El deterioro de la Primera Confitería de San Javier

El deterioro de la Primera Confitería de San Javier

26 Enero 2019

Los genes de una generación a otra se transmiten a través de los rasgos físicos o del carácter. “Se parece a su papá; a su madre; a su abuelo... esos ojos grandes son típicos de los González o Pérez” se escucha decir a menudo. “Cada libro es una cita, y cada casa es una cita de todos los bosques y minas y canteras de piedra, y cada hombre es una cita de todos sus antepasados”, sostenía el poeta estadounidense Ralph Waldo Emerson. Al similar sucede con las ciudades. El patrimonio arquitectónico representa no solo parte de la historia, también tiene que ver con la identidad de una comunidad.

En muchos lugares del mundo, incluyendo nuestro país, la conservación de estas joyas del pasado no solo son valoradas, sino que son explotadas cultural y turísticamente. Millones de personas que tienen la posibilidad de viajar a Europa, África o Asia van a conocer iglesias, monumentos, museos antiguos, las pirámides o la Gran Muralla. Sin embargo, hay otras sociedades, cuya clase dirigente , al parecer, no se lleva bien con estas “piedras viejas”, que siempre son motivos para deshacerse de ellas y si políticamente no les conviene la abandonan a su suerte de manera que el tiempo sea la mejor piqueta.

El emblemático inmueble, enclavado en medio de la imponente naturaleza del cerro, inaugurado el 22 de mayo de 1938 aguarda aún su restauración.

Por ejemplo, cada tanto, cobra protagonismo la Primera Confitería de San Javier, cuyo esqueleto se deteriora sin pena ni gloria en el cerro San Javier. Años atrás, para cientos de comprovincianos, el lugar era la posibilidad de pasar un grato momento rodeado de la imponente vegetación de la montaña; paseo acostumbrado de las familias durante el fin de semana. Pero a partir de la década de 1990, los nubarrones se posaron sobre ella anunciando su final, aunque hubo luego algunos proyectos de restaurarla y devolverla activamente a la vida, incluso con un destino turístico. En 2017, un funcionario del Ente Tucumán Turismo afirmó que el inmueble debía ser desafectado de la ley de patrimonio N° 7.535. “Cada vez que aparece un inversor, acaba desistiendo porque se le prohíbe que voltee las paredes. Pero lo que queda en pie no sirve”, afirmó. No compartió esa opinión la responsable de la Dirección de Patrimonios, quien dijo que para ponerlo en valor, no era necesario desafectarlo de la norma. Explicó en esa ocasión que la confitería es representativa de la arquitectura que se desarrolló en Tucumán entre las décadas del 30 y 40; se trata de una versión del estilo arquitectónico californiano y aconsejó su restauración.

En 1936, durante la gobernación de Miguel Campero, por la ley 1672, se expropiaron 2.000 hectáreas del cerro San Javier para erigir una villa. El 19 de agosto de 1937 se abrió la licitación para hacer el camino. Un año después se inauguró el primer tramo asfaltado hasta la Primera Confitería que fue inaugurada el 22 de mayo de 1938, con el nombre de Parque Aconquija; luego de un período de declinación, fue clausurada en 1990.

El asunto de la Confitería nuevamente volvió a quedar en la nada. No se tomó decisión alguna y el edificio sigue estropeándose, y cuando el deterioro sea más avanzado, probablemente las autoridades esgrimirán que es más económico demolerlo que restaurarlo, como ya ha sucedido con otros inmuebles valiosos que fueron demolidos. Mientras no haya una política de Estado seria en materia de patrimonio, este seguirá siendo víctima de la indiferencia y la necedad de la clase dirigente, por preservar este legado que está estrechamente ligado con la identidad. “Las personas que nunca se preocupan por sus antepasados jamás mirarán hacia la posteridad”, afirmaba el escritor irlandés Edmund Burke.

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