Pedidos insólitos al delivery: tres historias de tucumanos

Pedidos insólitos al delivery: tres historias de tucumanos

Pedidos insólitos al delivery: tres historias de tucumanos

En algún momento incierto del espacio-tiempo nuestras ansias de comodidad nos llevaron a inventar el delivery. Un servicio que sabe salvarnos de despistes, inconvenientes y compras a contrarreloj. De a poco, a aquellos cadetes y mensajerías en motos que contratábamos para hacer mandados fugaces se les sumaron los pedidos vía smartphone. En provincias como Córdoba y Buenos Aires, la oferta de este tipo de comercio electrónico está en auge y empresas como PedidosYa o Rappi ofrecen en su catálogo además de comida varias farmacias, verdulerías, peluquerías y veterinarias. Las opciones abundan pero, ¿el delivery es capaz de salvarnos en momentos críticos? Estos son algunos de los pedidos más insólitos hechos por los tucumanos.

Muerto de amor

Al hablar, Juan Pablo Elías (26) acepta que jamás fue un romántico. Eso, sumado a su nula capacidad para recordar fechas importantes, hace que en sus relaciones amorosas la ecuación le juegue en contra. “Amor, ¿qué hacemos para festejar?”, fue el chat detonante y salvavidas de Juan. Hoy iba a ser su aniversario y él, de nuevo, lo había olvidado. Mariana vendría a las 2 para cenar y después saldrían a bailar. Era imposible posponerlo, ¡había que remendar el descuido ahora!

Más rápido que Flash, tecleó y tecleó en su celular para pedir comida. Listo: un combo de sushi y vino blanco llegaría en breve y el postre sería una torta de la heladería de la esquina. Sólo faltaba el regalo… “Se me ocurrió comprarle muchos alfajores y chocolates en la despensa, pero tampoco tenía una bolsa que no sea del súper”, argumenta.

Lo que sí podía conseguir eran flores. “Una compañía funeraria que contraté hace meses tenía servicio de florería con envíos a domicilio. Les pedí (fingiendo que era un velatorio repentino) el ramo más caro y colorido”, recuerda el despistado novio. Esa fue su segunda equivocación. Al llegar a casa, ella vio el obsequio todavía envuelto. No era un encantador ramo de flores sino una corona funeraria, rodeada de una gigante banda blanca con la frase “te amo”, escrita a mano.

Fiesta a domicilio

Cuando la empresa de fiestas infantiles canceló en la última instancia su visita, Olga Derobertis (45) entró en pánico. Iban a festejar el cumpleaños de su ahijado y tendría que ingeniárselas sola para que el evento familiar no sea un fiasco. Gracias a Facebook, encontró una tienda de cotillón con delivery y, sin pensarlo dos veces, compró la decoración (vía teléfono) a un local de Las Talitas. Tras una extensa llamada, logró tener la piñata, las serpentinas, los globos inflables y un set de platos y vasos de superhéroes.

Un último detalle y la fiesta podría salvarse: Olga le había prometido a Bastian (7) un escuadrón de héroes (disfrazados). “Consulté en el negocio si animaban eventos o tenían algún empleado que se disfrace”, detalla la amorosa madrina, desconociendo lo que se avecinaba. “En lugar de un auto, cayó al departamento un cadete en moto con muchos globos inflados en el volante. Y, para peor, el hombre que los traía estaba vestido de Superman, un Superman con traje parchado y excedido de peso”, lamenta.

Belleza nocturna

No era la primera vez que Brenda Saldado (23) se quedaba fuera de casa por ir a sacar la basura. De haber sido otro día, alguna conocida podría haberla socorrido, si tan sólo tuviera más tiempo...

Eran las 21, y a las 22, el chico con el que conversaba desde hacía tres meses por fin iba a pasar a buscarla. Incansables fueron los mensajes de WhatsApp, comentarios en stories y estrategias para que este día, el de una invitación cara a cara, llegara.

Brenda evaluó su estado: jean, remera básica y zapatillas, una imagen pasable. Aunque las ojeras de su eterna guardia en el Hospital Padilla y el olor a cigarrillo (el culpable de dicha tortura a la intemperie) eran imborrables. Tampoco tenía tiempo para ir al hogar de su amiga ni explicárselo a las vecinas, curiosas en exceso.

De repente, ante la crisis vino la idea. “Lo pensé por desesperación. Tengo una amiga que trabaja en un sex shop y cada tanto nos muestra productos. Así que lo que hice fue llamarlos y pedí una crema corporal, una base de maquillaje (que en realidad era pintura corporal comestible), perfume, lápiz labial y lencería”, confiesa la estudiante.

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