#AMíMePasó: historias de cinco mujeres que fueron acosadas en la provincia

#AMíMePasó: historias de cinco mujeres que fueron acosadas en la provincia

La violencia sexual está presente en todos los ámbitos en los que las personas tienen relaciones; en diálogo con “LG Play”, cinco tucumanas contaron sus historias.

07 Junio 2018

> SAMANTHA

"Fui abusada sexualmente a los 15 años por un amigo de muchos años de mi familia. Le decíamos tío.

Un día tocó la puerta de mi casa. Yo cuidaba de mi hermana, que estaba jugando en el barrio. Estábamos solos y empezamos a charlar como siempre. Él me dijo que vayamos al cuarto y accedí porque era una práctica natural para mí. Se empezó a acercar y de repente ya estábamos sentados en una cama. Me besó, me abrazó y se puso sobre mí. Por suerte no me violó porque mi hermana estaba por ahí cerca y no se animó o no habrá tenido ganas de hacerlo. El tipo nunca más me habló ni vino a mi casa. Cuando lo veía, también me sentía mal, pero nunca pude darme cuenta hasta los 25 que había sido abusada: durante 10 años lo tuve adentro mío. Nunca se lo conté a nadie por vergüenza y porque no sabía como expresarlo. No sabía que había sido abusada.

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Después de muchos años hablando con amigas feministas me di cuenta que puedo contarlo y que puedo decir que a mi también me pasó. Uno la pasa mal porque la sociedad hace que te sientas culpable. Pensaba: “¿Qué hacía ahí sola con él? ¿Cómo habré estado vestida? ¿Qué le habré hecho yo para que él me haga eso?

Lo que pasó me hizo que no confíe en personas muy cercanas, en hombres que me han amado y me han respetado. Son cosas que te van quedando y no te las podés sacar así nomás. Una está tan ciega, y tan desinformada, que por ahí no tenés derecho a sentirte mal. Me sentí muy triste y muy sola. Es triste que te arranquen la inocencia de niña. Me acuerdo que cuando me besó y me tocó me sentí sucia, mal, como si me hubieran arrancado la inocencia, que uno la va perdiendo de a poco. Está bueno ir perdiendo la inocencia y no que te la arranquen".

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> D.

"Estaba en cuarto año de una carrera en la UNT. La llevaba al día. Me crucé en un pasillo de la universidad con el jefe de cátedra de una materia, que fue muy explícito y frontal: “Si no pasás por acá, vos sabés que se termina acá tu carrera. Ésta es una materia que sí o sí necesitás”.

Después de eso, estuve dos años intentando rendir. Tenía ataques de pánico, lloraba y me descomponía. Han llamado una vez una ambulancia porque me bajaba muchísimo la presión de los nervios. No lo podía cruzar.

La última vez que fui y la aprobé fue con la ayuda de mi psicóloga por teléfono, que estuvo todo el tiempo diciéndome “no te levantés, quedate, rendí”. Justo cuando me tocó pasar llegó uno de los chicos del centro. Como era la última que rendía, me dijo: “esperá que termino, llevo las cosas y te doy la nota”. Con otra chica nos llevó a un aula de la facultad, totalmente oscura. Era muy oscura y en la Facultad no había nadie, él nos quería hacer pasar si o si. Le dije que no, que hasta acá llegaba

Es vox pópuli en la facultad, pero nadie dice nada por miedo a que te quite la carrera".

> E.

"Yo fui a una casa muy conocida de tatuajes a hacerme un piercing, y sentí muy cerca a la persona que me atendió. Tenía 19 años. Después de hacerme el piercing en la oreja, me ofreció uno íntimo. Yo no sabía a qué se estaba refiriendo. También intentó levantarme la remera. Reaccioné rápido, le dije que no y me pude ir. Sentí culpa.

Salí re nerviosa y la llamé a mi mamá para contarle. Se lo conté a modo de chiste, pero se puso re mal. Ahí empecé a caer que había sido un intento de abuso. Después le empecé a contar a mi novio, a mis amigas, y me dijeron que no era normal lo que había pasado.

En ese momento lo publiqué en Twitter a modo de chiste. Años después lo volví a compartir y me llegaron 20 mensajes de chicas que no conocía. Me contaron que la misma persona les había desprendido el pantalón y las había apoyado donde se supone que te hacen el piercing. Me largué a llorar, no sabía qué contestarles. Me sentí horrible.

A todos nos pasa de no identificar que ha sido acoso o abuso. Cuando yo lo puse diciendo: “esto está mal”, ahí se empezaron a dar cuenta y empezaron a contar. Eso fue liberador para las chicas.

Se contactó con nosotras una abogada, Soledad Deheza. Nos ayudó a hacer la denuncia civil para buscar la inhabilitación de este tipo, pero hasta ahora no sabemos nada. Habíamos planteado denunciarlo penalmente, pero es muy difícil probar acoso o abuso sexual. Más cuando pasaron tantos años. Además siempre está el estigma de que no nos creen: hay muchas que no le contaron a sus familiares porque tienen vergüenza, porque sienten culpa. No se quieren exponer a eso.

Ahora siempre trato de ir acompañada. Cuando desconfío de algo, no lo hago. Uno debería poder tener la confianza de hacer lo que quiera".

> C

"Cuando tenía 18 años pegué onda con un chico en una fiesta y decidimos salir un rato. Nos empezamos a besar, pero él se sacó el miembro y quiso tener relaciones en la calle. Le dije que no. Me sentía mal porque había tomado bastante, aunque estaba consciente de que eso estaba mal y me fui. Pero él me tironeó porque no quería que nos vayamos de la calle. Cuando logro escaparme un poco, él paró un taxi, me agarró de la mano y me dijo “subite”. Por suerte una amiga que estaba afuera de la fiesta lo impidió. Entré y me largué a llorar. Me afectó a tal punto que durante mucho tiempo no pude volver a confiar en los hombres en general. Hace poco, gracias a los movimientos feministas y los movimientos en las redes sociales, me pude dar cuenta qué era realmente y lo pude decir en voz alta, a mis amigas primera y ahora.

> VALENTINA RODRÍGUEZ

"Tenía 8 años y estaba jugando con mis amigas. Eran casi las 21. De repente un taxista se paró justo en la reja de afuera del barrio. La más grande, que habrá tenido 14, se dio cuenta que el auto llevaba mucho tiempo parado.

Dejamos de jugar y nos acercamos lentamente hacia el taxi. Las mayores estaban por preguntarle, cuando vieron que se estaba masturbando. Ahí gritaron y salimos corriendo a nuestras casas.

No entendía bien qué es lo que había pasado. Como no sabía lo que era una masturbación, me dio intriga. Asumí que era algo malo porque a las otras chicas ya no las dejaban salir para ahí. Me enojaba no poder ir a un lugar que está a dos metros de mi casa, donde hay juegos, y no poder asomarme a un sube y baja.

Desde ese momento no me deja tranquila ver un auto estacionado mucho tiempo. Cuando voy por la calle mi mente bloquea el hecho de si alguien me está viendo demasiado o si me gritan algo, directamente no escucho nada. Hubo gente que me gritó por la calle, que me saludó, y que nunca los vi por estar bloqueada".

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