectos. La rareza reside en que son hiperespecialistas en un ámbito tan hiperespecializado como el forense: Maidana es perito en la investigación de la muerte de Santiago Maldonado (que desapareció en agosto de 2017, durante la represión de una protesta de la comunidad mapuche en Chubut). Oliva, por su parte, fue quien estableció que la muerte del soldado Omar Carrasco en marzo de 1994 (puntapié inicial para el fin del servicio militar obligatorio) se había producido mucho antes de lo que afirmaban las autoridades militares de Zapala.

Podemos afirmar con orgullo que estas dos mujeres son parte de nuestro CSI nacional. Y fueron dos de las estrellas del XV Congreso Argentino de Microbiología que se realizó la semana pasada en Buenos Aires.

Claves diminutas

De todas las algas, Maidana eligió las más chiquitas, y de ellas, las diatomeas. “Las ‘gigantes’ pueden llegar a alcanzar 4 mm -describe-; pero en promedio miden dos micrómetros (aclaración: un micrómetro es la milésima parte de un mm). Y a diferencia de los otros seres vivos, tienen una cubierta de cristal (concretamente, sílice) muy porosa, que permite el intercambio con el medio ambiente”.

Trabajan con algas y con insectos en busca de que se haga justicia

Esa cubierta es verdaderamente “de diseño”: cada especie tiene patrones de perforación únicos, como si fueran su huella digital, y eso es clave para el trabajo de Maidana. Otro rasgo distintivo: pueden encontrarse en cualquier cuerpo de agua: en ambientes marinos, en agua dulce e incluso en tierra, si las superficies son húmedas.

“Además de tener aplicaciones ‘prácticas’ (pulir metales o formar parte de la dinamita), las diatomeas son paleobiomarcadores: permiten entender el presente y reconstruir el pasado. Se usan para vigilar condiciones medioambientales, de calidad del agua... y son muy importantes en casos de delitos ambientales, como contaminación de ríos”, explica. En el ámbito estrictamente criminal, las diatomeas se buscan en cuerpos hallados en ambientes acuáticos, y permiten establecer dos variables: si el sospechoso o la víctima estuvo en el sitio donde el cuerpo fue hallado, y si la víctima murió ahogada. “No puedo establecer culpabilidad ni inocencia; eso lo hace el juez”, aclara y ejemplifica con un caso: aparece muerta una mujer en una playa y se sospecha del marido. Se analizan muestras de ambos, y las diatomeas halladas en las de ella (que se identifican por su especial cubierta) no aparecen en las de él...

Muerte por sumersión

También llamada ahogamiento húmedo (para distinguirlo de estrangulamiento, por ejemplo), se produce cuando la persona, por el reflejo que genera el exceso de dióxido de carbono en el cuerpo, inspira: los pulmones se llenan de líquido y colapsan, con lo que el agua entre en contacto con la sangre. “Además -explica Maidana- el corazón acelera muchísimo sus pulsaciones, con lo que bombea a toda velocidad esa mezcla, que llega al corazón y a la médula ósea. Esto ocurre solamente si la persona estaba viva al caer al agua y dentro de ella inspiró”. Y esa es la clave para establecer la causa de la muerte: si hay diatomeas, hubo ahogamiento. Eso sí: no se puede saber si fue accidental o intencional.

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“Lo de la médula ósea es muy importante: el corazón se deteriora muy rápido. La médula, en cambio, nunca; sólo se seca. Basta rehidratarla para recuperar diatomeas si las hubiera. Y dura milenios -cuenta-. Estudiando médula ósea podríamos hoy establecer si alguna momia egipcia se ahogó en el Nilo”.

No sólo crímenes

En la naturaleza hay otros ayudantes importantísimos para la investigación forense: “el tipo de insectos (y el momento de su metamorfosis) que se encuentran sobre los cadáveres permite fechar el deceso y, a veces, deducir en qué circunstancias se produjo”, explica la entomóloga Oliva y aclara que no siempre la investigación implica homicidios. “En muchos se trata de cuerpos hallados en su vivienda después de mucho tiempo, de gente que nadie extrañó. Para cerrar el expediente hay que datar la muerte, que se debió a causas naturales pero nadie certificó”, ejemplifica.

Los insectos representan casi el 90% de las especies animales, y se calcula que hay más de 10 millones de especies en los más diversos hábitats… desde tórridos desiertos a gélidos ambientes de la Antártida; desde cumbres de las montañas más altas hasta las profundidades de la Tierra. Todos ellos tienen en común la metamorfosis, es decir, la serie de cambios que sufren los cuerpos entre el huevo y el estado adulto.

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De todos esos millones, a Oliva le sirven en primera instancia las moscas. “Pero no las de la cocina; esas sólo comen levaduras. Necesitamos las que están adaptadas a que sus estadios juveniles, las larvas, se desarrollen sobre carne y se alienten de ella (son necrófagas), como la verde”, advierte y explica: “con ellas arranca el proceso de descomposición cadavérica, pero en las distintas etapas los insectos presentes son diferentes: los segundos en llegar son los coleópteros (cascarudos), que se alimentan de los necrófagos; luego, algunas polillas, que comen de todo, y por fin otros como hormigas o avispas, que en general usan el cuerpo como refugio”. Por ese motivo, qué insectos (y en qué estado de su metamorfosis) se descubren permite datar el deceso.

En el caso del soldado Carrasco, la doctora Oliva trabajó sobre muestras del cuerpo y de la ropa. Halló evidencias, a partir del insecto clave (la mosca verde), de que el deceso había ocurrido hacía entre 25 y 30 días (12 jornadas como tiempo mínimo posible). Y que no había otros insectos. Su lectura de los datos permitió afirmar que el cuerpo (cuya muerte violenta fue certificada por la autopsia) había quedado expuesto a la luz del día durante poco tiempo (“quizás minutos”, propone Oliva), permitiendo la puesta de huevos por mosca verde, y que luego fue colocado en sitio oscuro, donde ni moscas ni otros insectos tuvieron acceso al cuerpo.

Conclusión: “muerte violenta; muerte que databa de un lapso mucho mayor que el admitido. Ocultamiento”.

Los resultados son conocidos: en agosto de 1994, el entonces presidente Carlos Menem firmó el decreto que puso fin a la conscripción.

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