A 50 años de un tenis que no hay que olvidar

A 50 años de un tenis que no hay que olvidar

19 Agosto 2019

Sebastián Fest

Especial para LG DEPORTIVA

La historia bien grande se escribe a veces con detalles asombrosamente pequeños. Puede dar fe Rod Laver, que hace 50 años logró el Grand Slam -la conquista de los cuatro grandes torneos del tenis en un mismo año- en buena parte gracias a la decisión de cambiarse las zapatillas.

Aquella del lunes 18 de agosto de 1969 en Nueva York era una típica tarde húmeda en el verano de la costa este norteamericana. La lluvia había impedido que la final del Abierto de los Estados Unidos se completara el domingo, y en parte por eso solo había 3.606 espectadores en el escenario armado en el West Side Tennis Club de Forest Hills.

No importaba, Laver estaba a un paso de repetir lo que ya había hecho en 1962, pero esta vez como profesional y tras haber sido apartado del tenis grande durante más de cinco temporadas. Decisión de los puristas que no concebían al profesionalismo. De no haber sucedido aquello, Laver tendría seguramente hoy más títulos de Grand Slam que los 20 de Roger Federer. Llegó a 11.

Había llovido, la cancha estaba ingobernable y Laver venía de desperdiciar una ventaja de 5-4 y su saque en el primer set. Entonces tomó la decisión: se cambió las zapatillas convencionales que llevaba y pasó a usar unas con clavos. Perdería ese primer set 9-7, pero desde el cambio de calzado se llevó 20 de los 29 juegos en disputa para derrotar a su compatriota Tony Roche 7-9, 6-1, 6-3 y 6-2 y sellar el Grand Slam.

Nadie volvería a lograrlo. Ni Borg, ni McEnroe, ni Sampras, ni Agassi, ni Federer, ni Nadal. Lo de Laver fue enorme, y nada le llegó por regalo. “El polvo de ladrillo en Australia era muy diferente al europeo, muy diferente. En los torneos en Europa yo sentía que los rivales se divertían conmigo, jugaban conmigo literalmente. Me propuse aprender, aprender... Y no me fue mal”. Nada mal: ganó Roland Garros en 1962 y 1969 abriendo el camino a Grand Slam porque, hay que recordarlo, en aquellos años tres de los cuatro grandes se jugaban sobre césped. París era, entonces, el gran desafío para los “aussies” y norteamericanos acostumbrados al tenis ofensivo, ni hablar de aquellos que privilegiaban el saque y volea.

Tras años de cierto olvido, Laver es hoy un hombre feliz. Se sienta en el palco de honor en los grandes torneos del circuito y su propio nombre bautizó un certamen que se perfila con gran futuro, la Copa Laver entre Europa y el resto del mundo.

“Es maravilloso que se puedan enlazar la era amateur y los partidos de esos años con la era profesional. Porque hay que acordarse de los campeones del pasado, ya sea los mosqueteros franceses de Jean Borotra, Henri Cochet, Jacques Brugnon y René Lacoste, o Fred Perry, Lew Hoad, Ken Rosewall, Frank Sedgman y Pancho Gonzales. Esa era iba camino a perderse totalmente, y Roger (Federer) tuvo la idea de que yo le pusiera mi nombre a un torneo que homenajea a todos los jugadores aficionados del pasado. Muchos lo olvidan hoy y creen que el tenis comenzó en 1968, con la era profesional. Y hay mucho, mucho más antes de esa fecha”. Laver compara, y con razón: “Antes, con las raquetas de madera, no podíamos darle la velocidad y potencia que se le da hoy a la pelota”.

Y, por elegancia, no habla del tema, pero abruma pensar en la diferencia entre lo que se ganaba por ser tenista en los albores del profesionalismo y en lo que se gana hoy. O en el dinero que no ganaron las grandes estrellas de la era amateur, esa a las que Laver quiere rescatar en combinación con Federer.

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