Hechos, no palabras

Hechos, no palabras

El entorno, los funcionarios y los “sijuancistas” se desesperaron e hicieron lo imposible por disimular y borrar la falta de su conductor. Manzur utilizó un bien público para trasladar a dirigentes del PJ. Más de uno culpó a la prensa.

Ellos están como todos los días desparramados en Santa Fe, entre Salta y Catamarca. Ocupan el lugar que tienen reservado en el extremo Este de esa calle céntrica tucumana. Pero también estacionan en los sitios especialmente delimitados para que suban y bajen de un auto particular los que viven en los edificios de la acera sur. Además, están en doble fila porque en algún momento avanzarán hasta el lugar que la Municipalidad les reservó. Son los taxistas de siempre. Son esos seres amables que lo llevan adonde usted les diga. Hasta que usted les dice que están en infracción. Ese es el momento en el que actúan en manada. No les importa nada, sólo agredir. Como este viernes a las 8.50 en el que un automovilista no pudo estacionar en el lugar que la Municipalidad de Capital dispuso para que se posicionen vehículos privados. El hombre con los chicos acuestas se vio obligado a parar en doble fila mientras esperaba a dos niños más. Fue entonces cuando uno de los taxistas se abalanzó reclamándole que se corra porque obstruía el movimiento de los hombres del servicio público. Cuando ese padre le explicó que estaba en doble fila porque el taxista y sus colegas ocupaban el sitio reservado para los particulares, le tiró el auto como embisten los animales y lo agredió verbalmente recriminándole que estaba en falta por estar en doble fila. No pudo hacerle entender que su falta se debía a que los taxistas estaban incumpliendo la ley. Veía a este hombre buscando niños en doble fila y no a sus colegas en la misma infracción, ya que una larga cola de taxistas perturbaba el tránsito. La doble moral no es privativo del poder, aunque allí suele dar el ejemplo.

La Municipalidad, también suele repetir operativos para poner orden, pero todo vuelve a su normal irregularidad. Los controles no alcanzan cuando el ciudadano no quiere convivir con su prójimo. Otro botón de muestra lo dieron los legisladores que se desgañitaron para aprobar la ley de narcomenudeo, pero jamás se animaron a investigar y a exigir que los colegas que se sientan en sus bancas vecinas digan a quiénes compran y dónde se vende la droga. Esos mismos legisladores tampoco tienen ningún interés en avanzar con la sanción de la ley que obliga a enseñar educación vial en todas las escuelas. Podría ser una materia más para que las generaciones que vienen no tengan que sufrir la violencia de un taxista al que no le gusta que alguien lo demore porque él mismo está cometiendo una falta de tránsito y al obstaculizar al otro se obstaculiza a sí mismo.

Entonces, se entiende. Si hay tanto desinterés por el prójimo es comprensible que no importe cumplir con las reglas morales, como les ocurre a los legisladores. Es la única razón por la que se puede entender cómo en un país en crisis empobrecido y aturdido por estas carencias los dirigentes pueden poner a disposición de dos dirigentes porteños el avión sanitario de Tucumán.

El día que vino de visita el cuasi presidente Alberto Fernández de Kirchner, el canciller Juan Manzur organizó un gran acto gremial y empresarial para agasajar a la Unión Industrial, pero a la vez para fortalecer el poder de quien puede comandar el país. Alberto Fernández y su comitiva aterrizaron en Tucumán en un vuelo de línea de Aerolíneas Argentinas. En cambio, a Fernando Espinoza y a Verónica Magario los trajeron en un avión de todos los tucumanos. Se trata de una nave sanitaria no proselitista. Pero al canciller Manzur, como al taxista de la Santa Fe, les cuesta distinguir los límites de lo público y de lo privado.

La enfermedad del avión

Cuando los gobernadores o los presidentes se bajan del poder no añoran el abrazo ocasional, la adulación interesada, las prerrogativas ni el protocolo exagerado hacia sus personas. Extrañan el avión. Le pasa a José Alperovich y le pasa a Mauricio Macri. Esta es un enfermedad contagiosa, pero inevitable. Son pocos los que han logrado curarse de semejante mal. El vértigo, la velocidad de Whatsapp y la aceleración del pulso del gobernante no sirven de catalizadores cuando se enferman de avionitis. El primer síntoma es la confusión. El senador Alperovich, por ejemplo, aún confunde lo público con lo privado y termina rompiendo protocolos o abusando de su poder. Manzur que se desespera por mostrarse diferente a su antecesor padece el mismo mal. Por eso ni se dio cuenta que había hecho un mal uso del avión. Lo utilizó para un fin partidario. Aún cuando Tucumán es peronista desde siempre y por amplia mayoría no justifica que un bien público tenga la función de taxi particular del PJ.

Es tan contagioso el mal del avión que el afiebrado Manzur se olvidó de su rol de canciller y ordenó disimular lo que en otros países podría obligarlo a renunciar. Sus principales adlátares actuaron como muchas veces se hace desde las alturas embriagantes de los que mandan. La culpa la tiene la prensa. No vieron que la foto de Magario y Espinoza subiendo al avión la pudo haber sacado alguien cercano al poder manzurista. Hay funcionarios del equipo de Juan a los que les encanta promover las redes sociales y que ponen dinero en ellas que no vieron cómo las cuentas de Whatsapp se atragantaron con la imagen mucho antes de que se patentiza en la prensa. Entonces se encargaron de avisar a algunos periodistas de LA GACETA que se había actuado insolidariamente al publicar la ya viralizada foto cuando LA GACETA había podido hablar con Alberto Fernández en la mañana del jueves. El mal del avión marea, confunde, a tal punto que se cree que la tarea periodística es un toma y daca y no una responsabilidad informativa con los lectores. En cambio, nuestros editores avergonzados porque la información corría por las venas virales de las redes se limitaron a chequear y a constatar la veracidad. En el Poder Ejecutivo tucumano no pueden ver eso, se preocuparon por difamar ante la vergüenza de asumir un error. Un ejemplo más de la doble moral.

En otras culturas si el gobernador o el responsable de este abuso de poder no renuncia, por lo menos la Justicia actúa sancionando a ese funcionario. En Tucumán ni en la Justicia provincial ni en la Nacional (se trata de una cuestión aérea en un aeropuerto) se animaron a por lo menos preguntar qué había pasado. Al ministro Público Fiscal Edmundo Jiménez no se le movió un pirincho para promover entre su cuerpo de fiscales, aunque más, no sea un pedido de informes. Su parsimonia o desinterés por la transparencia o el cuidado de la cosa pública dejó entrever cómo la Justicia y el Ejecutivo no pueden disimular sus buenas ondas.

Nadie lo defendió

La confusión que sacude las neuronas de los que padecen la enfermedad del avión también disimula la soledad de los poderosos. El uso partidario de un bien público no les pasó inadvertido a algunos (muy pocos) actores de la oposición política de Tucumán. Sin embargo, sus gritos o planteos en ningún momento fueron refutados. A estas horas en las que el canciller (con minúsculas y devaluado al padecer avionitis) se encuentra caminando por Nueva York, debe estar preguntándose el porqué de tanta ingratitud. Ningún funcionario de su gabinete, ningún legislador electo y en funciones y ni hablar de intendentes o dirigentes de su equipo salió a defender la parada. Mucho menos a reconocer el error. Manzur comenzó el miércoles sonriendo como el gran armador y estratega del peronismo y terminó chamuscado por sus propios errores. La prudencia y la paciencia, que suelen ser las virtudes centrales para la construcción de su poder, fueron devoradas por el inútil e innecesario viaje en avión, que se trató de disimular desde el equipo de comunicación que lo entorna.

Casas inmorales

En la mitad del camino entre la esquina de Salta y Santa Fe y la sede del Poder Ejecutivo, está el Instituto de la Vivienda donde los funcionarios regalaban casas como si fueran caramelos con tal de quedar bien, hacer negocios o simples favores políticos o afectivos. Un ejemplo es el barrio Manantial Sur donde muchos de los que figuran como propietarios de las casas tienen apellidos idénticos a los que cumplen funciones públicas. Pura casualidad, seguramente. Sin embargo, para corroborar si lo es o no, la interventora del Instituto de la Vivienda Noemí Ferrioli, recibió una carta documento del gobierno nacional para que explique más de una asignación de vivienda.

Todo lo descripto fueron hechos, no palabras. Hechos que demostraron los abusos del poder y palabras que no sirven disimular lo indisimulable. “Sin la firmeza de la conducta no hay moral”, escribió José Ingenieros en su libro “Las fuerzas morales”.

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