El Ministerio de la Utopía

Hace cinco años, Carlos Garaycochea propuso que la utopía tuviese un Ministerio en la Nación. Lo hizo en un congreso del Foro de Periodismo Argentino, luego de reflexionar irónicamente sobre lo que implica la democracia y la identificaba como un modelo político ideal pero irrealizable. Ayer, el genial humorista que recorrió todos los soportes de la comunicación nos legó la misión de recordarlo y honrarlo como uno de los grandes creadores de risas de la generación dorada de la comicidad argentina.

Su partida es contemporánea con la desaparición de la cartera de Cultura en el organigrama ministerial de Mauricio Macri. El 3 de enero de 2017, desde esta columna, advertíamos sobre la posibilidad de que se elimine esa oficina del primer nivel y regrese a un escalón inferior de la grilla. Hay que reconocer que siempre tambaleó: su surgimiento en el último tramo del kirchnerismo no se consolidó con un proyecto plurianual (era imposible: nació el 7 de mayo de 2014, con fecha de vencimiento de la gestión de Cristina Fernández) y Pablo Avelluto llegó al cargo cuando todos apostaban que en ese lugar iba a estar Hernán Lombardi. Ya sentado en la oficina, no efectuó diseño alguno que permitiese garantizar la estabilidad del área.

“¿No sería económicamente más conveniente copiar a Estados Unidos o a España, por citar dos casos, donde no hay una cartera específica? Posiblemente en lo contable, pero jamás en términos de proyectos políticos culturales. El problema puede surgir en la ausencia de estos últimos, que habilitan las dudas y los interrogantes”, se escribió hace 20 meses. Nada cambió como para que, eventualmente, la premisa de una decisión no sea el ajuste sino los objetivos no alcanzados.

Rebajar Cultura de ministerio a secretaría es una constante en la historia argentina. Si pretendemos rigor histórico, hay cuatro antecedentes en los últimos 45 años que marcan un ir y venir de la primera línea, aunque con diferentes denominaciones. Siempre duró poco. El efímero presidente Héctor Cámpora creó el Ministerio de Cultura y Educación el 25 de mayo de 1973 y puso a Jorge Taiana a su frente; duró los 49 días de su mandato. En plena dictadura militar, Roberto Viola recreó la cartera con el mismo nombre y colocó a su frente a Carlos Burundarena en marzo de 1981; en diciembre se fueron ambos. Fernando de la Rúa diseñó el Ministerio de Turismo, Cultura y Deportes en octubre de 2001, con Lombardi como titular; todos sabemos lo que pasó en diciembre de ese año. Por lo tanto, lo ocurrido ahora es récord a vencer.

Más allá de la inestabilidad histórica, lo realmente preocupante es que termine dando lo mismo que exista o no por su incidencia específica en el territorio. A las provincias, a Tucumán propiamente dicho, la presencia nacional se manifiesta en especial a través de los organismos que tienen existencia autónoma (sin dependencia directa de un ministerio o una secretaría), como los Institutos Nacionales de la Música, del Cine y las Artes Audiovisuales y del Teatro, o el Fondo Nacional de las Artes. Cada uno afronta su propia falencia y, en particular, la muy preocupante mora en la liquidación de fondos y la normalización de trámites lentificados al extremo; pero estas oficinas funcionan por sí mismas.

La complicación mayor puede surgir en la marcha de los museos nacionales, en los programas de patrimonio o en las propuestas de ecosistemas culturales económicamente sustentables, que tenía al ex segundo de Avelluto, Enrique Avogadro (hoy ministro en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires), como abanderado. En estos casos, una agilización administrativa para librar recursos no requiere de un despacho al lado del de Macri, sino de eficiencia y efectividad en la gestión. Es cierto que depender de otro para que firme los expedientes puede ser un trastorno, pero los problemas actuales no están generándose por la estructura de la burocracia, sino por estrategias de concentrar los recursos y no distribuirlos, pese a los compromisos asumidos oportunamente.

Esta crisis está empujando a los artistas locales a callejones complejos, porque han asumido obligaciones para filmar, grabar o poner en escena obras, confiados en que los dineros iban a llegar (siempre luego de haber cumplido con los requisitos que se les exigían y, en algunos casos, tras haber ganado concursos) y que ahora deben cubrir con recursos obtenidos de otros bolsillos. En tiempos de inflación dolarizada y de tasas de créditos por las nubes, la preocupación es generalizada entre los realizadores tucumanos.

Tinta fresca

Con su humor burlón a toda prueba, Garaycochea proponía jerarquizar la Utopía, no la Cultura, la Salud, el Ambiente o cualquier otra dependencia. Es que si los objetivos utópicos llegasen al primer plano, en su arrastre llevarán a todos los demás en compañía, para mejorar la calidad de vida del pueblo en su conjunto y no en forma fragmentada, punto por punto, como si un aspecto fuese independiente y autónomo del otro. Porque un proyecto utópico es global, abarca al conjunto y beneficia al colectivo.

Su fallecimiento coincidió con la buena noticia de que la muestra Tinta Nakuy, que está montada en el Centro Cultural Virla, durará siete días más de lo previsto originalmente, hasta el fin de esta semana. Es buen tiempo para rendir tributo al dibujante que partió sin ver su deseo consumado.

La exposición es una evidencia del vigor de los hacedores locales de cultura. Pensar que los dibujantes de viñetas e historietas netamente tucumanas viven de sus propuestas es desconocer la realidad. Ellos están construyendo su propia historia y que el Virla los aloje es darle un lugar jerarquizado a un arte que se merece un reconocimiento en la valorización pública, con su contribución a la popularización de un saber colectivo y al rescate de hechos que están en la memoria y en la identidad provincial, plasmado en el cuarto tomo de “Grafito”, subtitulado “Postales históricas”. El apoyo institucional es fundamental para su subsistencia.

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