Dejen de molestar con la cultura

Dejen de molestar con la cultura

En un par de viñetas, tan geniales como el resto, Mafalda pone en aprietos a su papá. En la primera, en silencio, le arma una mesita con una jarra de agua, se sienta al frente y le pregunta: ¿qué es la filosofía? En la siguiente se ve al padre sumergido en una pila de libros, desconcertado, pero a la vez apasionado. Otra pregunta que Mafalda podría haberle formulado, tan propia de su para nada inocente agudeza, es: ¿para qué sirve la cultura? Imagínenlo, por una vez triunfal ante su hija, subrayando: “la cultura es la más formidable herramienta de inclusión social y de construcción de ciudadanía”. Sí, para eso sirve la cultura, y por eso es de extrema gravedad que los espacios dedicados a cobijarla y a difundirla bajen la persiana.

Tal vez -esperemos- se encuentre una manera de preservar las salas que El Árbol de Galeano dedicó al teatro, la música y las artes plásticas. Seguirán funcionando durante agosto porque tienen una programación que cumplir, o sea que hay al menos un mes para elaborar propuestas superadoras. En la confusión informativa que suelen proponer las redes sociales los tantos terminaron mezclados: una cosa es el proyecto cultural y otra el gastronómico. Si aquí iban de la mano responde a una simple cuestión empresarial, pero a futuro la necesidad es salvar las salas, nadie habla de subsidiar un restaurante. Pero se sabe que cada uno lee e interpreta lo que quiere.

El desmadre de los costos siempre golpeará al off en infinita mayor medida que al on. Si al Árbol no le cierran los números, con su ubicación privilegiada y la calidad de su equipamiento técnico, ¿qué le queda al resto, por más aportes del Instituto Nacional del Teatro que reciban? Es un modelo de funcionamiento con certificado de vencimiento. Es por eso que en este contexto la cultura -por las razones ya expuestas- necesita exenciones impositivas y la apertura de vías alternativas, como padrinazgos y patrocinios, que les sirvan a potenciales inversores para aliviar las cargas. Es lo que contempla, por ejemplo, la tan esperada ley reguladora de la producción audiovisual.

Parecería que todo esto es secundario en un marco de crisis, cuando las necesidades básicas de la sociedad están cada día más insatisfechas. Pero es al revés. Es en estas coyunturas cuando más imperioso se torna apostar por la cultura, por los clubes de barrio, por todos los espacios que contribuyan a mantener unido un tejido social al que se le ven las costuras y corre el riesgo de resquebrajarse definitivamente. Parecería que hablar de cultura molesta, cuando en realidad la cultura, como el deporte, incluyen.

Tampoco se puede andar por la vida reclamándole al Estado que se haga cargo de todo. La Municipalidad de la capital vio en el río revuelto de la Casa Sucar la oportunidad de anotarse un poroto político. Y estuvo muy bien lo que hizo. No importa si la recuperación de ese activo de la ciudad formó parte de un proyecto cultural para San Miguel de Tucumán, dejemos abierta la duda al respecto, lo concreto y valioso es la obra en sí misma. Además, el municipio hizo pie en el circuito y salió a competir en el on con el teatro Rosita Ávila. La Provincia y la UNT lidian con sus propios espacios, intentando encontrarles la vuelta. Por ejemplo, algo tendrá que hacer la nueva gestión universitaria con el Alberdi, cuya infraestructura ofrece demasiadas ataduras con alambres.

Lo del Árbol de Galeano es distinto. Tal vez algún modelo de gestión mixto (público/privado) podría funcionar, aunque no hay muchas experiencias al respecto en Tucumán. Se trata, a fin de cuentas, de un caso testigo. No se trata de salvar exclusivamente esas salas, sino todas las salas. Y, en lo posible, impedir que lleguen al extremo de luchar por la supervivencia en lugar de enfocarse en su razón de ser.

Mayo de las Letras, Julio Cultural, Festival de Jazz, Fiesta Nacional de Teatro, Festival Gerardo Vallejo, Salones de arte, Septiembre Musical -y que cada uno agregue lo que falta- son tan importantes como la pequeña puesta de un grupo independiente, el recital de un cantautor, el trabajo de una orquesta barrial o una muestra de fotos. Hacen a un todo, es un rompecabezas con piezas grandes y pequeñas, todas imprescindibles. Si el puzzle se convierte en un dominó y las piezas se vienen abajo, la que se derrumba es la cultura.

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