La muerte inquieta a los otros

La muerte inquieta a los otros

Los accidentes de tránsito circulan a gusto ayudados por la indiferencia generalizada. El oficialismo se reorganiza alrededor de un nuevo jefe, mientras abundan las intrigas. El líder anterior afronta los ataques en soledad.

La muerte no se cansa. En Tucumán se sube a su moto, le pone una buena dosis de adrenalina y sale de parranda. No siempre le salen las cosas como ella quiere, pero arma cada estropicio...

Sus días de salida son, preferentemente, los fines de semana. Son fines de semana largos que comienzan los jueves por la tarde y terminan los lunes a la madrugada. El 35% de sus trapisondas ocurren en el microcentro; el 40% en el macrocentro (limitado por las cuatro principales avenidas) y el 25% restante, afuera de ellas. A la muerte le gusta andar rápido, más feliz es cuando logra trepar a su auto o a su moto a los más jóvenes. Y, si están embebidos en alcohol, mucho mejor.

Otra vez la misma película. La de siempre. Otra vez un tema que no vende ni da réditos políticos. “Morir es una costumbre que sabe tener la gente”, repite el increíble Jorge Luis Borges en su “Milonga para Manuel Flores”. Es que da la sensación de que los tucumanos creemos que un accidente de tránsito es simplemente una mala jugada de la suerte, un maltrato del destino. Es que los tucumanos tramitan una licencia de conducir, pero no conducen, apenas manejan. Es decir no les importan las normas, ni la prudencia, ni el otro. Y eso a la muerte la seduce.

Está claro que los tucumanos somos unos maleducados. No hay esfuerzos políticos para revertir esa historia. No da réditos.

Cuando los accidentes de tránsito se miran en el espejo ven la cara de la corrupción. Todos saben cómo evitarlos. Nadie es capaz de denunciar al otro cuando comete una infracción. Prefieren mentir cuando se dan cuenta de una falta. Si Oscar Centeno se pusiera a describir y certificar con su puño y letra episodios de tucumanos sacando a pasear a la muerte en su vehículo, no llenaría ocho cuadernos sino varios volúmenes de la Enciclopedia Británica.

Poca nafta

El remisero recaudador no tenía vía libre para cargar nafta por lo tanto sus libretas no tienen anotados viajes a Tucumán. Sin embargo, la corrupción ha aterrizado en la provincia. De lo contrario, no se explicaría tantos funcionarios con bolsillos engordados más de la cuenta. Tampoco se encuentra justificativo para que haya tanto silencio por parte de los empresarios que en voz baja se animan a hablar de un sistema que alguna vez se va a purificar. Las valijas con dinero fresco y efectivo nunca tuvieron una explicación clara, pero sí una férrea defensa judicial para defenestrar a quien denuncia o a quien declara. En eso son cómplices los propios organismos del Estado, que, se supone, debieran defender lo público, como de todos y no de algunos.

En Tucumán, el Estado es una gran teta de la que todos quieren mamar. Y aquel que no se alimenta de ella está más desubicado que el legislador Guillermo Gassenbauer en el Día de la Lealtad. Precisamente, José Alperovich quedó atrapado en el gran palacio de la lujuria que él mismo supo construir. Y hoy, en soledad, reconstruye sus cimientos políticos como si nunca hubiera realizado nada.

El que gobierna tiene la llave del poder como si el erario fuera propio y no de todos. Quien más trabajó en ese sentido fue Alperovich. No es un orador convincente, con discurso seductor, precisamente. Por el contrario, ha sido un experto comerciante que ha sabido comprar a sus compañeros de cruzadas. Hoy, sin la billetera del Estado, los socios han dejado la empresa de su cuarto mandato.

El “un-dos”

Aquellos han elegido el calor, la lapicera y los nombramientos del poder. Y, como buenos conocedores le cambiaron el apodo al mandatario provincial. Ya no se escucha el desapasionado “Juan” ni el protocolar “gobernador”. Desde hace unos días el saludo es “jefe, ¿cómo anda?”. Manzur se retuerce cuando escucha ese trato. Sonríe, ya no es el obsecuente que le decía “sí” a José. Ahora es el jefe.

“A mí no me van a hacer el un-dos”. Esa frase no se le cae de la boca. Eso cuentan los que suelen andar con él por diferentes lares de la provincia. Siempre, bajo la atenta y desconfiada mirada de su coequiper, Osvaldo Jaldo. El “un-dos” no es un paso de baile precisamente. En realidad es una advertencia. Manzur no quiere sufrir el año que viene. Busca desalentar la idea de que uno de los caudillos de un determinado terruño esté con él y el segundo, con Alperovich. O están con él todos los dirigentes de la zona o aténganse a las consecuencias. Los prolegómenos de la interna peronista prometen un desenlace complicado.

Más respeto

Los que no tienen tanta confianza no dicen “El jefe”: más respetuosamente (o a más distancia), suelen hablar de “el uno”. El efecto para el mandatario es el mismo. Ahora porfía por doblegar a quienes todavía no le juraron fidelidad o a quienes teme que no vayan a acompañarlo. En su gabinete son mirados con atención los movimientos del ministro del Interior, Miguel Acevedo, un hombre que siempre contó con la palmada de Alperovich. Desde hace años, desde antes que el actual senador fuera ministro de Economía en el gobierno de Julio Miranda. Como todos, Acevedo jura fidelidad, sin embargo, generó algunas quejas en el entorno de “el uno” cuando Alperovich cayó de visita al Hipódromo para recorrer la Expo Interior, una muestra de todas las producciones de los municipios y de las delegaciones comunales. Cuando llegó el senador, obviamente brillaban por su ausencia Manzur y Jaldo. La que sí estaba era Teté Coustarot y no faltaron los que hicieron malabares para evitar la foto del senador con la conductora para que no se enojara “el jefe”.

Manzur y Jaldo tienen una idea fija en la cabeza: seducir a los que tienen votos. Los que poseen peso territorial van a recibir más de una visita y varias preguntas.

Semana complicada

El otro no pasó una semana tranquila. Alperovich se jugó por la indefinición en el tema de la despenalización del aborto y terminó chamuscado. La jugada política no era mala ya que podría haber llegado al final de la historia como el gran elector. Pero se le complicó el tablero. Tres cuestiones le arruinaron la tranquilidad y su estrategia. En primer lugar fueron cobardes y anónimos afiches que lo atacaron por su indefinición. En segundo término, la Legislatura (integrada, en su mayoría, por “sijosesistas” arrepentidos o traidores) instó a diputados y a senadores a votar en contra del proyecto de despenalización del aborto. Y, en tercera instancia, ante los ataques sólo salió a defenderlo su esposa, la presidenta del Partido Justicialista. Hace tan sólo tres años, cuando un funcionario era criticado, Alperovich salía a despotricar y defendía a su equipo. Poco tiempo después, cuando él está en la picota, aparece más solo que muelle en el alba, como le gustaba metaforizar a un viejo conocedor del peronismo vernáculo.

Y, como si fuera poco, los cuadernos de Centeno no le van a caer bien a Cristina, la líder de Unidad Ciudadana, un camino que tenía abierto Alperovich en el caso de encontrar puertas cerradas en el peronismo.

La verdad del poeta

Hace 10 días un periodista de fuste de este Tucumán mandó por Whatsapp un poema. Se titula “Los Justos”: “Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire. /El que agradece que en la tierra haya música/ El que descubre con placer una etimología./ Dos empleados que en un café del sur juegan un silencioso ajedrez./ El ceramista que premedita un color y una forma./ El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada./ Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto./ El que acaricia a un animal dormido. / El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho./ El que agradece que en la tierra haya Stevenson./ El que prefiere que los otros tengan razón. /Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

Una vez más el preclaro, ajustado y preciso Borges. Cuando recibí este texto venía subrayado el penúltimo verso: “el que prefiere que los otros tengan razón”. De haberlo leído antes, la Argentina no tendría grieta y, tal vez, menos corrupción. Y, seguro, muchos trabajarían para que la muerte no quiera subirse de jueves a lunes a un auto o a una moto.

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