El hombre que quería desaparecer

El hombre que quería desaparecer

Uno de los mejores físicos europeos se evapora en los albores de la era nuclear.

MISTERIO. La magia de Sciascia es, dice Forn, “saber enmascarar un relato moral sin decirnos la moraleja”. MISTERIO. La magia de Sciascia es, dice Forn, “saber enmascarar un relato moral sin decirnos la moraleja”.
22 Septiembre 2019

CRÓNICA

LA DESAPARICIÓN DE MAJORANA  

LEONARDO SCIASCIA

(Tusquets - Buenos Aires)

Italia. 25 de marzo de 1938. Un hombre, de pie, en un puerto, a la espera de un barco. Se llama Ettore Majorana y es un altísimo valor en el campo de la física nuclear. Genio precoz, consciente de sus capacidades, se desinteresa por sus investigaciones; es temeroso, tímido e introvertido, reacio a la exposición pública y la sociabilización. Parte de la tribu de los que “por no hablar atraen de modo estruendoso la atención sobre sí mismos”, le divierte “desperdiciar el agua de la ciencia ante aquellos que estaban sedientos de ella”. Aquella noche, Majorana aborda un barco de Nápoles a Palermo, tiene 31 años y ya no se volverá a saber de él. Ese hombre de una inteligencia superlativa ha decidido desaparecer, y ha calculado con exactitud matemática cómo llevarlo a cabo.

La delicada coyuntura se cuela en su biografía: el fascismo italiano, la inminencia de la Segunda Guerra Mundial, el inicio de la era nuclear. Hiroshima está a la vuelta de la esquina de la Historia. El horror, en un puñado de átomos. Majorana sabe de qué se trata.

Potencial personaje de Paul Auster, equivalente del tío de Missing, de Alberto Fuguet, Majorana es Una mente brillante, como la del matemático John Forbes Nash, que tan bien retratara aquella película de Ron Howard basada en la novela homónima de Sylvia Nasar, y a la vez un Bartleby: prefirió no hacerlo.

Sobre ese mito se detiene Leonardo Sciascia en La desaparición de Majorana, escrito originalmente en 1975 y reeditado ahora en la colección Rara Avis que dirige Juan Forn. Con los pocos documentos y testimonios de primera mano que le quedan, Sciascia expone hipótesis (tanto las que elige como viables como las que él mismo se encarga de desdecir), exhibe la inacción e impericia estatal, referencia a grandes autores de la literatura universal e italiana (Pirandello, Dante, Pascal, Shakespeare). La magia de Sciascia es, dice Forn, “saber enmascarar un relato moral sin decirnos la moraleja”.

¿Suicidio, huida, instigación a la muerte? ¿Interno de un convento de Nápoles, vagabundo errante, cadáver en el Mediterráneo? Matándose o huyendo: ¿ha logrado, al fin, Majorana, en una audaz planificación, la completa soledad a la que aspiraba? En palabras de Pirandello: “Si los muertos son los pensionistas de la memoria, los desaparecidos son como sus empleados: reciben mayor y más duradera cuota de memoria”. “Y por eso estamos escribiendo sobre su vida”, dirá Sciascia. “Treinta y siete años después, queremos encontrar a Majorana”. Van ochenta y uno.

(c) LA GACETA
 HERNÁN CARBONEL

PERFIL

Leonardo Sciascia nació en 1921, en Sicilia. Tuvo una destacada carrera periodística y fue uno de los novelistas italianos más relevantes de la posguerra. Murió en 1989 en Palermo, a los 68 años. Su obra estuvo marcada por su oposición a los abusos del poder. Entre sus libros pueden mencionarse “El contexto”, “1912 + 1”, “La bruja y el capitán”, “El Consejo de Egipto”, “Puertas abiertas”, “Todo modo”, “El caballero y la muerte”, “Una historia sencilla”, “A cada cual lo suyo” y “La desaparición de Majorana”.

Heisenberg*

Por Leonardo Sciascia

Sin embargo, Heisenberg no sólo no desarrolló el proyecto de la bomba atómica (prescindamos si podía o no fabricarla: proyectarla seguramente si), sino que se pasó toda la guerra con el doloroso temor de que los otros, los del otro lado, estuvieran haciéndolo; temor no infundado, por desgracia. Y trató, aunque torpemente, de comunicarles que ni él ni los físicos que quedaban en Alemania tenían intención de fabricarla ni medios para ello. Y decimos torpemente porque eligió mal al intermediario, el físico danés Bohr, que su maestro […]
En un mundo más humano, más cuidadoso y justo a la hora de elegir sus valores, sus mitos, la figura de Heisenberg debería ser más significativa y parecer más digna que la de otros físicos que por las mismas fechas trabajaron en la energía atómica: más digna que la de quienes desarrollaron la bomba, la entregaron y celebraron sus resultados, y sólo más tarde (y no todos) se sintieron desolados y se arrepintieron.

*Fragmento de La desaparición de Majorana.

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