Hay que pasar el verano

El fuerte despliegue de propuestas culturales y artísticas para esta temporada estival organizadas y financiadas por el Estado dentro de los 22.524 kilómetros cuadrados que tiene Tucumán, tanto por la Provincia como por los municipios y comunas rurales, aseguran una fuente laboral a muchos músicos y teatristas locales en tiempos de escasez y preocupación económica.

“Hay que pasar el verano” es la versión actualizada de la célebre frase que dijo en junio de 1959 el entonces flamante ministro de Economía de la Nación, el político, militar y economista liberal Álvaro Alsogaray (de larga carrera en gobiernos de facto y democráticos), aunque para referirse al invierno de ese complejo año. En realidad, en este tiempo de crisis sin alivio inmediato a la vista, se la repite cada tres meses y apenas cambiando la estación y con la esperanza reiterada de que sea la última vez que se la invoque. En ese contexto de sequía, para los artistas lograr una fecha paga para una función o un recital es maná que cae del cielo, el pan que el Creador le enviaba a los israelitas que deambularon por el desierto durante 40 años, según el libro del Éxodo, el segundo del Antiguo Testamento, la parte más vieja de la Biblia.

La diferencia radica en que no hay regalo divino, ni se puede asimilar a un funcionario con Dios, por más que así lo pretenda el humano que ejerce un cargo. Una de las obligaciones del Gobierno es atender a las necesidades de los ciudadanos, y el aspecto recreativo es una de ellas. Además, si bien no se sabe de dónde surgió el maná, es claro que los recursos con los que se afrontan los cachets se originan en los impuestos que abonan los contribuyentes. En definitiva, ni milagro, ni magia, ni intervención celestial. Todo bien pedestre, asentado en papeles burocráticos y con libramiento fiscal aprobado.

Lo cierto, también, es que la multiplicación de ofertas responde a que habrá muchos más tucumanos que no podrán salir a veranear por los bolsillos enflaquecidos. Ante ese presente, llenar plazas, parques y lugares de esparcimiento en todo el territorio es una buena perspectiva propagandística del Gobierno, más cuando la multiplicada presencia coincide circunstancialmente con el lanzamiento del año electoral.

Las aspiraciones de Juan Manzur y Osvaldo Jaldo de repetir fórmula previsiblemente se verán reflejadas en pancartas, agradecimientos y cartelería en cada lugar donde haya un show, especialmente el nombre del vicegobernador. Es que Jaldo es un verdadero comisario político de amplio control estratégico en todo el interior ya desde tiempos en que secundaba desde las filas peronistas al hoy repudiado José Alperovich, kirchnerista tardío que se olvidó de varios desplantes que soportó de Cristina Presidenta. Parece que las ansias de poder todo lo minimizan y que los deseos son más fuertes que la memoria. Mientras tanto, Cambiemos mira desde afuera, más preocupado por tratar de entenderse a sí mismo en sus múltiples referentes, ideologías y pensamientos dispares, que en disputar el poder sin depender de una idílica división del justicialismo vernáculo.

Una colaboración imprescindible

Volviendo a lo estrictamente cultural, el abanico de propuestas termina reflejando, en sí mismo, un incipiente y amplio espacio para la colaboración entre los despachos del Estado, aunque no se llegue al extremo de la superposición. En general, los entes autárquicos de Turismo y de Cultura organizan la mayor parte de las actividades de esparcimiento por separado, sin coordinar entre ellos, en vez de generar una sinergia institucional.

Las dos áreas son generadoras importantes de recursos humanos especializados y multiplicadoras de ingresos económicos. Esto se da incluso cuando los espectáculos que se ofrecen son gratuitos (hay un circuito de oferta y consumo en artesanías, comidas y bebidas que se mueve hacia dónde van los shows, en forma itinerante y nómade). Una cartelera vinculada a lo gastronómico y a la degustación de vinos, como la que armó Turismo en los Valles Calchaquíes, debe tener la pata de Cultura porque son expresiones sociales comunitarias de primera línea y no simples eventos for export. Y en contrapartida, el regreso oficial con delegación propia al Festival Nacional de Folclore de Cosquín, con 50 bailarines, músicos y cantantes en un tributo a Mercedes Sosa que tendrá lugar este domingo, debe ser una vidriera de venta turística de Tucumán al país y al exterior y no sólo un homenaje.

Hay algunos puntos en los que el acercamiento y el trabajo común se están dando, como los aportes cruzados para la realización del importante festival internacional de teatro Knots Nudos, que se desarrolló en Tafí del Valle, o la tradicional coexistencia en el anfiteatro del dique El Cadillal (curiosamente lleva el nombre de Celestino Gelsi, un radical intransigente frondicista cuya mención quizás ampare un territorio de no disputa).

Otro punto por resolverse es el monto de los cachets que cobran los artistas, que no trascendió desde ningún ente. Sabido es el abismo que separa a los artistas tucumanos a la hora de cobrar un show de lo que perciben los exponentes nacionales, más aún los de proyección fronteras afuera de la superficie patria.

A fines del año pasado tomó fuerza un movimiento entre los músicos en el que se exigía que no se le pague menos de $6.000 a cada grupo por recital, un monto insignificante a la hora de comparar con otras liquidaciones, pero que era lanzar un grito en el camino de la dignidad. Un reclamo similar había surgido el año pasado, por $5.000 como base. Que el pedido de un período al otro haya aumentado apenas el 20% cuando la inflación interanual le besó los pies al 50% habla más de tener conciencia de todo lo que falta por lograr en reconocimiento económico que una resignación en el planteo. El camino se empieza a andar de a poco, baldosa por baldosa.

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