Apuesta a la cuña, a los acoples y a perder para ganar

Apuesta a la cuña, a los acoples y a perder para ganar

El entusiasmo desmedido es una pose obligada por estas épocas. La tensión y el nerviosismo se disimulan detrás de sonrisas forzadas. Todo calculado para seducir a la mayor porción posible del electorado, con gestos y dichos destinados a cercar a los propios y a atrapar a los ajenos e indecisos. Inadmisible equivocarse con los mensajes. Se juegan futuros políticos el 9 de junio; no es como para dar pasos en falso, menos que menos en la elección de los compañeros de ruta -como los vices-, en la integración de las listas y en el armado territorial; claves para dar una buena pelea. Son tiempos en que los que a la democracia la flexibilizan a tal nivel que los adversarios se convierten en enemigos, como los agrietados permanentes que se divierten en el escenario nacional señalando con el dedo. Esos que apuestan a que se elija entre una ex presidenta que tiene 10 procesos abiertos en la Justicia y entre un jefe de Estado que afirma que su padre, de cuyas empresas participó, integró una red de corrupción empresario-estatal. De honestidad ni hablemos. De economía, menos.

Hay otros entusiasmos, más sinceros, aunque se ocultan porque son los que generan los propios contrincantes con sus acciones y que, por lo tanto, no se pueden exteriorizar. Como el que les provoca a los opositores locales tener la chance real de convertirse en una cuña exitosa y que los lleve a triunfar en la elección: el que se verifica a partir de la creencia de que Alperovich sólo apareció en el escenario para terciar y dividir y -en ese contexto- para facilitar el desalojo del peronismo del poder. Si realmente el senador se presenta para impedir la reelección de sus ex socios, ¿qué ganaría perdiendo? Se podría convertir en la única autoridad local en pie, con la aureola nacional que le da la banca, como para intentar rearmar a un eventual justicialismo derrotado alrededor suyo; sin Manzur, ni Jaldo. Su objetivo de máxima es ganar, pero tal vez el de mínima sea facilitar que sus ex compañeros fracasen. ¿Eso pretende? Es osado deslizarlo, aunque no tanto si se retrocede hasta 2017, cuando desde el Gobierno se acusó al ex gobernador de “ir a menos” en los comicios nacionales para hacerle perder una banca al oficialismo (de las tres que se perfilaban como posibles en las PASO; aunque en las generales luego obtuvo dos). Nada es descabellado. O sea, el entusiasmo subterráneo de la oposición sugeriría que Alperovich sólo trabajaría para que ni Manzur ni él se impongan, pensando en su futuro más allá de 2019.

Para eso, el ex mandatario debería obtener un poco más de 120.000 votos; cifra que necesitaría restarle al Frente Justicialista por Tucumán para que “Vamos Tucumán” pueda terciar, con mucha fortuna además -dado el cabaret que es el radicalismo tucumano-, e imponerse. En esa línea, además, los “ex Cambiemos” también deben festejar, cual entusiasmo vergonzante -y por lo tanto destinado a mantenerse oculto- que se hayan anticipado los comicios provinciales, por cuanto no se verán compelidos a defender la gestión macrista nacional sino a concentrarse en cuestionar la gestión provincial, centrándose en la seguridad. De hecho, cuanto más lejos el concepto Cambiemos, mejor. Y si Macri no viene, alivio. Por el contrario, el oficialismo provincial ya ha resuelto cabalgar la campaña cargando todas las tintas contra el Gobierno nacional; es su mejor carta, y la más fácil de jugar dado los fracasos en resultados sociales de la política económica del Presidente.

Sin embargo, el piso electoral con el que arranca Alperovich es una incógnita. Ninguna encuesta es de fiar, por lo que asignarle hoy un porcentaje de intención de votos es una osadía. En los muestreos todos ganan, y en todos son primeros. Y tanta es la desconfianza en ellos que algunos intendentes han optado por hacer sus propios muestreos, sin procedimientos científicos o técnicos con calidad ISO 9000; nada de consultas telefónicas sino verdaderos test cara a cara con sus vecinos. Los resultados de campo de algunas de esas consultas muy caseras, especialmente en el sur de la provincia, dirían que el peronismo -entendido como un combo que mezcla oficialismo, Alperovich, Cristina y otros rostros justicialistas- se alzaría con un 70% de las simpatías. No sería raro si se miran las últimas elecciones provinciales, donde el peronismo siempre se impuso en las secciones electorales II (este) y III (oeste), especialmente en la primera, donde se puede decir que “revuelca” a la oposición y hace la diferencia.

Ahora bien, ¿cómo se repartiría ese 70%? No hay bolas de cristal que sirvan, aunque sí aspectos que no se pueden soslayar, como la importancia de los puntos porcentuales (estimados entre seis y 10) que aporta el aparato del Estado, o el territorio “institucionalizado”, a la fórmula oficialista de Manzur-Jaldo. Es decir, el que hace el ejército de candidatos a legisladores, a intendentes, a concejales y a comisionados rurales que trabajan electoralmente para el Gobierno de turno. En ese marco, los acoples son la base de la estrategia electoral del peronismo para retener el poder, porque cuanto más colectoras haya, más votos recogería la fórmula del PJ.

En ese sentido no se entiende que Alperovich haya renegado de este sistema, impuesto por sus convencionales en la Constitución de 2006. Es de suponer, entonces, que el senador se jugará por armar una única lista y jugarse con la oficial en toda la provincia para enfrentar al Gobierno. ¿Sin acoples? Ese detalle llevaría a pensar en la ecuación perder, para ganar.

Hay un solo dato histórico, aunque lejano (allá por 1987), en el que el peronismo se dividió, como para tratar de hacer especulaciones, proyecciones o interpolar resultados. Fue cuando Renzo Cirnigliaro salió por fuera del PJ, con el Frente de Acción Provinciana, y se enfrentó a José Domato (PJ). Salió tercero, detrás del peronista y de Rubén Chabaia (UCR), quien se impuso en esos comicios. Sin embargo, el sistema vigente de Colegio Electoral le impidió al radical convertirse en gobernador a partir del acuerdo celebrado entre Domato y Cirnigliaro, que sumaron sus electores peronistas. Hoy eso es imposible debido a las nuevas reglas electorales, donde se gana por un voto. Aquella experiencia, que no es extrapolable, por cierto, mostró que salir por fuera del peronismo es todo un riesgo y una apuesta al fracaso. En cierta forma, en aquella ocasión, Cirngliaro perdió, pero también ganó.

Lo único que se asemejaría a aquel capítulo es si finalmente Alperovich decidiera bajarse de su postulación -otro renunciamiento histórico, de los tantos que hay en el peronismo-, aunque ya anticipó que no lo hará y que su candidatura está firme de cara al 9 de junio. En ese panorama, ¿tendría alguna repercusión en Tucumán si Cristina resolviese no ser candidata o hiciera un llamado para facilitar la unificación del peronismo? Entre el senador que se reivindica ahora cristinista y Manzur que tampoco reniega de la ex presidenta -obviamente por conveniencia, ya que ambos supieron negarla-, cualquier paso que dé la senadora debería repercutir en la provincia. De ella, lo único seguro es que resolvió no inmiscuirse en la pelea entre el gobernador y el parlamentario. No puede cometer el mismo error de Neuquén: bendecir a un candidato y que este luego pierda. Tiene prohibido repetir el error en Tucumán y enviar señales en uno u otro sentido. Encima, justo frente a la chance que se le abre a la oposición: de imponerse a causa de la fractura oficialista. Ella no puede darse el lujo de seguir “perdiendo”.

Por eso es que se habla más de la “capacidad de daño” que le puede hacer el senador al oficialismo, espacio del que formó parte hasta hace pocos meses. ¿Quién traicionó a quién? No hubo ningún acuerdo previo, ningún pacto entre Manzur y Alperovich para facilitar el regreso del senador a la Casa de Gobierno. Ellos lo reconocen. Un conocedor de las lides justicialistas, y veterano él, deslizó que Alperovich debería haber tratado de ir de vice de Manzur. “Total, después trasladaba hacia la Legislatura el foco de poder real”; apuntó. Eso no ocurrió; un poco por el trabajo incansable de Osvaldo Jaldo al consolidarse como el hombre de confianza de Manzur y otro tanto porque el senador no habría aceptado “bajarse” a ese nivel. Alperovich apostó a ganar. Claro, el misterio, en el marco de todas las especulaciones, es qué significa para él “ganar”. Tal vez hacer perder signifique eso. Sólo él lo sabe. Alperovich sale a pelear desde el llano, acotado a los recursos propios y al ejército que pueda armar sumando a los heridos que deje el oficialismo. Se mueve, anda sin descanso, recorre la provincia -especialmente la zona este- y muestra un gran despliegue proselitista en las redes sociales. Más que los propios opositores.

En el fondo, todos se disputan la “pata peronista”, o la influencia del voto peronista en una elección. El manzurismo-jaldista lo hace en su disputa contra el senador tratando de consolidar el voto justicialista hacia el oficialismo, que es mayoritario en la provincia, lo que se viene exponiendo elección tras elección en Tucumán. Recuérdese que en 2015 el Acuerdo por el Bicentenario integró una fórmula radical-peronista, con José Cano y Domingo Amaya, y postuló un intendente peronista. Todavía se puede repetir la integración ideológica en 2019. Y con dos mujeres. La dupla Elías de Pérez-Beatriz Ávila es una fórmula con puntos a favor para competir. Sería novedoso. La senadora radical tiene la última palabra y lo que resuelva será clave para la competencia electoral. En Tucumán, contar con la pata peronista es inevitable. Si bien Alfaro se calza esa camiseta para los opositores en la Capital, ya que arrastra votos justicialistas, especialmente de la periferia de la ciudad.

Precisamente, esos son los votos que Mario Leito salió a disputar. Su postulación está dirigida a dar una lucha territorial por el peronismo, a tratar de reducir y atenuar el apoyo que tiene en ese segmento el jefe municipal. Y es lo que vino haciendo hasta ahora a la sombra de Manzur, acotó su actividad proselitista al cuadro pejotista. Tendrá que ampliar su base e incursionar en otro segmento: el que acompaña tradicionalmente al radicalismo y al macrismo en la ciudad, el de las cuatro avenidas. Sus operadores estarían diseñando una estrategia destinada a captar o a buscar la atención de ese espacio. Si le sale bien la apuesta al gobernador al elegirlo como su alfil en la Capital, a Leito se le abren dos puertas: la de la intendencia, si gana, o bien una diputación nacional en primer término si hace una buena elección en la ciudad. Léase: si arrastra más votos para la fórmula Manzur-Jaldo que en 2015 (130.000 sufragios). En el fondo, se trata de horadar la base de sustentación peronista de Alfaro. Téngase en cuenta que los comicios son el 9 de junio y que el 22 de ese mes deben presentarse las candidaturas a diputados nacionales.

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