Aldo Sessa, 60 años con la fotografía

Aldo Sessa, 60 años con la fotografía

Durante meses, el equipo del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires asumió un verdadero desafío: trabajó revisando unas 800.000 imágenes, entre negativos, planchas de contacto, copias impresas o digitales, y realizó junto al artista una minuciosa selección de 700 fotografías creadas entre 1958 y la actualidad

17 Junio 2018

PERFIL

Aldo Sessa es autor de medio centenar de libros que reúnen sus fotografías. Tiene títulos con textos de autores de la talla de Jorge Luis Borges, Ray Bradbury, Manuel Mujica Láinez, Silvina Bullrich y Silvina Ocampo. Su obra fue expuesta en más de 200 muestras y forma parte de colecciones de decenas de museos alrededor del mundo. Es miembro de número de la Academia Nacional de Bellas Artes y miembro honorario de la Federación Argentina de Fotografía. Entre muchas otras distinciones, recibió la mención de honor del Senado y fue nombrado ciudadano ilustre de Buenos Aires.

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ENTREVISTA A ALDO SESSA

"La peor foto es la que no se saca"

Por Gabriela Comte, Martín Rojo y Eduardo Rey


- El equipo del Moderno estuvo trabajando en tu archivo durante más de seis meses. ¿Cómo fue la experiencia de reencontrarte con tu obra desde una mirada ajena?
- Fue una forma de intercambio que no había experimentado nunca. De haber sabido cómo sería, me hubiese costado más tomar la decisión. En primer lugar, se interrumpió el constante ritmo de trabajo en el estudio al que estoy acostumbrado. Además, poner mi archivo en manos de otras personas implicó una gran apertura de mi parte, porque es algo muy íntimo. Lo mejor fue la forma en que me obligó a mirar hacia atrás y revivir muchos momentos interesantes. Aunque la extensión de mi obra hizo difícil la introspección, me conmovió ver todos los años que llevo trabajados. Como soy de vivir el día a día y mirar hacia el futuro, este ejercicio implicó un gran cambio en mi ritmo de vida. Ante todo, es para mí un gran honor haber sido invitado a este proyecto por una curadora de la talla de Victoria Noorthoorn, que desplegó todo su potencial creativo junto a su brillante equipo de colaboradores para investigar y editar las 700 fotografías que forman parte de esta muestra. También mi estudio me proporcionó un gran apoyo. Fue clave la gestión de mi hijo, Luis Sessa. Él es quien me representa desde hace treinta años, maneja todo lo referido a las relaciones institucionales y mantuvo un contacto permanente con las autoridades del Museo. Por otro lado, fue valiosísima la colaboración técnica de Jorge Granados, que se ocupó personalmente de la localización, digitalización y preparación de las fotos del archivo para la muestra, el intercambio cotidiano con el equipo del Museo y la solución de todas las eventualidades que surgieron durante los cinco meses del proceso de producción. 
- ¿Cómo se construyó tu archivo?
- Se fue armando solo, respetando siempre un proceso muy básico: cuando reunía ocho o diez rollos para revelar, los llevaba al laboratorio, hacía los contactos y conservaba las fotos en determinado orden (clasificadas de acuerdo a la temática y cronología). Si bien los contactos siempre fueron, para mí, la peor expresión de una fotografía, es natural para el fotógrafo querer verlos cuanto antes. Luego de detectar en el contacto la toma que me interesa, observo el negativo con una lupa de mayor aumento, porque es allí donde puedo analizar realmente los detalles y la calidad de la toma y vislumbrar el potencial de la foto en positivo. Sólo entonces me quedo tranquilo; el contacto se convierte en un registro fundamental para encarar la primera copia. La realidad es que en la Argentina se le da menos importancia a la calidad de dicha instancia. He hecho muy buenas impresiones de contactos en Estados Unidos, como también en el laboratorio del estudio. A partir de ese método básico, ¿cómo creció el archivo hasta transformarse en la gran colección que es hoy? El archivo fue creciendo con mucho más orden y disciplina de lo que yo esperaba. Demuestra un claro recorrido desde la primera foto, algo que sólo compruebo cuando acudo a él para buscar algo, porque yo mismo desconozco su orden interno. Está perfectamente conservado porque siempre usé productos Kodak, que son de excelente calidad, y cuidé que todos mis negativos estuvieran bien revelados. Esto es fácil de controlar cuando se hace dentro del propio estudio. Cuando se hace afuera, el riesgo aumenta. 
- ¿Qué sistema de exposición utilizás para lograr los matices de blancos, negros y grises que predominan en tus fotos?
- A lo largo del tiempo, me dedique a mejorar mi calidad de toma. Además de este aspecto complejo, siempre me ocupé de procesar bien. Hacer una buena foto, desde el punto de vista tecnológico, implica hacer todo del mejor modo posible. 
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- El equipo del Moderno estuvo trabajando en tu archivo durante más de seis meses. ¿Cómo fue la experiencia de reencontrarte con tu obra desde una mirada ajena?

- Fue una forma de intercambio que no había experimentado nunca. De haber sabido cómo sería, me hubiese costado más tomar la decisión. En primer lugar, se interrumpió el constante ritmo de trabajo en el estudio al que estoy acostumbrado. Además, poner mi archivo en manos de otras personas implicó una gran apertura de mi parte, porque es algo muy íntimo. Lo mejor fue la forma en que me obligó a mirar hacia atrás y revivir muchos momentos interesantes. Aunque la extensión de mi obra hizo difícil la introspección, me conmovió ver todos los años que llevo trabajados. Como soy de vivir el día a día y mirar hacia el futuro, este ejercicio implicó un gran cambio en mi ritmo de vida. Ante todo, es para mí un gran honor haber sido invitado a este proyecto por una curadora de la talla de Victoria Noorthoorn, que desplegó todo su potencial creativo junto a su brillante equipo de colaboradores para investigar y editar las 700 fotografías que forman parte de esta muestra. También mi estudio me proporcionó un gran apoyo. Fue clave la gestión de mi hijo, Luis Sessa. Él es quien me representa desde hace treinta años, maneja todo lo referido a las relaciones institucionales y mantuvo un contacto permanente con las autoridades del Museo. Por otro lado, fue valiosísima la colaboración técnica de Jorge Granados, que se ocupó personalmente de la localización, digitalización y preparación de las fotos del archivo para la muestra, el intercambio cotidiano con el equipo del Museo y la solución de todas las eventualidades que surgieron durante los cinco meses del proceso de producción. 

- ¿Cómo se construyó tu archivo?

- Se fue armando solo, respetando siempre un proceso muy básico: cuando reunía ocho o diez rollos para revelar, los llevaba al laboratorio, hacía los contactos y conservaba las fotos en determinado orden (clasificadas de acuerdo a la temática y cronología). Si bien los contactos siempre fueron, para mí, la peor expresión de una fotografía, es natural para el fotógrafo querer verlos cuanto antes. Luego de detectar en el contacto la toma que me interesa, observo el negativo con una lupa de mayor aumento, porque es allí donde puedo analizar realmente los detalles y la calidad de la toma y vislumbrar el potencial de la foto en positivo. Sólo entonces me quedo tranquilo; el contacto se convierte en un registro fundamental para encarar la primera copia. La realidad es que en la Argentina se le da menos importancia a la calidad de dicha instancia. He hecho muy buenas impresiones de contactos en Estados Unidos, como también en el laboratorio del estudio. A partir de ese método básico, ¿cómo creció el archivo hasta transformarse en la gran colección que es hoy? El archivo fue creciendo con mucho más orden y disciplina de lo que yo esperaba. Demuestra un claro recorrido desde la primera foto, algo que sólo compruebo cuando acudo a él para buscar algo, porque yo mismo desconozco su orden interno. Está perfectamente conservado porque siempre usé productos Kodak, que son de excelente calidad, y cuidé que todos mis negativos estuvieran bien revelados. Esto es fácil de controlar cuando se hace dentro del propio estudio. Cuando se hace afuera, el riesgo aumenta. 

- ¿Qué sistema de exposición utilizás para lograr los matices de blancos, negros y grises que predominan en tus fotos?

- A lo largo del tiempo, me dedique a mejorar mi calidad de toma. Además de este aspecto complejo, siempre me ocupé de procesar bien. Hacer una buena foto, desde el punto de vista tecnológico, implica hacer todo del mejor modo posible. 
Durante mis primeras tres décadas, trabajé siempre con un fotómetro de mano, ya que no había máquinas automáticas de ninguna índole. Todos los fotógrafos utilizábamos un sistema muy básico, que consistía en fotometrear y hacer escalas de diafragma. Si el fotómetro me pedía f 11 de apertura de diafragma con 1/30 por segundo de velocidad de obturación, además de la toma con f 11, hacía una con f 8 y una con f 16. De ese modo, ya tenía tres exposiciones en el negativo, para elegir la que estaba mejor. Exponer bien se tornaba aún más crítico cuando fotografiaba en película reversible color.

- Con el paso a la tecnología digital, ¿se complicó o se facilitó el trabajo de archivo?

- Inicialmente, me resultaba más complicado, porque la búsqueda de fotos, entre tantos números y códigos, se tornaba tediosa. Opté por solucionar este tema haciendo contactos de todas mis tomas digitales. De este modo, basta con buscar los contactos papel para ver las imágenes en la pantalla. Si bien es cierto que las herramientas digitales han facilitado muchos procesos, también se produjeron cambios intermedios. Hubo un gran progreso desde el sistema analógico del que hablo hasta el digital de los años noventa, que recién aparecía. Una de las transformaciones más importantes fue la mejora de las pantallas LCD. No obstante, al fotografiar, lo que uno puede ver es limitado y la visión es dudosa. Al querer chequear la imagen, no hay forma de conocer la calidad alcanzada, pues la pantalla LCD es demasiado pequeña y propensa a recibir reflejos. Al fin y al cabo, las problemáticas de un fotógrafo son las mismas con una cámara digital que con una analógica. Las cosas que hay que hacer no cambiaron; de hecho, yo uso todas mis máquinas digitales en manual, para controlar la situación. Lo que sí considero un progreso, más allá del impacto en la tecnología de la imagen, es que la cámara digital posibilita, por su versatilidad, la búsqueda de nuevos encuadres con soltura. Su tecnología le permite al fotógrafo sumergirse profundamente en la toma, por lo que es fundamental saber posicionarla y aprovechar sus cualidades. Allí es donde, como siempre, todo depende de la destreza del fotógrafo.

- ¿Siempre trabajaste en tu propio laboratorio?

- Lo hice durante mucho tiempo, hasta que los líquidos de revelado me contaminaron. Entonces, empecé a espaciar el trabajo: copiaba un día y luego descansaba dos, para reponer mis pulmones antes de volver al ataque. Después, tuve que buscar impresores en el mercado, había algunos muy buenos que hacían copias de excelente calidad. De todos modos, siempre opté por acompañar al maestro impresor durante el proceso. Mi modalidad de trabajo consiste en entrar al laboratorio y controlar el avance de las pruebas hasta llegar a la primera copia. He tenido la suerte de trabajar con buenos impresores, tanto en Buenos Aires como en Estados Unidos.

- ¿Cuáles fueron tus cámaras favoritas?

- La máquina favorita siempre es la más confiable, la que no te deja a pie. Sigo fiel a mis Leica 35 mm y uso siempre los modelos M, de visor indirecto. En estas cámaras jamás usé un rollo color, lo hice siempre con película blanco y negro. Además, usé (por ejemplo para hacer el color del Teatro Colón) las Leica del sistema R, que son réflex y permiten un encuadre exacto. Con el correr de los años, he usado también otras cámaras. La primera fue una Agfa Silette, muy básica, que todavía conservo. Luego pasé a una Exakta Varex II, más sofisticada y con buena óptica, hecha en Berlín Oriental. Y más tarde, incorporé cámaras Rolleiflex y Hasselblad 6×6. Sigo utilizando mis queridas viejas cámaras.

Naturalezas y abstracciones

- ¿Tu vínculo con la pintura es el punto de partida de tu fotografía abstracta?

- La abstracción siempre estuvo en mi cabeza, al mismo tiempo que aprendía dibujo y pintura, y lógicamente también influyó en mi fotografía. En este terreno, me interesa hacer fotos con elementos irrelevantes, como una hoja de papel dividida en cuatro que, a partir de sus pliegues, ofrece una serie muy rica de imágenes abstractas. Un tubo de papel enrollado puede servir para meterse adentro y explorar la abstracción. Otros elementos para alcanzarla son los reflejos en los vidrios y el agua, las sombras que proyectan los objetos traslúcidos como una copa y las imágenes múltiples que surgen fotografiando a través de cristales tallados.

- ¿Tenés alguna búsqueda específica?

- Más bien las encuentro, gracias al hábito de la ojeada permanente. Por ejemplo, una de las fotos incluidas en la exposición fue el resultado de un hecho casual. Durante determinada época del año, todos los días se producen sombras en una pared del estudio. Una vez, vino un cadete a traer una caja y la apoyó en ese lugar. Al pasar por allí, vi que la caja generaba un corte en ángulo recto de las líneas con la sombra, mientras que la incidencia de la luz bajaba en diagonal por la pared. Me llamó mucho la atención el fenómeno. En esa parte del estudio, había un huevo de ñandú que me había regalado un amigo correntino. Lo vi y lo apoyé sobre la caja, buscando una tercera deformación de las líneas, y luego simplemente compuse el fotograma y apreté el disparador.

- En esos casos, no estás buscando capturar un objeto, sino la pureza de la composición o la luz. ¿Cómo comenzaste a experimentar con la naturaleza muerta?

- Quien me condujo a hacer mi primera naturaleza muerta fue un periodista que, al terminar una nota, me preguntó off the record: “Decime la verdad, Aldo, ¿estás seguro de que la fotografía es un arte?”. Le propuse que regresara al día siguiente para contestarle con imágenes. Apenas se fue, agarré papel de diario, hice cuatro esculturas en un minuto y las fotografié en formato 6×6 contra un fondo gris, para después hacerlas revelar y copiar por contacto. Al día siguiente, al verlas, el periodista me pidió disculpas. Cuando tuve mi retrospectiva en el Museo Nacional de Bellas Artes (1989), esa simple foto del papel de diario fue la que se usó para los carteles callejeros. Debajo de la foto decía: “Aldo Sessa, el arte de la fotografía”. Con el tiempo, hice más de 10.000 naturalezas muertas. Hoy en día, con el celular no paro nunca. La tecnología digital tiene la ventaja de permitirte entrar en los objetos. Podés ver lo que pasa con las sombras, brillos y transparencias desde el interior. Creo que finalmente las cámaras se parecerán a los teléfonos, mientras que su calidad y definición serán cada vez mayores. Hoy, las fotos sacadas con un teléfono de buena calidad permiten hacer copias excelentes, por lo menos en formato 0,40 x 0,50 m. La fotografía es un tanto solitaria, pero me siento muy bien estando solo, porque veo la luz, observo las sombras y soy feliz. Tengo ganas de estar con la cámara en la mano, pensando o inventando algo nuevo. Esa experimentación es necesaria y fundamental. Hay que comenzar por ahí, sin miedo a equivocarse (total, el error se descarta y se tira a la basura, sin testigos). Es probable que el fotógrafo que no experimenta desde sus primeros pasos no lo haga nunca más. Sería una equivocación equivalente a estar concentrado leyendo un manual y dejar pasar una gran foto delante de tus narices. La peor foto es la que no se saca.

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