La voz de las mujeres va creciendo con la democracia

La voz de las mujeres va creciendo con la democracia

EL FENÓMENO DE LA ÉPOCA. Mujeres en la calle, luchando por sus derechos. El movimiento es imparable. EL FENÓMENO DE LA ÉPOCA. Mujeres en la calle, luchando por sus derechos. El movimiento es imparable.

“Los ideales son infinitamente mejores que la realidad”, afirmó alguna vez el historiador Luis Alberto Romero en respuesta a la pregunta por esa insatisfacción casi existencial que nos abate a los argentinos cuando intentamos medir la calidad de nuestra democracia. “Los argentinos -reflexionaba Romero en 2006, en una charla con esta cronista- tenemos un ideal muy alto de democracia porque no hemos tenido una tradición de gobiernos democráticos”. ¿Acaso 35 años no es bastante? Esa efeméride ha marcado el calendario del año que termina: el 30 de octubre de 1983, Raúl Alfonsín -un radical- era elegido presidente de los argentinos tras siete años de dictadura militar. En Tucumán, la elección de Fernando Riera como gobernador marcaba la continuidad de una tradición justicialista que sólo había sido quebrada por el cruento golpe de Estado de 1976. Un golpe que, por otra parte, también dejó su impronta cultural, cuando parte de la ciudadanía siguió legitimando en las urnas a quien fuera dictador en Tucumán entre 1976 y 1978, Antonio Domingo Bussi.

Pero las transformaciones del siglo XX no sólo serían políticas en el sentido estrecho del término. La cultura, en sus manifestaciones más diversas, no podía ser ajena a esas vibraciones. Vibraciones que, en gran parte, han significado la ampliación de derechos civiles, culturales y sociales para vastos sectores que hasta entonces no tenían voz. O no podían hacerse oír. Entre esos grupos o minorías -muchos de los cuales siguen silenciados- estaban las mujeres. En este balance de 35 años de democracia las mujeres ya no aparecen calladas, como lo muestran los cataclismos de cuño femenino con los que cerramos 2018.

¿Qué pasó en el periodismo con las mujeres en estos 35 años? En Tucumán, en los tempranos años 80 del siglo XX, las mujeres apenas nos estábamos incorporando a las redacciones ante la mirada inquisidora de los viejos jefes. Hasta entonces, las únicas incursiones femeninas en una redacción a pura testosterona habían sido la de “la cronista de Sociales” y la de la crítica de cine. En ese escenario, las nuevas tecnologías también aportaban otros aires a la democracia recuperada. A mediados de los 80 del siglo pasado, el reinado de la vieja máquina de escribir Olivetti empezaba a decaer ante el avance imparable de las primeras computadoras. Y si en el siglo XV la imprenta de Guttenberg había revolucionado Europa por haber incorporado la alfabetización en escala masiva, la llegada de internet en los años 90 del siglo XX es un torrente cuyos límites todavía son impredecibles. En el ámbito periodístico, la masificación de la red revolucionó los vínculos entre periodistas y lectores, sin distinción de género. El lector anónimo sin rostro ni voz ya fue. Hoy las audiencias se expresan y mucho. Un doble desafío para las nuevas generaciones de periodistas: ya no son omnipotente y están sometidos, más que nunca, a la consigna elemental de chequear dos y tres veces las fuentes ante la avalancha informativa que les llega sin pausa.

Para las periodistas son tiempos estimulantes si se piensa que, en general, fueron mujeres las que incorporaron a la agenda pública y periodística temas como la ley de cupo femenino o la violencia de género.

Quedan, sin embargo, muchos casilleros por ocupar. De acuerdo a una flamante encuesta realizada por el Foro de Periodismo Argentino (Fopea), apenas el 21% de las mujeres que respondieron cubren cargos de conducción en algún medio. Sin embargo, como señala la antropóloga feminista Rita Segato, esta revolución inconclusa que se ha puesto en marcha no es sólo cuestión de mujeres. Lo dice con respecto al femicidio, que es una deuda para con la humanidad que no sabe de géneros. “Los hombres matan porque otros hombres los presionan: para reafirmar el mandato de masculinidad”, sentencia Segato. Y da por sentado que las buenas revoluciones -las que incluyen a los que estaban excluidos- generan democracias más saludables, más equitativas. De eso hablábamos al comienzo.

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