La trepada a una cumbre coronada de tensiones

La trepada a una cumbre coronada de tensiones

Llegar a grandes acuerdos “entre todos” es toda una quimera en la los tiempos de Donald Trump y de Xi Jinping.

La trepada a una cumbre coronada de tensiones REUTERS

En sus 19 años, el G20 acaso nunca celebró una cumbre atravesada por tantas tensiones como la que está llevándose a cabo en la Argentina. Por supuesto que en este escenario de crispación tienen mucho que ver los líderes que se dan cita en estas australidades, pero tampoco hay que sobreestimarlos: los procesos políticos y económicos globales de estas dos décadas son la escenografía que enmarca la actuación de estos protagonistas.

Según la información institucional, “las prioridades de la agenda” determinan que “el G20 2018 se enfocará en el futuro del trabajo, que implica pensar en una educación que brinde igualdad de oportunidades, infraestructura para el desarrollo y un futuro alimentario sostenible”. Un fin loable y estratégico, a la vez que una manera elegante de consignar que hay asuntos sociales, políticos y económicos sobre los que pareciera que no habrá consensos.

Y es que llegar a grandes acuerdos “entre todos” es toda una quimera en la los tiempos de Donald Trump y de Xi Jinping. El G20, y el mundo, son marcadamente bilaterales en esta era.

Tanto es así que la tensión bilateral entre los Estados Unidos y China monopoliza las expectativas de esta reunión de 38 hombres y mujeres (y delegaciones) de Estado. En esta primera cumbre que se realiza en Sudamérica, ambos mandatarios se encontrarán cara a cara por primera vez desde que el norteamericano gravó las importaciones chinas por 250.000 millones de dólares (106 veces el Presupuesto General de Tucumán que se aprobará hoy en la Legislatura). A ello, como se recordará, siguieron las represalias del líder asiático, que también impuso gravámenes a productos norteamericanos por 16.000 millones de dólares.

Entonces, se hablará mucho de muchos temas centrales durante las próximas 48 horas entre las personas más importantes del planeta, pero el nudo a desatar consiste en si China logrará convencer a Estados Unidos para que, el 1 de enero, no incremente los aranceles.

La guerra comercial entre los gigantes viene de una batalla estremecedora. En noviembre, la reunión del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico concluyó en Papúa-Nueva Guinea con una novedad alarmante: las 21 naciones reunidas allí no pudieron aunar un comunicado por la falta de consenso entre EEUU y China. Si el G20 reúne a las naciones que componen el 85% de la economía del planeta, sólo estos dos países concentran el 40%.

No es una coincidencia que Trump, quien originalmente planeaba no quedarse mucho más que un día en Buenos Aires, anunciase su intención de permanecer por algo más de 48 horas, nada menos que para cenar con Xi y tratar de limar asperezas. Pero el pronóstico es reservado.

No son mejores las perspectivas para los debates en torno del medio ambiente. El cambio climático no estará ausente en los debates de los delegados. Pero el presidente estadounidense viene de prometer, en 2017, el retiro de su país del Acuerdo de París.

La “troika” de cuestiones sobre las que no se esperan grandes avances se completa con la migración. La cuestión presenta dos niveles de complejidad. Uno, global, es la manera en que las principales naciones han empezado a restringir sus fronteras para los países pobres. La segunda, individual, refiere a los distintos niveles con que cada potencia percibe la crisis.

Estados Unidos es presidida por un hombre que amenaza periódicamente con militarizar todavía más la frontera con México (y, en los hechos, con Centroamérica) y que llegó al Salón Oval prometiendo construir un muro que, a su criterio, los mexicanos tenían que costear. Atlántico de por medio, Europa continental tiene en las costas del Mediterráneo un verdadero límite donde se enfrentan los valores de la modernidad (libertad, igualdad y fraternidad son los lemas de la Revolución Francesa) contra los intereses proteccionistas. Los seres humanos que huyen de las guerras civiles de África y de Oriente Medio encuentran en esas aguas oprobiosa sepultura. Y, cruzando el Canal de la Mancha, Gran Bretaña votó por retirarse de la Unión Europea (el Brexit) para cerrarse a la migración. Pero los británicos no están mirando otros continentes, sino el suyo propio: Europa oriental.

La bilateralidad del comercio, la economía y las finanzas es, recalculando, también una expresión del escenario internacional de naciones que están cerrándose sobre sí mismas. El resurgimiento de los nacionalismos en Europa, en los Estados Unidos y en Brasil abreva en ese manantial. El mundo se está achicando. Cuanto menos, en términos políticos.

Ahí es cuando se abre el, por así llamarlo, capítulo argentino del G20. En materia de política y de soberanía, el Brexit no es una buena noticia para los actuales ocupantes de las Malvinas. La prueba vino de la propia Europa la semana pasada: Theresa May debió ceder y su par Pedro Sánchez recibió el compromiso de que en el futuro tendrá derecho a evaluar y aprobar los acuerdos vinculados con Gibraltar, el enclave colonial británico que España reclama. El escenario para las negociaciones argentinas sobre el archipiélago austral ha cambiado. Que la Argentina accediera a habilitar un segundo vuelo mensual a Puerto Argentino desde su territorio continental es todo un gesto. Hace falta ahora una perenne política de Estado.

Un segundo apartado del capítulo argentino es la cuestión comercial. Macri tiene previstas, por ahora, 17 reuniones bilaterales, gracias a su condición de anfitrión de la cumbre. La Argentina es un país agrícola ganadero con perfil agroexportador… que ciertamente está teniendo severísimas dificultades para exportar. La oportunidad para lograr acuerdos es más que provechosa. Sobre todo ahora, cuando el electo mandatario de Brasil, Jair Bolsonaro, ha dicho que el Mercosur no se encuentra, precisamente, entre sus prioridades.

Y hay una cuestión más. En este mar picado por las tensiones entre Estados Unidos y China, todas las vertientes económicas y políticas vierten finalmente en un estrecho en el que, como en el mito griego de Escila y Caribdis, alejarse de un monstruo para tratar de evitarlo implica acercarse a otro. Comerciar con todas las naciones sin alinearse políticamente con ninguna es uno de los pilares fundacionales de la política exterior argentina, plantado por el tucumano Juan Bautista Alberdi, y de enorme gravitación hasta la primera mitad del siglo XX. Un principio cuestionado por quienes sostienen que el desarrollo de algunas naciones americanas estuvo directamente vinculado a su alineamiento automático con Estados Unidos. Una máxima reivindicada por quienes advierten que, mientras rigió el mandato alberdiano, la Argentina fue una potencia mundial, porque el alineamiento con los norteamericanos era imposible ya que ambos producían lo mismo para competir por un mismo mercado, que era Europa.

Suena fácil enunciar la neutralidad política, pero difícil de maniobrar en un escenario en que Rusia se encolumna con China; y Brasil, con los Estados Unidos. Ni qué hablar luego de que en las vísperas del G20, el pasado 26, Trump anunció que su país volverá a comprar carne argentina tras casi dos décadas. En la era de la bilateralidad, el G20 tiene de “foro de cooperación” mucho más nombre que sustancia.

Pero eso no significa que sea un encuentro inútil. La ONU, “hija” de la Guerra Fría, fue relegada tras el fin del conflicto Este-Oeste. El G20 nació en 1999, tras la crisis financiera asiática de 1997, en una reunión de ministros de Finanzas y presidentes de bancos centrales del G7. Es un club genéticamente económico, donde sus pocos y poderosos socios se ven las caras. No es poco. Poco antes de que Alberdi naciera, Emanuel Kant porfiaba por un mundo de “paz perpetua”. Advertía que las personas habían dejado de vivir en un “estado de naturaleza” y de guerra constante, pero que los países no. Soñó entonces con un escenario de naciones que pudieran vincularse y dialogar entre ellas. Por algo hay que empezar…

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