Sin colectivos en la Luna

En un día como ayer, 16 de julio, pero de hace 50 años, comenzaba su viaje a la Luna el Apolo 11; cumpliría su misión cuatro días después, el 20 de julio de 1969. O sea, hace 50 años el hombre concretó un gran sueño: pisar suelo lunar. Cincuenta años más tarde, aquí, en tierra tucumana, unos cuantos hombres no pueden ni ponerse de acuerdo para destrabar la recurrente crisis del servicio del transporte de pasajeros. No le encuentran la vuelta.

Encima, el tiempo electoral los pone en órbitas diferentes y revela las mezquindades y la ausencia de intenciones para salir del trance, porque es más redituable en términos políticos acusarse antes que ponerse de acuerdo. Muchas denuncias y excesivos diagnósticos interesados que frenan las soluciones.

Es así porque en épocas de votación es clave diferenciarse y no admitir culpas. El único camino que siempre encuentra la dirigencia es apuntar con el dedo y decir que el otro es el responsable de lo que sea, de cuanto padecimiento afecte a la sociedad y que sea factible de ser politizado. Lamentablemente, el conflicto del transporte quedó atrapado en medio de lo electoral. Cada lado, además, estatal o privado, presionará para sacar ventajas, materiales o políticas. Los intereses cruzados complicarán las negociaciones. No parece, por ahora, que se busque una solución momentánea que satisfaga a todos -centralmente a los usuarios-, sino que se trata de sostener que el otro tiene mayor incidencia en el conflicto. A no votarlo. El adversario es el causante de todos los males.

Mientras no se dejen de lado el egoísmo sectorial y las ambiciones políticas, y transite el proceso electoral, este tema amenaza con no poder superarse fácilmente. Así que, a prepararse Houston. No habría moño, o una salida que deje satisfechos a todos. Sobrarán las explicaciones. A seguir oyendo, entonces, las excusas de todos lados en aras de debilitar al contrincante ante a los ojos de los votantes. A seguir escuchando las quejas de los usuarios si vuelve a repetirse la interrupción del servicio público de pasajeros o si se incrementa en valores astronómicos el costo del boleto. Y a oír de nuevo los lamentos de parte de los empresarios por la falta de rentabilidad del negocio. Problemas muy terrenales.

Para parafrasear a uno de los astronautas que pisó la Luna, “Buzz” Aldrin, el que usa a diario el colectivo sentirá una “magnífica desolación” frente a la crisis. O como apuntó el tercer astronauta de la Apolo 11, Michael Collins: “desde los tiempos de Adán nadie se había quedado tan solo”. Lo dijo porque quedó orbitando alrededor del satélite mientras sus dos compañeros alunizaban. Debe ser la misma sensación de los usuarios en las paradas de colectivos cuando se produce un paro de UTA o un lock out patronal, donde cada sector sale a defender lo suyo, salarios o la necesidad de subsidios, o de una suba de la tarifa. Viajeros desolados.

Como el tiempo electoral ahonda la crisis, por ejemplo, ¿quién querrá pagar el costo político del otorgamiento de una suba del boleto justo cuando hay una votación cerca? Más fácil es lavarse las manos y seguir diciendo que la Nación no envía los subsidios, que la Provincia no cumple el consenso fiscal, que se necesitan nuevos entes, que faltan recursos, que hay que declarar esencial el servicio -sería clave-, que el municipio va por un lado y que la gestión provincial a contramano. En fin, afán por tratar de construir el mejor relato, de decir verdades a medias, de imponer la versión que suene más cierta, porque es tiempo de hacer promesas a rolete, de hacer demagogia y de pelearse con chicanas de cualquier tipo. Pésimo tiempo para los acuerdos.

La pregunta es si todos los involucrados querrán asumir los costos de una salida consensuada que afecte mínimamente el bolsillo del usuario, en un tiempo económico y social crítico para la ciudadanía. O sugerir otra alternativa que no termine dejando de a pie a los que viajan en ómnibus. A mantener el servicio.

La realidad entorpece cualquier posibilidad de consensos. Para la dirigencia es más sencillo acusarse buscando réditos que ponerse de acuerdo. Impacta que los que tienen responsabilidades de conducción y que deben garantizar el bienestar general se sientan más cómodos en el papel de diferenciarse que sentándose en una mesa para pactar un arreglo. Es increíble que en el afán de decir que no soy como el otro, o que el otro es peor, no medie una vía de acercamiento, que nadie se anime a aproximarse. Miradas cortas. La Luna estaba lejos, pero se la conquistó.

En fin, en una crisis, para los actores políticos es más sencillo enfrascarse en sus propios intereses, en ser egoístas para no resultar magullados y en achacarle mayores responsabilidades al resto. No osan reconocer que todos son parte del problema y que únicamente entre todos pueden ensayar una salida, en la que cedan una cuota de orgullo, le pongan imaginación a la situación, resignen intereses y asuman las responsabilidades por igual. Pero, en este juego todos parecen guardarse cartas. Hasta los empresarios.

Hace 50 años, Neil Armstrong decía que el hombre había dado un paso y la humanidad un gran salto. Aquí, ni un paso juntos. Es mejor desconocerse y pelear que tratar de aunar esfuerzos. Mejor andar a las patadas que darse las manos. La grieta a pleno. Muy terrenales. Por estos lados sobrevuela más la complicación del Apolo 13: “Houston, tenemos un problema”. Y no saben, o no quieren resolverlo. Lunáticos.

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