Vestidos para seducir
11 Marzo 2018

> SEXUALMENTE HABLANDO

INÉS PÁEZ DE LA TORRE | PSICÓLOGA

“Y que no le importe mi ropa /si total me voy a desvestir”, decía una canción de Sui Generis. Y es, de algún modo, cierto: con excepción de los fetichistas y de los enditofílicos -aquellos a quienes les excita tener relaciones sexuales completamente vestidos- la parte central del acto sexual se lleva a cabo desnudos, “lejos de nuestras ceremonias mundanas”. Así lo refiere Stephen Arnott, escritor británico, en su curioso libro “Sexo: manual del usuario”.

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Sin embargo, ¿quién podría negar que la vestimenta es una gran aliada a la hora de aumentar nuestra confianza, de sentirnos más seductores? Escotes sugerentes, pantalones ajustados, polleras cortas, medias de seda. Encajes, transparencias, brillos, tejidos suaves al tacto... Mucha de la ropa que usamos tiende a destacar las partes de nuestro cuerpo que funcionan como disparadores sexuales. La lencería, un capítulo aparte. Se dice que cuando una mujer estrena ropa interior que considera sexy, camina por la calle proyectando una actitud diferente.

Hasta el maquillaje oculta -como un arquetipo inconciente- esas intenciones. Los ojos delineados, las mejillas con rubor, el brillo en la boca… recrean de alguna manera el rostro encendido del orgasmo.

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Artilugios

En Europa hubo que esperar al siglo XV para que apareciera la “elegancia” en el vestir. Un incremento de la salud y una ruptura con la tradición -estimulados por el fin de la peste negra- hicieron que las personas empezaran a tener interés en ocuparse de su aspecto, para resultar más vistosas. Antes de esa época, el atuendo estaba determinado por férreas costumbres locales y el estilo cambiaba muy lentamente.

Con la llegada de una libertad cada vez mayor en los hábitos sociales la gente empezó a vestirse cada cual a su manera. Y la tendencia era poner el énfasis en la categoría social, mediante el uso de los adornos más lujosos que estuvieran al alcance, para lucirlos ante las parejas deseadas o reales. Rellenos, fajas y sostenes eran capaces de producir cambios notables. Un ejemplo es el vestido femenino de la Venecia de 1580: las mujeres iban acolchadas por delante y por detrás; llevaban el cabello teñido de rubio y dispuesto en dos pronunciados “cuernos” que servían de soporte a un velo negro que colgaba sobre los hombros y que, por delante, se hallaba rasgado hasta el ombligo, dejando expuestos el vientre y los pechos. El outfit se completaba con unos zapatos de plataforma de unos 30 centímetros de altura.

Las merveilleuses

Un estilo extremo de fines del siglo XVIII fue la “desnudez”. Una vez superados los disturbios de la Revolución francesa, muchas mujeres jóvenes -las merveilleuses- escandalizaron a París con sus vestidos y túnicas, semejantes a las de los antiguos griegos, de materiales tan finos que lindaban con lo transparente. Tanto, que fueron denominados “tejidos de aire”. Dada su liviandad, su evanescencia, tales vestimentas ofrecían muy poca protección contra las inclemencias del tiempo, de modo que muchas de sus usuarias morían de neumonía en aras de la moda.

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