El primer vuelo en avión del filósofo alemán Keyserling

El primer vuelo en avión del filósofo alemán Keyserling

El intelectual convocó a una multitud en su presentación de 1929 en la Sarmiento. Una nave del Aero Club lo llevó a Santiago del Estero.

UN GIGANTE ENTRE NOSOTROS. Keyserling, de 1,90 metro, atraía las miradas por su altura. Ello le impidió en una ocasión volar en Europa.  UN GIGANTE ENTRE NOSOTROS. Keyserling, de 1,90 metro, atraía las miradas por su altura. Ello le impidió en una ocasión volar en Europa.

“Aun cuando les parezca mentira, es este mi primer viaje en avión. Recuerdo que hace años quise viajar en aeroplano en Rusia y el peso máximo que soportaba el aparato para el pasajero era igual a la mitad del peso que yo tengo. No había ni siquiera el recurso de abandonar el equipaje, puesto que ni yo mismo podía viajar”. De esta manera el filósofo ruso alemán Herman Alexander Keyserling, que se encontraba de visita en Tucumán, le relataba a nuestro diario su primer viaje en avión.

El hombre, que medía 190 centímetros de estatura y que recorrió medio mundo, utilizó un avión por primera vez en nuestra ciudad. El “General Lamadrid”, al mando de Próspero Palazzo, llevó a Keyserling hasta Santiago del Estero para traerlo de nuevo al día siguiente cuando iba realizar su exposición en la Sociedad Sarmiento.

Esa presentación fue un éxito de público que colmó las instalaciones. Se enmarcaba en una gira por Sudamérica. Desde Tucumán se trasladó a Bolivia y de allí a Perú para regresar a Argentina por la vía del Pacífico.

En el aeródromo local

Para nuestro cronista el hecho de que el científico hubiera hecho su vuelo de bautismo aquí era un orgullo para “nosotros y para el Aero Club”.

La crónica de hace 90 años relataba: “a las seis de la mañana por un error de interpretación sobre la hora de partida del avión, un miembro de nuestra redacción estaba presente en el Aeródromo Benjamín Matienzo. El silencio más completo reinaba allí. Ni el alistamiento del aparato ni la presencia de los soldados que prestan servicio ni el menor ruido denotaba que el viaje se iba a realizar. Creíamos en el primer momento que ello se debía a que el filósofo hubiera desistido de su viaje, pero con todo resolvimos esperar. Cerca de las siete se corrieron las puertas del hangar y el avión General Lamadrid fue sacado a la pista”.

Como vemos, la preocupación inicial había sido disipada rápidamente. Minutos más tarde en el automóvil “oficial número 4” llegaba el intelectual a la estación aérea. Casi al mismo tiempo lo hacían el presidente de la entidad, Ernesto Aráoz, y Miguel Figueroa Román.

También se hicieron presentes los cónsules de Bolivia y Perú. Junto al europeo, en el avión, iba a ir Figueroa Román, quien con cierto humor expresó: “vamos a facilitarle un pasamontaña”, al mismo tiempo que miraba con desconfianza el gran sombrero de anchas alas que coronaba la cabeza del naturalista y que no duraría mucho tiempo sobre ella una vez que el avión comenzara a volar. Con cierta preocupación entregó su sombrero y se colocó el gorro de vuelo.

Keyserling había nacido en territorios que ahora están en Estonia y que en julio de 1880 eran parte del imperio ruso. Estudió en las universidades de Dorpat, Heidelberg y Viena. Se formó en ciencias naturales y geología además de filosofía en la que se doctoró en 1902. Contrajo matrimonio con María Goedela von Bismarck-Schönhausen, nieta de Otto von Bismarck, en 1919.

El visitante, que vino desde Córdoba, fue entrevistado por nuestro colega Pablo Rojas Paz en Buenos Aires, a quien le dijo: “estoy encantado de la forma en que los argentinos me reciben y espero que en los viajes por el interior de la República encuentre ese gran espíritu de hospitalidad que parece ser una de las características de los argentinos”.

La charla con Rojas Paz fue leída por él al serle acercado un ejemplar de nuestro diario de aquel 10 de agosto minutos antes de despegar. Asimismo, le expresó a nuestro cronista: “Pablo Rojas Paz es un excelente muchacho. He conversado mucho con él en la metrópolis”, y agregó sobre la foto de él en el artículo: “estoy muy bien en el grabado”.

Sobre los argentinos

Acerca de su pensamiento sobre los argentinos señaló: “En cuanto a la Argentina, lo que necesito ahora es alcanzar perspectiva. Necesito alejarme. He visto hombres a centenares, como no he visto en ninguna otra parte. Este cúmulo de impresiones tiene que sedimentarse. No le sorprenda esto porque hasta los 40 años yo era un solitario. Veía durante el año unas tres o cuatro personas”.

Y como expone Carlos Páez de la Torre (h) en su artículo “Visita del conde Keyserling”, el filósofo “consideraba a la Argentina el país de los “re”. Porque “aquí hay resentimientos y recelos. En otras partes hay sentimientos y celos. No he visto nunca ese estado de alma”.

Sirven para recordar aquella visita a Tucumán las palabras expresadas por el diplomático y ensayista Máximo Etchecopar en su libro “Historia de una afición a leer”.

Allí relata como un joven de apenas 17 años se fue a escuchar a intelectuales como Keyserling y Aldo Frank en aquel 1929, hechos que fueron relatados por Páez de la Torre (h).

Sobre el alemán decía que “era un personaje insólito que rompía con estridencia todos los cuadros convencionales”. Nunca olvidaría su sorpresa “cuando en la sala colmada de público vi entrar al gigantesco filósofo, que lo hizo a grandes zancadas y acelerada marcha (como cuadra a un gigante)”, lo que exigía, de sus acompañantes tucumanos, “un andar vecino de la carrera”.

Aquello “para asombro y fiesta de mis ojos, se repitió al finalizar la velada, y hacer de nuevo el convidado su recorrido a través del salón y abandonar la casa”.

Ya en la calle, “el fabuloso conde se cubrió con un sombrero de anchas alas tiesas, de color claro, casi blanco -uno de esos que en México llaman ‘tejanos’-, que contrastaba bruscamente con el atuendo oscuro que, si mal no recuerdo, era esa tarde traje de jacquet”.

Estas palabras de Etchecopar se verifican en la foto central de este artículo en la que se ve al visitante, de abrigo y sombrero claro, con otras personas, entre ellos Figueroa Román y Palazzo, a los que sobrepasa en altura por una cabeza.

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