Umar, el salvador salvado

La noche. Desde nuestra llegada a Moscú es la primera vez que no llegamos con tiempo al metro. Corta a la 1.30 y entre tanta nota pos bomba de México a Alemania, hubo que modificar la movilidad. La opción es una, aunque puede haber derivaciones. La que va es morir en un taxi. Dependiendo el chofer, la víctima puede lamentar la pérdida de varios rublos. Léase, en cualquier parte del planeta hay que negociar, intentarlo al menos. Las reglas, o más bien los precios cuando el tráfico queda reducido a varios minutos de espera por embotellamiento, son dictados por quienes son dueños del volante.

A la salida de Magazine, uno de los pocos restó que mantuvo su cocina abierta hasta pasada la medianoche, los tacheros hacen su labor. Son pirañas, están al acecho y seleccionan el pasajero como quien ya sabe a quién le sacará una tajada mayor. Pícaros. A los de habla hispana, sobre todo si uno se presenta como argentina, apenas si los saludan, no les dan demasiada cabida. Vamos a negociar, seamos justos.

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El trayecto entre la zona caliente del Kremlin y nuestro departamento no debe superar los 3 kilómetros. Según el menú de Uber, el viaje no debería costar más de 200 rublos. Según Gett, otras de las empresas que disponen aplicación para celulares, además de que se puede pagar con tarjeta de crédito, el monto puede rondar los 300, 350 máximo. En la calle, las pirañas tiran su primera oferta: 1.500 rublos.

La excusa perfecta es el tráfico, que perderán la noche en el ida y vuelta. Señalan hacia la avenida principal y se encojen de hombros. Es un viaje y después a dormir, porque la noche ya verá la luz y no quedará nadie en la Plaza Roja. La negativa es lógica, 1.500 rublos es prácticamente un abuso. Hay una contraoferta: “1.100”, dice uno de los que más insiste en hacer el viaje de sus sueños: corto y a un precio que a él le dará de comer por un par de días. No, gracias. A pie, entonces. Pará…

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Quienes no tienen lugar en la verada, pero sí pueden tirar frases desde el interior de su taxi, consultan hacia dónde vamos. La referencia es la estación de Prospec Mira. El argumento no varía, sí el precio. Vamos por 900. Negativo, nos vamos caminando. Entonces entra un quinto interesado en no perderse la noche regateando. Umar será nuestro salvador salvado. Ante la poca demanda, Umar baja sus pretensiones. Pide 600.

Durante la espera de luz verdad en una calle casi desierta, pasando el edificio de la KGB y un cabarulo de pole dance, Umar nos sorprende con un pequeño bote estilo jarabe pequeño. Saca la tapa, se lo manda a la nariz y aspira. Caramba, qué hace. Umar se ríe y explica que es tabaco líquido o algo así, que no se está drogando, pero que si lo hiciera y lo atraparan su destino estaría por Siberia. En el frío.

Umar nos ha dejado en destino, nos ha robado una sonrisa algo temerosa y nos ha sacado 600 rublos. Ha hecho su noche, nosotros la nuestra. Perdimos mucho menos de lo que esperábamos.

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