Necesidad de acciones en auxilio del niño mendigo

Necesidad de acciones en auxilio del niño mendigo

Una actividad habitual que se desarrolla intensamente en San Miguel de Tucumán, es la mendicidad infantil callejera. Se expresa en todos los puntos de la ciudad. En la zona céntrica, los niños piden limosna en los bares, casas de comida y comercios, y también apostados junto a los semáforos de las avenidas. Por cierto que se trata de un problema de muy antigua trata. Esta columna se ha referido críticamente al mismo en incontables oportunidades a lo largo de los años, reclamando, sin éxito, una política oficial que se haga cargo de un problema de tanta magnitud.

Esa magnitud está dada, bien se sabe, por todo lo que representa el menor solicitando dinero a los transeúntes. Es conocido que, en la mayoría de los casos, cuando el chico es de corta edad, se encuentra en la cercanía alguno de sus progenitores, que son quienes lo envían a mendigar, y a los cuales el hijo debe entregarles lo que obtenga. Ni qué decir que se trata de un menor que está totalmente al margen de la educación y que no asiste a la escuela, porque de ese modo el hogar perdería el producto de las limosnas.

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La calle, además de inculcarle una serie de hábitos deplorables (que van desde el alcoholismo precoz hasta la droga), le instala costumbres de oportunismo y sobrevivir de cualquier modo, que lo acercan a la marginalidad.

Por otro lado, se sabe que la permanencia en la calle no sólo traerá hábitos torcidos, sino que lo pondrá también en situaciones de riesgo personal. Basta pensar en la cantidad de peligros que pueden acechar a un niño apostado en medio de la noche, junto a los semáforos de las avenidas.

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Ante este cuadro (no por conocido menos necesitado de una descripción que haga resaltar su dramático relieve) no puede el Estado mirar hacia otra parte, y considerar que se trata simplemente de una de esas situaciones producidas por la pobreza reinante en la ciudad y en la provincia. Por el contrario, su deber es actuar.

Entendemos que existen, en la órbita del Gobierno, organismos específicamente encargados de la problemática, cuya acción no se percibe. El niño mendigo sigue mendigando, y muchas veces duerme tirado en las veredas, sin que la comunidad advierta la acción de un organismo oficial que encare de alguna manera tan inaceptable situación.

Nos parece que ya es hora de que aparezca la acción del poder público en el tema que nos ocupa, y que se haga efectiva así esa protección del menor que en las naciones civilizadas tiene carácter de auténtica prioridad.

No es de nuestro resorte enumerar específicamente las medidas capaces de modificar la patética realidad de la mendicidad infantil callejera en Tucumán. Pero hay que creer que el Estado cuenta con expertos capaces de implementarlas y de llevarlas a cabo. Ha llegado el momento de que así ocurra.

Debe terminar entre nosotros el lastimoso espectáculo de menores que deambulan por la vía pública pidiendo dinero, a la vez que reciben, como decimos, esa formación callejera que fatalmente los ha de encaminar al delito y al vicio.

Somos responsables, ante el futuro inmediato, de no haber reaccionado con la suficiente eficacia ante un fenómeno que tendrá fuerte incidencia sobre nuestro tejido social. El rescate, el amparo y la educación del menor vagabundo, deben figurar entre nuestras prioridades.

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