Territorio perdido

Autodefensa. Varias historias denunciadas en los últimos días al WhatsApp de LA GACETA dan cuenta de la autoprotección vecinal. Hace tres semanas, era la calle alambrada por los habitantes del pasaje María Auxiliadora al 2.000, en Villa Urquiza. Allí un cartel advierte: “Zona vigilada por vecinos”. El martes fue el caso del arrebatador “piraña” (modalidad de los que atacan en grupo a una víctima solitaria) capturado y apaleado por los residentes, también en Villa Urquiza (esquina de calles Perú y Líbano). El mismo martes a las 14, en barrio 1° de Julio (en Francisco de Aguirre al 1.900, zona de Villa Urquiza) fue atrapado un adolescente asaltante y recibió una paliza. Se viralizó el video: un vecino filma a una señora indignada golpeando al delincuente dentro del auto policial mientras el policía le dice “¡ya está, señora, ya está!” LA GACETA la entrevista y ella cuenta que sintió que “eran ellos o nosotros y que nos iban a matar a los dos” (se refiere a que el adolescente, armado, había atacado a su hijo). No reniega de la paliza al asaltante esposado; al contrario, ella y sus vecinos están convencidos de las virtudes de la autodefensa. “Al delincuente que agarremos, lo vamos a linchar”, dice Gabriela, una vecina.

Palizas recurrentes

Ha dado la casualidad de que en estas semanas se han focalizado las denuncias de autoprotección vecinal en el sector noroeste de la ciudad, pero a poco que se revise la crónica de la inseguridad se encuentran en otros lugares palizas recientes recibidas por arrebatadores. El 18 de julio fue la salvaje golpiza que le dieron a un arrebatador en “La cancha de Caro” en Banda del Río Salí (la Policía salvó al adolescente que estaba siendo pateado por 10 personas); y el 21 de junio atraparon a dos motoarrebatadores (de 32 y 17 años) en Magallanes y Pueyrredón (al sur de la Capital), los apalearon y les quemaron la moto hasta reducirla a cenizas, según el informe policial.

La modalidad del linchamiento ha ido haciéndose parte de la rutina de una sociedad crispada y ya el año pasado lo hacían notar los fiscales Diego López Ávila y Adriana Giannoni. Decían que los vecinos tenían que advertir que en esos ataques de “justa ira” al apalear a un delincuente podrían cometer un delito peor que el del arrebatador e ir presos por causar lesiones graves. Pero no se conoce que se hayan tomado medidas específicas contra la furia vecinal; más bien parece haber una resignación parecida a las palabras del policía que dejaba a la mujer golpear al arrebatador mientras le decía suavemente “¡ya está, señora!”

¿Se puede hacer algo en estos casos? Acaso muy poco. Pero bien vendría recordar lo que pasó hace dos años en barrio Sur, cuando una multitud apaleó a un joven hipoacúsico que trotaba haciendo ejercicio, al confundirlo con un arrebatador. La emoción violenta puede conducir a errores graves. Para eso, en teoría, están las autoridades. Sólo que estas han desaparecido en los barrios, tal como dan cuenta los vecinos: la Policía pasa poco, o cuando se han producido robos, “pero al otro día no aparecen... lo que necesitamos es mayor prevención con su presencia para que los ladrones no regresen” (dijo Teresa, de los vecinos que marcharon en Chile y Asunción el jueves). La Municipalidad tampoco aparece: en el caso de la calle alambrada, la gente dijo que llegaron a tomar esa decisión después de haber hecho muchos reclamos ante los funcionarios. El subdirector de Tránsito y Transporte, Enrique Romero, dijo que ignoraban que se había cerrado la calle (pese a que lleva más de ocho meses así) y que probablemente habría que abrir el paso. Hasta ahora eso no se hizo.

Problema crónico

Si eso ocurriera, volvería a esa calle alambrada la realidad de asaltos que denuncian sufrir en las otras tres manzanas del barrio Don Orione (cuyos vecinos también querían poner alambres, para transformarlo en una especie de barrio cerrado), pero acaso haría ver que lo que se está haciendo es una medida extrema de la gente abandonada a su suerte frente a una situación que no cambia, que más bien recrudece.

Villa Urquiza, como zona residencial periférica, padece inseguridad crónica, con barriadas de clase media un tanto degradada, con muchos terrenos baldíos y reductos de villas semimarginales, como la “Ciudad de Dios” cercana a Villa Muñecas, por no mencionar los grandes barrios estigmatizados como “La Bombilla” y “El Sifón”. Los mismos vecinos, cuando hablan de la facilidad que tienen los ladrones para escapar, mencionan las vías de salida y los destinos (y orígenes) de los delincuentes.

Hábitos especiales

Esa realidad de inseguridad cotidiana se traduce en hábitos vecinales crónicos: negocios con rejas y con atención a puertas cerradas (práctica general en la periferia); gente que deja de usar el colectivo para tomar taxis y que sólo sale a la puerta cuando ha llegado el vehículo; mayor alarma en determinadas horas (a la noche y a la siesta, en el barrio 1° de Julio); vigilancia particular contratada en vecindarios o en negocios; muchos baldíos donde los vecinos dicen que los ladrones esconden el botín; falta de iluminación; conciencia de haber sido casi todos víctimas de asaltantes y temor porque algunos ataques han sido muy violentos; falta de respuestas adecuadas a los problemas, pese a las denuncias. Lo reciente (y cada vez más común) es que los vecinos tienen sus grupos de WhatsApp con los que se avisan de situaciones inquietantes. Pero eso no los saca de la inseguridad ni de la violencia crónicas. Apenas los mantiene en alerta. Tampoco los guardias contratados. Ha sido particularmente doloroso en el barrio de la calle alambrada la muerte del rondín Julio Reyes el 23 julio, aparentemente golpeado en la cabeza por un grupo de adictos a los que había corrido de una casa abandonada adonde iban a drogarse.

Aproximaciones

En la Policía no hay muchas respuestas ante este problema estructural. Sí, reacciones frente a los reclamos vecinales, como ha ocurrido siempre. Operativos, muchas detenciones cuyo sentido se desconoce, apoyados por medidas de emergencia dictadas y aplaudidas por los políticos, como la preventiva contra motoarrebatadores atrapados in fraganti, sin que se haya podido hasta ahora saber si en algún momento va a disminuir este tipo de ataques.

También hay algunas respuestas que -dicen funcionarios- tienden a la prevención, como es la llamada “Policía de Acercamiento”. Fue el jefe de la Unidad Regional Capital, comisario Walter Álvarez, quien se refirió a esta modalidad en más de una ocasión. Dijo que ya se aplica en “La Bombilla”, La Costanera y otros barrios del sur de la capital y que “dio buenos resultados y permitió que bajaran mucho los índices delictivos... hacemos prevención porque evitamos que el ladrón actúe”. Acaso ha quedado en la memoria colectiva el programa de Policía Comunitaria que se aplicó entre 2004 y 2006 precisamente en el área de la seccional 6ª (que abarca “La Bombilla” y “El Sifón” y parte de Villa Urquiza), en el que hubo policías específicamente destinados a caminar las calles e interactuar con los vecinos, además de coordinación con CAPS y centros vecinales, así como informes de resultados. No era un programa policial, sino del Ministerio de Seguridad. Por ahora sólo se sabe que la novedosa Policía de Acercamiento incluye a las comisarías jurisdiccionales (que se encuentran casi inoperantes), el sistema 911, la Dirección de Investigaciones y la Patrulla Urbana, áreas totalmente diferentes entre sí.

El comisario Álvarez parece voluntarioso, pero se desconoce el alcance de los cambios de tarea, ya que la Policía tiende a responder siempre de la misma manera. Hace una semana, ante el reclamo del comerciante Juan Carlos Payeras, que atiende tras las rejas en su despensa de Santiago y Thames, dijo que “cuando hay operativos, la comisión de delitos desciende a casi un cero por ciento”; pero -dijo- “los delincuentes también hacen inteligencia y observan si hay presencia policial y muchas veces migran”. Esta aseveración deja dudas: ¿es conclusión de los estudios del Departamento de Análisis Delictivo que hay en la Policía, o es impresión personal?

Como sea, en la periferia las calles han sido ganadas por la inseguridad y los vecinos se han escondido tras rejas, alambradas, guardias, redes de avisos por Whatsapp y operativos personales hasta para ir al almacén de la esquina.

El territorio, que al decir del sociólogo Georg Jellinek es constitutivo del Estado, ha sido abandonado por el poder (el Estado) y ha quedado en manos de la población, que organiza su vida con un poder paraestatal. Y se da la singular circunstancia de que una señora trate de linchar a un delincuente amarrado mientras un policía ve la escena sin hacer nada. Esto muestra cómo han cambiado las formas de defenderse y, sin embargo, no ha cedido la violencia; más bien crece sin freno.

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