Hay que pasar el otoño

No es un plan económico. Es sólo un esquema de contingencia electoral. La Casa Rosada quiere revertir la imagen que los sondeos de opinión, propios y extraños, le están mostrando de una realidad cada vez más afligente. Mauricio Macri no convence para alcanzar la reelección. Y, desde el silencio, Cristina Fernández se frota las manos.

En menos de 100 días, el Gobierno nacional pasó de ganar en los sondeos a perder en las urnas y la flexibilización de la política económica terminó aumentando la incertidumbre económica en vez de resolverla, advirtió durante la semana el analista político Rosendo Fraga. Tal vez por eso, el macrismo crea que ya se pagó el costo político y que es fundamental profundizar la política de déficit fiscal cero para encarrilar las finanzas públicas.

La batalla electoral se está librando en un país de necesitados. De habitantes que quieren un poco de paz en medio de tanto ahogo financiero y con presiones del dólar sobre el resto de los precios de la economía. De personas que quieren ir al supermercado, al almacén de la esquina o simplemente a la verdulería y que los precios sean los mismos que los de la semana pasada. De argentinos que anhelan que el país tenga los mismos niveles de inflación que sus vecinos y no el 54% interanual de reajuste en los precios. De ciudadanos que reclaman grandes gestos a los políticos, sin mezquindades, para sacar a la Argentina de esta sensación de agobio.

Las decisiones equivocadas se pagan con más pobreza, más desempleo y una mayor informalidad económica. Y eso es transversal hacia toda la sociedad. Nadie puede sacar los pies del plato, pero cada uno debe asumir la responsabilidad que le cabe en este momento. Crisis es una palabra que forma parte del léxico cotidiano del argentino. Su profundidad es lo que hace ruido. La incetidumbre de lo que puede llegar a pasar el día de mañana es lo que el mercado considera como un factor de riesgo permanente. La conducta del país no ha sido la óptima si se revisa la historia. Pero en algún momento habrá que demostrar que se eligió el camino correcto y que se puede ser un país confiable.

Por eso, los programas de gobierno deben trascender el color político del gobernante. Como viene pasando en Chile que, por más que haya cambios de ideología en la conducción de esa nación, los lineamientos generales de la gestión se mantienen. La enseñanza trasandina es que, para que un país baje sus niveles de pobreza, indefectiblemente su economía debe crecer a un ritmo del 3% anual, de manera constante y sin salirse de la línea.

El “Plan otoño”, presentado ayer por el Gobierno nacional, no habla de congelamiento, pero sí admite que “no dispondrá más aumentos de tarifas de electricidad, gas y transporte público para las familias en lo que resta del año”. El Estado nacional ha decidido asumir los costos financieros -y también los políticos- de estas decisiones. Sin embargo, deja en claro que esa medida sólo tendrá efecto en los tramos que dependen de su órbita, pero no de aquellas con incidencia provincial o municipal. ¿Acaso no hubiera sido un buen gesto coordinar con gobernadores e intendentes una acción con amplio impacto? Los intereses sectoriales priman en ambos lados del mostrador. La campaña se desenvuelve entre las chicanas por el rumbo económico y aquellas que tienen que ver con la inseguridad, dos cuestiones sensibles en la consideración social.

La Argentina está amortiguada por la parafernalia electoral. Más allá de los resultados que las encuestas le muestren a los candidatos, hay dos situaciones que los muestreos reflejan: a siete de cada 10 argentinos les preocupa los efectos de la crisis económica y la falta de seguridad. A la mitad de los que son sondeados no les interesan los partidos políticos y, por esa razón, no tienen definido a quiénes van a votar en las provinciales y en las nacionales.

El divorcio de la política con el reclamo social es evidente a partir de estos resultados. El día que esa relación mejore, podrá pensarse en dejar de vivir en un país de emergencias recurrentes. La confianza es el principal signo monetario que se necesita.

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