La inteligencia artificial y el mundo Black Mirror

La inteligencia artificial y el mundo Black Mirror

Los vertiginosos avances tecnológicos que estamos experimentando nos hacen vacilar entre el deslumbramiento, el temor y el desconcierto. Asumimos prácticas cuyas consecuencias desconocemos. La ficción anticipó, y sigue anticipando en series, películas y libros recientes, los peores temores. Especialistas y críticos analizan el fenómeno.

18 Marzo 2018

POR DANIEL POZZI

PARA LA GACETA -BUENOS AIRES

¿Pueden las máquinas pensar?

 No hay una respuesta única a esta pregunta. Es una cuestión polémica incluso entre especialistas en Inteligencia Artificial. Quizás la diferencia de criterio se produce por no tener una cabal definición del vocablo “pensar”

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Hay diferentes formas de pensamiento: racional, creativo, inductivo, analítico, etcétera. Sabemos que el pensar es fruto de la actividad mental que, a su vez, surge de la actividad cerebral. ¿Puede la actividad de microprocesadores generar una mente de silicio?

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Si referimos a utilizar funciones lógicas, podemos afirmar que las máquinas piensan. Sin embargo, como aún no nos hemos puesto de acuerdo si los animales piensan, menos acordaremos respecto a las máquinas que todos los días demuestran tener nuevas capacidades o mejorar las existentes. Descartes dijo “pienso, luego existo”, por lo que el pensar le daría existencia, lo que generaría un dilema ontológico.

Entiendo que en cada caso se piensa en forma distinta y justificaría ponerle un nombre diferente a cada forma de pensar.

En los animales el pensamiento está codificado en su genética, se muestra estereotipado con pocas posibilidades de modificarse, orientado fundamentalmente hacia la supervivencia.

Los humanos, en cambio, poseemos la razón con la que podemos discernir en torno a múltiples opciones. Nuestro pensamiento también está mayormente influido por nuestra genética, tanto por las reglas lógicas que utilizamos como por las emociones que terminan direccionando nuestras decisiones, pudiendo trasmitir los mismos a otros por medio de la cultura. En el caso de las máquinas el pensamiento es más puro, objetivo, tan variado como los programas que lo generan.

El pensamiento humano tiene particularidades únicas que nos diferencian de los animales y de las máquinas. Somos los únicos que poseemos inteligencia.

Las máquinas simulan tener inteligencia pero si realmente la tuvieran ya estaríamos en Humanidad 2.0. La naturaleza tardó 3.500 millones de años en crear un ser inteligente, no va a ser tan fácil darle esa propiedad a un objeto inanimado. No es lo mismo seguir reglas preexistentes que crear nuestras propias reglas.

La inteligencia se caracteriza por generar pensamientos nuevos, que no surgen de copiar existentes ni del uso estereotipado de conductas codificadas en nuestros genes. Nos hace aprendices de Dios.

En la búsqueda de una definición al constructo que llamamos inteligencia, la dividimos en inteligencia débil e inteligencia fuerte. Las máquinas poseerían inteligencia débil y los humanos inteligencia fuerte. La inteligencia es un concepto del que todos hablamos pero pocos pueden definir científicamente.

Capacidad de aprender

En los últimos años otorgamos a las máquinas la posibilidad de aprender. A partir del método analítico conocido como Machine Learning (aprendizaje automático) y más recientemente con Deep Learning (aprendizaje profundo) están aprendiendo de información a la que tienen acceso en forma masiva.

Aún los microorganismos pueden aprender de alguna manera básica. No necesitamos inteligencia para aprender, sí memoria; y en esa capacidad las máquinas nos superan ampliamente.

Las máquinas tienen acceso a una extraordinaria cantidad de datos a través de redes físicas o internet; y a partir de la disciplina dedicada a analizar datos masivos conocidos como “Big Data”, nos permiten analizar y encontrar patrones manipulando enormes cantidades de datos.

En 1996 la computadora de IBM conocida como Deep blue derrota por primera vez a un campeón mundial de ajedrez. Esta supercomputadora utilizó “fuerza bruta” para tal fin. Con la capacidad de calcular 200 millones de posiciones por segundo lograba encontrar la mejor opción en cada jugada. En 2015 AlphaGo, un programa de inteligencia artificial desarrollado por Google, derrota al campeón del milenario juego de estrategia chino Go, lo que es considerado un hito en la investigación de inteligencia artificial. En diciembre de 2017 la misma empresa presenta Alpha Zero, una variante más generalizada del algoritmo que además puede jugar ajedrez. Utiliza redes neuronales de aprendizaje profundo. Se le brindó las reglas del juego y en pocas horas consiguió un nivel de juego sobrehumano. Utiliza aprendizaje por refuerzo basado en la psicología conductista similar a la que usan los animales, incluidos los humanos. Es como darle comida o un cariño cuando hace algo bien. Con sólo calcular 80.000 posiciones por segundo logró un resultado muy superior dado que el aprendizaje logró centrarse en las respuestas con mayores posibilidades de ser exitosas. Han llegado a tal capacidad de juego que para aprender ya no les sirve jugar con humanos, sino que compiten con otras computadoras de generaciones anteriores o con otras tecnologías. Piensen o no las máquinas, lo que sabemos es que lo hacen cada vez más parecido a los humanos con resultados mucho mejores.

Influidos por nuestro antropocentrismo queremos crear máquinas a nuestra imagen y semejanza. Hacemos máquinas emocionales con el fin de interactuar socialmente con nosotros. Como consecuencia del análisis sobre las posibles capacidades de las máquinas nos damos cuenta de nuestras propias limitaciones, y que además puedan realizar actividades mejor que nosotros es un golpe a nuestro ego.

El cerebro funciona muy distinto que un CPU, que todavía conserva la arquitectura de Von Neumann con ceros y unos, descripta en 1945.

Tecnologías que han avanzado mucho en los últimos años, como son las redes neuronales y la computación cuántica, podrán brindarles a las máquinas nuevas potencialidades. Se intenta simular al cerebro con nuevos chips que imitan los circuitos cerebrales. Google sacó su chip especializado o TPU. Microsoft, Nvidia e Intel están desarrollando chips similares.

Inmortalidad y objetividad

Las máquinas compensan las limitaciones arquitectónicas con su enorme capacidad de procesamiento y memoria. Cuesta generar capacidades nuevas en las máquinas, aunque una vez que se logran pueden trabajar sin detenerse, en forma económica, con altísimas velocidades y con la posibilidad de multiplicarse por millones. No necesitan comer ni respirar, siendo virtualmente inmortales. Podemos trasmitirles nuestras bondades sin nuestras limitaciones. Basado en la teoría de la evolución, el cerebro fue diseñado para sobrevivir, no para encontrar la verdad. Su diseño es algo desordenado, agregando nuevas estructuras a las ya existentes.

Las máquinas tienen un atributo en el que nos superan ampliamente y con el que no podemos competir: la objetividad. Al carecer de emociones, el pensamiento de las máquinas sigue las reglas con que se las programó. Esta característica las hará particularmente eficaces en la práctica del derecho; ya tenemos software que ayuda a analizar expedientes, pudiendo aplicar sentencias justas rápidamente. Esta capacidad también será de utilidad en la medicina, ayudando en los diagnósticos; en la psicología, logrando realizar terapias objetivas y económicas; en la economía, resolviendo liquidación de impuestos, etcétera.

A las máquinas, con su prodigiosa memoria, les pasaría entonces como a Funes, el personaje hipermnésico del cuento de Borges, que no era muy capaz de pensar: “Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”.

Más allá de las características del pensamiento de las máquinas, lo que podemos considerar seguro es que las mismas generarán cambios revolucionarios en nuestras vidas. Con su forma de pensar -sea esta inteligente o no- nos ayudarán a resolver muchos de los problemas que nos aquejan.

© LA GACETA

Daniel Pozzi - Doctor en Neuropsiquiatría y en Ciencias Biológicas. Su último libro es Humanidad 2.0.

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