Un consejo:no se pierda en el subte de Rusia

Un consejo:no se pierda en el subte de Rusia

No es una exageración: el sólo hecho de sumergirse en el subterráneo (el metro, como se le dice en casi todo el mundo) vale la visita a Moscú.

Es una experiencia fascinante descubrir las estaciones construidas por el régimen soviético –la primera línea data de 1935-, obras de arte bajo tierra que llenan los ojos por la elegancia de sus líneas, la magnificencia de las columnas y la exquisitez de la decoración. Desde las luminarias distribuidas junto a las escaleras mecánicas a los frisos, mármoles, bronces y escudos, cada estación es una experiencia en sí misma. Pero eso sí, amigo viajero: no utilice el servicio sin contar con un plano detallado, porque corre el riesgo de perderse en un laberinto, rodeado de personas que no hablan su idioma y con carteles escritos en cirílico. O sea, incomprensibles. O casi.

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El moscovita es el tercer subte más extenso del mundo, detrás del neoyorquino y el londinense. Tiene más de 200 estaciones y 44 de ellas son patrimonio cultural de la humanidad. Pero además de las líneas que conectan la ciudad en todos los sentidos, hay una en forma de anillo que sirve como aliviadora e integradora con el resto.

La idea es buenísima y el sistema funciona. Claro, cuando está clara la dirección en la que se pretende circular y la combinación elegida. De lo contrario, se puede ingresar en un círculo inacabable que invita al deja vu cada vez que se buscan marcas identificatorias.

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Un dato de color: dicen que la “línea anillo” surgió cuando Josef Stalin apoyó una taza de café sobre los planos del subte. Quedó impactado y ordenó que ejecutaran la obra. Por eso el color de la línea es marrón, como el café.

Una particularidad es que el metro está construido a una llamativa profundidad (hay una estación casi 100 metros bajo tierra). Cuando conviven varias líneas en el mismo lugar, encontrar la salida indicada puede ser cosa de adivinos. Es común salir a una avenida que no figuraba en los planes. ¿El motivo? Se tomó la dirección equivocada. ¿Qué hacer? Retroceder sobre los pasos. Es mejor resolver el problema puertas adentro y no lanzarse a caminar por barrios inciertos. Los rusos son correctos, pero poco afectos a relacionarse con desconocidos y menos en otro idioma. Porque valga el apunte: no son bilingües (ni les interesa serlo) y además ponen cara de pocos amigos cuando les hablan en inglés.

Pero volvamos al metro, que –según dicen- está lleno de fantasmas y que fue refugio de la población durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los bombardeos y la amenaza de la conquista nazi eran cosa de todos los días.

Hoy transporta 200 millones de personas por semana y apuesta a seguir creciendo en los próximos años. Es lo indicado, tratándose de una ciudad en la que son habituales los embotellamientos por el tráfico desbordado. Moraleja: para desplazarse, que el taxi o Uber sean el último recurso.

El metro es más barato (23 pesos el pasaje, con opciones de comprar pases semanales o mensuales), veloz y eficiente. Pero intrincado, quedó dicho.

Y si de perderse se trata, habrá que dar crédito a una leyenda urbana moscovita. Dicen que funciona, a mayor profundidad y en secreto, un “metro 2”, construido por las autoridades soviéticas para desplazarse por la ciudad sin riesgo de ser detectadas. Por supuesto, se habría empleado también para que la KGB moviera entre búnkers a enemigos y “disidentes”. No hay fotos del “metro 2” pero, según los rusos, es como las brujas. Está ahí, cerca, acechante, protagonista de un mundo paralelo. De película.

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