La misa de hoy

La misa de hoy

Al verdadero Dios.

22 Septiembre 2019

Pbro. Marcelo Barrionuevo

“¿Por qué puso el Señor esta parábola? -se preguntaba san Agustín-. No porque el siervo aquel fuera un modelo a imitar, sino porque fue previsor para el futuro, a fin de que se avergüence el cristiano que carece de esta determinación”. Santa Teresa hablaba de tener una “determinada determinación” en servir a Dios. Se trata de no andar con medianías, sino con la convicción firme del que está dispuesto a todo.

Quiere el Señor que pongamos en los asuntos de nuestra vida cristiana el empeño, la ilusión y la habilidad que muchos ponen en lo que les interesa, en lo que les es más entrañable y querido (pongamos de referencia al que busca solo fama, dinero y poder).

El cristiano no debe tener un tiempo para Dios y otro para los negocios de este mundo; no debe tener “dos señores” sino solamente uno y a Él hay que servir, también en las preocupaciones diarias, con toda el alma. “Escucha Israel: el Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón... Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado” (Dt 6,4-7). El Evangelio nos propone una nueva jerarquía de bienes y de consideraciones a la hora de llevar un estilo de vida.

Los hijos de la luz han de poner todo su empeño por estar presentes en los lugares donde se trabaja por el bien común, colaborando con todos con dedicación e ingenio para hallar soluciones que hagan más humana y cristiana la sociedad en que viven. Como aquellos primeros cristianos que escribían: “no dejamos de frecuentar el foro, el mercado, los baños, las tiendas, las oficinas, las hosterías y ferias; no dejamos de relacionarnos, de convivir con vosotros en este mundo. Con vosotros navegamos, vamos a la milicia, trabajamos la tierra, y de su fruto hacemos comercio” (Tertuliano).

Este servicio a Dios debe encarnarse en todas y cada una de las actividades que el cristiano vive como ciudadano en su realidad. Veamos una serie de campos irrenunciables: la enseñanza educativa; la defensa de la vida y del medio ambiente; la justa distribución de las riquezas; la familia; los medios de comunicación; la libertad, la igualdad de derechos y ante la ley; la transparencia en los negocios y en la política; el acceso de todos a la cultura... Todo lo que atañe al bien común debe ser objeto de nuestros desvelos, de forma que esas realidades vayan impregnándose del espíritu de Cristo. En cada uno de estos ambientes los cristianos debemos aportar luz para lo que se hace, se haga con la mayor excelencia de virtud y al mismo tiempo promueva la perfección de la comunidad. ¡Cuántos nos falta!

El cristiano no debe buscar el éxito personal como único objetivo: “No podéis servir a Dios y al dinero”, nos recuerda el Evangelio de hoy; que hemos de servir a Dios con el dinero, con el prestigio profesional, con la iniciativa y la responsabilidad que el Señor elogia al referirse a los hijos de este mundo.

Se trata de poner nuestras preocupaciones en el único gran objetivo: alcanzar la posesión del bien mayor, que es Dios mismo.

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