La poesía del mundo
12 Agosto 2018

Por Inés Aráoz

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

Ya el asombro se había colmado en esos impertinentes que la enigmática mujer portaba. Pero muy bien reconocí en ella, mientras en susurrante francés me interrogaba sur la poesie du monde, así, intempestivamente, sin preámbulos, reconocí en ella -digo y esto fue antes de mi balbuceo en francés francés no hablo- a Pina Bausch, la poeta de vanguardia. Esto sucedía. Su mirada melancólica pronto sobrevolaría la audiencia de platea desde su palco avant scene pero, por el momento, el bullicio hacía indiscernibles mis balbuceos en el foyer del Pequeño Teatro, en San Petersburgo. Largos vestidos, turbantes, cabezas rapadas, la poesía del mundo, en verdad, nos rodeaba, rusos, americanos, indios, japoneses, argentinos, diademas, monóculos, pobres, ricos, todos los hombres que luchan y sufren y vencen parecían estar allí, seguramente un límpido cielo alumbraría en la mañana siguiente a San Petersburgo.

Y los apenas gestos de la Bausch se abrían paso entre los espectadores, y los otros, todos, se hacían visibles, era esto, claro, lo que podía oírse de mis balbuceos. La poesía del mundo era esto. Portadores eran, cada cual, de una palabra y eran los pasos, los brazos en alto, y los dedos flexionándose, abriéndose el paso entre las mesas de un café. Unos y otros mirándose, contando sus historias con mínimos gestos, porque eran todos portadores de palabras y el poema, creo, era el mundo y Beethoven bregaba y bregaba desde la sala de máquinas o desde el foso de un escenario bregaba para hacerlo posible pero estaba ya hecho, los otros eran, en el mundo, en realidad, en el foyer del Pequeño Teatro.

Seis mil millones de otros, decía Bertrand en su trabajo y, al verlo -porque vi su trabajo-, mi cuerpo empezó a temblar, y lo que lo sacudía era alegría, la más portentosa de las alegrías. Si, sobre la poesía del mundo -le diría a la Bausch - es la que tú haces en tus deliberadas marchas, en los simples gestos de los hombres cuando están juntos, porque ahora es eso posible, los caminos del mundo que llevan a los otros se han juntado en el Poema.

Sobre el brocal del aljibe brilla el delicado fruto de la leoncia. Delgadas falanges retorcidas y luminosas como los cinco dedos de una mano ofrecida al cielo, clamorosa, esperando una respuesta. Allí está el fruto quieto, reflejando con su propia modestia la luz del sol y yo lo miro y tú, la Bausch, lo miras y lo ofreces al mundo y ahora eso es un poema.Y hasta los rostros de los muros de Hiroshima, vueltos de luz, o las palabras del rumano ¿Dónde?, ¿Cómo?, estampados están aquí, en el corazón de la poesía del mundo y se han hecho todos un envión de la alegría.

Al declinar la siesta que llamaría de los pájaros, porque ellos la han colmado, el vuelo moteado, tenue, de los pillpintus se pierde en lo alto de la copa de los árboles. Otros cielos he visto, los de nubes viajeras trasladándose en masa a grandes velocidades. El mundo -pienso- está salvado. La nave es el poema. Y el poema podría llamarse hombre común, no porque haya un hombre que sea común sino porque cada cual viene llegando de distantes rincones y es portador de una palabra y uno que dice mi madre ha muerto viene portando la palabra llanto, por ejemplo, y muchos llegan portando la palabra hijos y algunos traen la del fuego como si fuera amor y hasta hay quien porta un rotundo ¡No! y las palabras van erigiendo el poema como nacían antes de piedras las catedrales o los muros de las ciudades poemas. Sangre de palabras. Heredad del hombre es el poema.

© LA GACETA

* Publicado originalmente en estas páginas en 2008.

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