El pasado, finalmente, ha llegado

El pasado, finalmente, ha llegado

Del tiempo sólo conocemos una dimensión: el presente, que fluye hacia el mañana. Pero no podemos adelantarlo ni tampoco retrocederlo. Esa certeza no sólo es determinante para la física. Lo es también para vastas religiones. Según los místicos del judaísmo, por ejemplo, la única potencia de la que carece Dios es la de cambiar el pasado. Claro que ahí se ve funcionar una lógica de fe: dada la perfección del Creador, nada hay por corregir. Pero también se observa al creyente proyectar su limitación en la concepción e interpretación de la divinidad.

Para la filosofía, esa unidemensionalidad del tiempo también es sustancial. En la contemporaneidad, Jean-Paul Sartre escribe El ser y la nada y presenta al ser humano, precisamente, como una persona proyectada, lanzada al futuro. Enseña el filósofo argentino José Pablo Feinmann que el francés proclama que la existencia precede a la esencia: al nacer sólo tenemos la existencia y la esencia va llenándose con las decisiones que adoptamos. Cada vez que elegimos, entonces, también estamos eligiéndonos.

En ese punto, advierte Sartre, como lo que define al hombre es el pasado, es decir aquello que ya es historia, lo que ya fue, el hombre no es lo que es. Simultáneamente, dado su futuro, que va a ser, que no ha ocurrido, el hombre también es lo que no es.

El presente, claramente, nos urge; a la vez que nos asiste con la sensación de lo real. De lo que está siendo. De aquello de lo que, cuanto menos, tenemos convencimiento de que ocurre.

En la última semana de febrero, sin embargo, Tucumán asistió a una serie de hechos que configuran un acontecimiento tan descomunal que desafía no sólo los límites del lenguaje (describir el fenómeno termina configurando un absurdo semántico), sino que también reta la única dimensión conocida del tiempo. Pese a todo, ocurrió. El pasado, finalmente, ha llegado.

De 1920

El lunes, a la medianoche, llegó 1920. Tucumán fue noticia por el caso de la niña de 11 años abusada que fue sometida a una cesárea Ella sigue internada, con asistencia psicológica, mientras que la neonata se encuentra estable, en el marco de su estado crítico.

Tanto la menor (monstruosa e imperdonablemente ultrajada por un adulto) como su madre habían solicitado que se pusiera fin a la gestación. No se trataba de un caso de interrupción voluntaria del embarazo, pese a que se reeditaron las posturas (irreconciliables por la naturaleza del asunto) y las proclamas (fanatizadas en no pocos casos) que en 2018 signaron el debate en el Congreso de esa cuestión. Se trataba de un caso de aborto no punible.

En la Argentina, el Código Penal permite el aborto en dos supuestos: cuando está en peligro la vida o la salud de la mujer y cuando el embarazo es producto de una “violación o atentado al pudor contra una mujer idiota o demente”. Así lo pauta el artículo 86… desde 1921.

En 2012, la Corte de la Nación dictó el fallo en el caso “FAL” y sentenció que toda mujer embarazada como resultado de una violación tiene derecho a acceder a un aborto no punible sin importar su capacidad intelectual, sin requerirse autorización judicial previa y sin que exista obligación de realizar la denuncia penal: basta con una declaración jurada en la cual la víctima de la violación manifieste que el embarazo es producto de ese delito.

En el mismo pronunciamiento, la Corte exhortó a la Nación y a las provincias a sancionar protocolos para sus hospitales, en los que se garantice el acceso de las mujeres a abortos no punibles. A la vez, solicitó a los poderes judiciales no obstruir el acceso a los servicios. Algunas jurisdicciones adecuaron de inmediato su legislación. Otras demoraron un par de años. Un tercer grupo legisló considerando sólo algunas pautas de la sentencia. Y hay distritos donde se tuvieron en cuenta unos preceptos y se tomó distancia de otros. Tucumán, en cambio, no tiene protocolo. No lo dictó la gestión anterior durante sus últimos tres años ni tampoco la actual, durante los tres primeros. Lo contrastante es que Juan Manzur, como ministro de Salud de la Nación (2009-2015), tuvo una activa política en materia de salud sexual y salud reproductiva. Hasta el punto de que en 2010, dos años antes del fallo FAL, su cartera publicó una “Guía Técnica para la Atención Integral de los Abortos No Punibles”.

Como Tucumán no cuenta con un protocolo, el caso del que habla todo el país no se ajustó a un procedimiento normado. A la víctima de la violación no le informaron de sus derechos ni en el CAPS donde fue atendida la primera vez ni en la comisaría donde radicó la denuncia. Después de declarar en Tribunales, su decisión de interrumpir el embarazo sólo se conoció a través de la ONG de derechos humanos Andhes. Y ahora se sabe que cuando se iba a concretar la práctica el 11 de febrero, los médicos desistieron por el apercibimiento de una fiscal.

En algún punto, la niñita de 11 años, perversamente abusada, dejó de ser lo más importante. Eso es el pasado llegando en horario. Hay que dictar normas para que eso no vuelva a ocurrir, precisamente, en el futuro. Pero no hay que hacerlo porque se haya desatado un conflicto que enfrenta al Ministerio Fiscal con el Ministerio de Salud de la Provincia, sino, sencillamente, porque hay una ley nacional de fondo y una sentencia a las cuales dar cumplimiento.

Puesto del revés: en Tucumán, el Preámbulo de la Carta Magna reconoce el derecho a la vida desde la concepción. Por tanto, toda legislación sobre interrupción voluntaria del embarazo, no importa cuánta gente la apoye, colisionará con esa norma constitucional. De igual modo, si una ley nacional fija los casos de aborto no punible (que nada tiene que ver con la legalización del aborto), y una sentencia la avala, Tucumán debe ajustarse a derecho… después de 98 años.

De 2006

El lunes 25 de febrero de 2019 también fue domingo 26 de febrero de 2006. Aquella noche de hace 13 años fue secuestrada Paulina Lebbos. Su asesinato sigue impune. Después de la sentencia de la semana pasada, también.

Lo que ya no es impune es la memoria de lo que fue el alperovichismo. El fallo encontró culpables a tres funcionarios de primera línea del Poder Ejecutivo de ese entonces (nada menos que el secretario de Seguridad y el jefe y el subjefe de Policía) de encubrir la muerte de esa tucumana de 22 años que era, también, estudiante, trabajadora, madre, hermana, hija.

Pero “encubrimiento”, fiel a su naturaleza, enmascara la dimensión inconmensurable de la maquinaria montada en el Estado para ocultar lo que pasó. A lo que se suma, por supuesto, el hecho de que todo ese andamiaje no fue montado sólo por los tres condenados.

Cuando el cuerpo de Paulina apareció el 11 de marzo de 2006, los policías le avisaron al fiscal cuatro horas después. En el acta se anotó que el hallazgo se produjo tras un rastrillaje sin precedentes. La verdad es que los agentes nunca encontraron nada: con el cadáver dieron dos baquianos, prolijamente “apretados” para que no dijeran la verdad.

Paulina, sin vida, fue movida. El lugar del hecho, desbaratado. Las primeras fotos, escondidas. La escena, cambiada. Las actas, adulteradas. Las firmas, falsificadas. Los testigos, amenazados. Todo esto, según informaron oportunamente Gendarmería y la Policía Federal.

El primer fiscal de la causa, Alejandro Noguera, fue apartado después de que LA GACETA lo encontrara saliendo de la residencia del entonces gobernador, José Alperovich. Lo reemplazó Carlos Albaca, quien le negó al padre de la víctima el rol de querellante y, con ello, la posibilidad de saber qué se estaba haciendo, y qué no. Gracias a la presión de las marchas de Alberto Lebbos (algunas fueron multitudinarias; en otras, él y un militante del Partido Obrero que nunca lo abandonó se abrazaron a llorar bajo una lluvia de soledad), Albaca elevó un informe a la Corte siete años después. Había ocho hipótesis. Y ningún imputado.

Albaca dejó la causa y la tomó Diego López Ávila. Él resolvió someter a una prueba de ADN a los 12 mencionados en el expediente. Pero el pelo que habían encontrado entre las ropas de la víctima no había sido preservado. El mayor elemento de prueba estaba arruinado.

Ante el escándalo, la Corte ordenó un sumario. La fiscala de Cámara Marta Jerez de Rivadeneira sostuvo que Albaca había actuado con negligencia, indolencia y ligereza. Él renunció, no sin antes sostener que Paulina era sexualmente “intrépida” y que Alberto Lebbos no había sido un buen padre. Hubo pedidos de juicio político, así que el entonces fiscal renunció y el entonces mandatario aceptó sin demora la dimisión. La Legislatura, ahí nomás, archivó el proceso de destitución, a pesar de que el dimitente no reunía los años de aportes para el beneficio del 82% móvil, trámite que completó varias semanas después…

En perspectiva, el anterior Gobierno prohijó un esquema estatal destinado a garantizar la impunidad de un secuestro y asesinato. Hasta el punto de que firmó ascensos para policías que luego fueron condenados por falsificar actas del caso. Con ello, los nueve años que siguieron a la muerte de la tucumana se convirtieron en un ataque contra la democracia y su sacramento de la igualdad ante la ley: la pena se aplicará a todo el que delinca. Y en un ataque contra la república y su mandamiento de que los poderes del Estado se contrapesan, en lugar de complotarse para secuestrar y asesinar a la verdad.

El crimen de María Soledad Morales en Catamarca, también estragado de encubrimientos auspiciados por un Gobierno, demoró ocho… pero no quedó impune. La joven de 17 años fue asesinada en septiembre de 1990 y en septiembre de 1998 fueron condenados Guillermo Luque como autor material del crimen y Luis Tula como partícipe secundario de la violación. En Tucumán estamos a dos años de que el asesinato de Paulina quede definitivamente impune.

Enseña Feinmann que, según Sartre, los seres humanos, que con cada decisión vamos forjando nuestra esencia, también vamos construyéndonos un rostro con nuestras elecciones. Nuestro propio rostro. Nacida como el promisorio “Jardín de la República”, las decisiones de los que gobernaron cincelaron la faz de Tucumán hasta desfigurarla en una jungla de la impunidad. No puede haber ningún futuro allí.

Y así es como el pasado, finalmente, llega.

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