Brexit, la tercera temporada

Brexit, la tercera temporada

El Banco de Inglaterra prevé contracción de la economía y aumento del desempleo. Una salida sin acuerdo implica que los británicos pierden cinco veces más que los europeos en materia de exportaciones.

FRICCIÓN. La frontera irlandesa es un punto sensible en la negociación. REUTERS (archivo) FRICCIÓN. La frontera irlandesa es un punto sensible en la negociación. REUTERS (archivo)
27 Julio 2019

La traza de la autopista al infierno tendida por el Brexit tiene dos vías para el nuevo primer ministro británico, Boris Johnson, primo lejano de la reina Isabel II: una de ida, bajando impuestos, y la otra de vuelta, captando inversiones. Si fuera tan fácil recorrerla, el mentor del referéndum sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea, David Cameron, no hubiera renunciado un día después de la ajustada victoria del sí en 2016 ni su sucesora, Theresa May, hubiera invertido 1.044 días en Downing Street. La gestión más breve desde la Segunda Guerra Mundial. La más desgastante, también.

En 1530 hubo otro Brexit. El de Enrique VIII, rey de Inglaterra. Quería divorciarse de la primera de sus seis esposas, Catalina de Aragón. La Iglesia Católica le negó el permiso. Entonces, el monarca que iba a unir a Inglaterra con Gales se declaró jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra y, como Cameron en plan de promover la consulta entre los suyos sobre la eventual ruptura con el continente, procuró aumentar su influencia con ostentaciones de riqueza. La riqueza no provendrá ahora del Brexit. De consumarse el 31 de octubre “a vida o muerte”, como pretende Johnson, el costo será de 35.000 millones de euros.

La salida sin un acuerdo, llamada Brexit duro, tendría como fin demostrarle a la Unión Europea que el divorcio está decidido y exigirle concesiones, más allá del quebranto. Las exportaciones del Reino Unido a la Unión Europea representan 13% de su PBI mientras que las exportaciones de la Unión Europea al Reino Unido representan 2,5% del PBI de los 27 países miembros.

Los británicos pierden cinco veces más que los europeos. El Banco de Inglaterra prevé una contracción de la economía, un aumento del desempleo y una caída del precio de la vivienda.

En esos mares navega Johnson, ex canciller y ex alcalde de Londres, respaldado en forma efusiva por Donald Trump. Irán, sancionado por Estados Unidos, retiene un barco petrolero británico en el estrecho de Ormuz. Poca ayuda ha recibido May de los gobiernos europeos y del norteamericano.

El Brexit, tercera temporada, supone una inversión en optimismo con una ínfima mayoría parlamentaria de Johnson y muchas facturas pendientes dentro de su propio partido, el conservador. La ambigua oposición laborista de Jeremy Corbyn, tan euroescéptico como sus detractores, agrega el condimento de moda: la incertidumbre. May tiró la toalla antes de una cuarta derrota en la Cámara de los Comunes después de haber intentado tender un puente con la Comisión Europea. Un puente roto. El punto de fricción pasa por la creación de una frontera física entre Irlanda del Norte (Reino Unido) e Irlanda (Unión Europea). Algo inaceptable para la Unión Europea tras haber contribuido al final de tres décadas de conflicto entre católicos (republicanos) y protestantes (unionistas). Si en diciembre de 2020 Londres y Bruselas no firman un acuerdo comercial, Irlanda del Norte quedaría sujeta a algunas normas europeas.

El backstop (salvaguarda) en la frontera irlandesa, así como el Brexit, divide a la sociedad, no sólo a los políticos. El Partido del Brexit, de Nigel Farage, hundió el bipartidismo en las elecciones europeas de mayo. Farage, como Johnson, celebró la caída del embajador en Estados Unidos, Kim Darroch. Debió dimitir por la difusión de informes confidenciales en los cuales tildaba de “inepto” a Trump. Johnson, novio de Carrie Symmonds, aún es el marido de Marina Wheeler. Se casaron 14 días después de la primera separación de él de su primera esposa, en 1993. Inició el trámite de divorcio en 2018. El de la Unión Europea no parece más sencillo.

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