Joaquín Vuoto, el millennial que revive las máquinas de escribir

Joaquín Vuoto, el millennial que revive las máquinas de escribir

“Ahora lo retro está de moda, pero yo soy anticuario desde los 12 años”, dice. Tiene 31 años, es profesor de inglés, pero ha encontrado una nueva pasión: restaurar máquinas de escribir.

“RETROÑOÑO”.Joaquín Vuoto con su Silver Reed, de origen alemán. Era suya, pero como es de letras grandes, dejó de usarla, la pintó de un rojo furioso y está a la venta. LA GACETA / FOTO DE DIEGO ARÁOZ.- “RETROÑOÑO”.Joaquín Vuoto con su Silver Reed, de origen alemán. Era suya, pero como es de letras grandes, dejó de usarla, la pintó de un rojo furioso y está a la venta. LA GACETA / FOTO DE DIEGO ARÁOZ.-

Hablemos de lujos. De lujos, digamos, alternativos. No autos fantásticos, no viajes, no selfies en lugares únicos. Tiempo. Y tiempo para hacer una sola cosa a la vez. Ese es el verdadero lujo contemporáneo: la posibilidad de decirle no al multitasking, concentrarse, eliminar distracciones, las 10 ventanas de Google abiertas a la vez. En el fondo, en las más sustanciosas profundidades, eso es lo que quiere lograr Joaquín Vuoto, el “retroñoño” que se dedica a revivir máquinas de escribir.

Una bicicleta antigua ocupa parte del palier de un edificio ubicado a algunas cuadras de la cancha de Atlético. ¡Ja!, se ríe Joaquín. El fútbol no le importa nada. La bicicleta vieja, una boina en el perchero, una lámina de bicicletas antiguas, vinilos, un tocadiscos, parlantes de madera y tela, un amplificador lleno de perillas. El armario metálico, de esos que suenan fuerte al girar el picaporte para abrirlo. ¿Un hombre de los ‘60? No, Joaquín tiene 31 años y mira para un costado cuando le recuerdan que es un millennial.

La sala está llena de máquinas de escribir. Algunas destripadas, otras listas para entregar. Piecitas mágicas, encantadoras, que han viajado en el tiempo y han abandonado el triste verde oficina. Dan ganas, de verdad, de sentarse frente a una de ellas a escribir quién sabe qué.

“Estuve en la feria SOS Tierra, hace unas semanas. Para los niños era una novedad, una cosa rara, pero se engancharon”, cuenta Joaquín, a quien algún bicho raro lo picó y decidió convertirse en restaurador de máquinas de escribir. “Raro” es un mote que le provoca carcajadas. A saber: en la primaria hacía las tareas -algunas- en una máquina de escribir. Los profesores no lo cuestionaban ni lo festejaban, lo dejaban ser. Usaba una vieja máquina Olympia que era de su abuela. “Le fallaba la letra d, todo el tiempo. Hasta que, tratando de arreglarla la letra D, se me cayó al piso y se destruyó”, recuerda.

Como quien se compra una laptop, Joaquín se compró una máquina de escribir cuando era estudiante del profesorado de inglés, en Filosofía y Letras. Una Olivetti Lettera 32 portátil. Ahí volvió a hacer la tarea a máquina.

Nota 1: algunos modelos de máquinas de escribir vienen en versiones de letra grande y de letra chica. Con las de letra chica se ahorra papel y tiempo, porque hay que correr menos veces el carro.

“Creo que la principal ventaja es la concentración. Uno se sienta a escribir y no hace nada más que eso. No hay distracciones. Y como siempre es complicado borrar, también cuida mucho la ortografía y reflexiona más lo que está por escribir”, detalla.

Nota 2: jamás usar corrector líquido, porque se pega en todo el mecanismo. Usar cintas correctoras.

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La lamparita

“Se me rompió mi máquina. Fallaba porque no corría la cinta, entonces la llevé al único service que había en Tucumán. Demoraron más de un mes y me dijeron que no había repuestos. Me puse a ver yo qué podía ser y lo solucioné... torciendo una pieza. Listo, andaba. Ahí se me ocurrió que podría aprender a arreglarlas y a restaurarlas”. El emprendimiento comenzó hace menos de un año, cuando por razones de espacio tuvo que vender una máquina. En un sitio de internet estaba hecho el trato a la media hora. “Ah -dije- esto puede funcionar”. Hoy, quienes tienen algunas de esas preciadas reliquias, se las acercan para que las deje funcionando y brillando. Joaquín les hace pintar las viejas carcasas de colores tristes, las “tunea” y las convierte en objetos de deseo. Pero además, por detrás, más allá del objeto, insiste en la causa: en la era del hacer todo al mismo tiempo, bien se puede parar y retomar el contacto del papel y la tinta.

“Un día estaba con mi novia y yo estaba arreglando una máquina. Entonces, cuando se va, me dice: ‘bueno, chau, te dejo con tus cosas retroñoñas. Y me pareció genial ponerle ese nombre”, cuenta. Así, su emprendimiento pasó a llamarse “Retroñoño”, como se lo puede encontrar en Instagram. “Ahora lo retro está de moda. Pero yo soy anticuario desde que tengo 12 años. Sí, era siempre el raro, pero nunca me importó eso”, dice con orgullo “ñoño”.

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