Cinco ideas tras un mes sin redes sociales

Cinco ideas tras un mes sin redes sociales

A la decisión la tomé cuando advertí que, a pesar de que estaba de vacaciones y sin la excusa (tan recurrente) del trabajo, pasaba más tiempo en Instagram que jugando con mis hijos. Corría la primera semana de enero y, si bien las cuentas no fueron cerradas, del teléfono desaparecieron las aplicaciones de Facebook y de Instagram; a Twitter ya la había desactivado varios meses antes, pero por otros motivos: a veces da la impresión de que se va convirtiendo en una especie de burbuja irrelevante que está repleta de personas que creen que sus opiniones son relevantes (entre ellos, muchos de nosotros, los periodistas).

A poco más de un mes y medio de la experiencia, estas son algunas conclusiones:

1- La dependencia a las redes es tremenda: cuesta vencer el hábito de agarrar el teléfono de manera casi permanente. Seamos usuarios activos (generamos contenido periódicamente) o pasivos (nos limitamos a consumir el contenido generado por otros) recurrimos a las redes en cuanto tenemos un instante libre. Es como si con ellas intentáramos apagar el mundo que nos rodea cada vez que preferimos no interactuar con él.

2- Por más esfuerzos que se hagan, bajarse de Whatsapp es casi imposible: si bien se puede silenciar la maraña de grupos en los que casi todos estamos envueltos (principalmente los vinculados con el trabajo), hoy las comunicaciones interpersonales corren por esta plataforma; dejar de usarla equivale a quedar prácticamente incomunicado inclusive con el círculo íntimo, con todo lo que eso implica.

3- Interactuar con los hijos sin la tentación perturbadora de interrumpir juegos para revisar las redes es gratificante. Lo mismo ocurre con observar un paisaje en silencio o leer un libro antes de dormir -en vez de desvelarse scrolleando-, por sólo nombrar algunas acciones que a veces postergamos por el teléfono.

4- Usar parte del tiempo que antes se diluía en las redes para leer diarios en el teléfono fue una de las experiencias más potentes (y preocupantes). Para entender esta afirmación hay que comprender –aunque sea a grandes rasgos- cómo funciona la distribución de contenidos periodísticos en Facebook, por citar la red más masiva. Los medios que poseen páginas en esa plataforma realizan publicaciones (textos, fotos, links de notas, etcétera) y un algoritmo los distribuye a los usuarios. De acuerdo con lo que se informó en el marco del proyecto Facebook for Journalism, desde el año pasado este algoritmo prioriza aquellos contenidos que poseen mayor cantidad de interacciones (comentarios, “Me Gusta”, compartidas, etcétera). Es decir, no es ecuánime, sino que responde a un criterio efectista. Por ese motivo, al momento de publicar en Facebook, muchos pueden sentirse empujados a buscar la polémica y la reacción de los usuarios con el riesgo cierto de postergar el compromiso periodístico. También se convierte en un terreno fecundo para aquellos que busquen generar información distorsionada (las tan mentadas fake news), en general, financiados por sectores políticos.

En este contexto, el rol del editor sigue siendo fundamental: la decisión de jerarquizar un contenido en la tapa del diario o en la portada de una edición digital responde (o debería responder) a criterios noticiosos, a la relevancia institucional y social que los temas puedan tener, al impacto que puedan generar en la sociedad… El periodismo de verdad busca contar la realidad de la manera más seria y veraz posible; lo hace buscando miradas plurales, fuentes serias, documentos que respalden las publicaciones, hace un esfuerzo por alejarse de las pasiones o de las miradas sesgadas. Atención: en las redes hay información de calidad, pero también hay mucho ruido y es necesario moverse con cautela. De hecho, luego de un mes fuera de las redes queda la impresión de que, en vez de aportar miradas plurales, en muchos casos generan burbujas. Y eso es preocupante: hoy miles de personas se construyen sus opiniones en base a lo que les muestran (o les ocultan) los algoritmos.

5- Este texto no busca calificar las redes como buenas o malas, sino reflejar un puñado de experiencias e impresiones que se perciben al alejarse momentáneamente de ellas. Porque, valga el lugar común, hay vida más allá de Facebook e Instagram.

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